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todo-esto-se-dira-manuel-ro.jpgTodo esto se dirá
Manuel Romero
Fondo Editorial de Baja California/CONACULTA
México, 2008.

Por Eduardo Silva

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Pudiera ser que toda fundación se lleva acabo en el vacío, que se fundamenta en la insuficiencia, en la falta como potencia negativa de la creación. Entonces la única forma en la que actúa sería manifestando la ausencia: sería la fisura en la obra que hace posible la fractura, exponiendo la verdad de que el fundamento nunca existió más que como una nada. Si así fuera, no habría legitimación. Por ello todo acto de fundación posibilita su destrucción, pero también inaugura la posibilidad a partir del derrumbe. En el libro Todo esto se dirá de Manuel Romero, se reflexiona sobre la fragmentación de la realidad a través del sujeto y sobre la crisis de éste ante la pérdida de la certidumbre.

En un estilo llano y directo, la voz poética manifiesta como única certeza lo efímero, mediante un verso libre que aspira menos a la musicalidad que a la fuerza de enunciación. La poesía de Manuel Romero posee una complejidad estructural que se hace evidente en la creación de imágenes que rayan en lo abstracto, pero que intentan reflejar la deriva del sujeto, su complicación, e incluso la alienación entre el ser y las representaciones temporales.

El poeta utiliza la metáfora del muro para significar la fractura: la realidad como un muro; un intento de arquitectura que no alcanza la totalidad pero que parece tener la firmeza suficiente para servir de apoyo, e incluso de cimiento: “y al reclinarnos en él al enfrentarlo somos traspasados/ del vértigo que lo sostiene./ Hasta quedarnos quietos y sin cabeza./ Hasta volvernos el muro.” Esta solidez se convierte también en la contención, de la que el sujeto escapa a través de la apertura del muro, su fragmentación:

A donde quiera que volteo
el brusco acomodo de sus piedras hiere mis labios,
entonces el muro se abre de un grito, y al caer en ese pozo
se invierte la noción de cada cosa que invento cada día:
el aire es salado y se llena de peces, el mar no se ve, se respira
y la historia la hacen los animales…
El punto de partida es la apertura, la horadación de la realidad en que de-fundamenta la significación y se inaugura la posibilidad. Entonces el sujeto pierde también toda certeza: la única seguridad es la destrucción, las ruinas del muro. En el poemario se afirma la potencia creadora de la destrucción como promesa del fin, que se anuncia desde el principio y que pesa como una condena. Es esta garantía de decadencia lo que amenaza con ahogar la poesía debido a lo predecible: todos los poemas están en primera persona y una gran mayoría tiene como motivo el afirmar la incertidumbre del sujeto, lo transitorio de sus edificaciones que intentan ser refugio y norte, pero que también encierran la posibilidad de contención: “Del acero eligió la voluntad de aprisionarnos”, advierte la voz poética acerca del muro.

De la misma manera en que el muro puede encerrar, la certeza de la ruina que permea durante todo el libro se puede convertir en un elemento contraproducente para el libro: la fuerza de enunciación pierde sentido al hacerse monótona, y las imágenes que crea (la noción invertida de las cosas) parecen convertirse en accesorios en un discurso un tanto repetitivo. Sin embargo, una nueva lectura brinda un panorama interesante. La estructura en cuatro partes de la obra, revela una nueva perspectiva si se lee como el intento del poeta por recrear algo que es anterior a una fundación, ya que la desconfianza ante el muro impide considerarlo un refugio. El poeta opta por la búsqueda de un ritmo: el ritmo de la destrucción, de la nada que se filtra en la creación; el ritmo de la respiración:

Respiro
Respiro alrededor del eje inmóvil de mi sangre
y de mi nombre y mi sombra quedan cenizas que se enlazan a la muerte del día
como si el día también se consumiese en una profunda respiración
y yo, al respirar, fuese una piedra desprendida de la alta respiración del cielo
atrapado entre dos gravedades
Cercano al odio
Cercano al amor
Esta respiración es el presente del aniquilamiento y la confirmación de la existencia a través de la muerte. Sin embargo, también permite que se vea como la puesta en escena del ordenamiento de la realidad mediante un proceso de destrucción: la inhalación (inspiración) de lo exterior al perder su solidez, es el resquebrajamiento de la realidad que la convierte en un elemento moldeable, y que posibilita una compenetración entre ésta y la voz poética; de aquí que en la primera parte surja la duda “Cómo es que escribo; de qué manera creo entender/ Si cualquier palabra es un cajón/ Colmado de serpientes,/ animal de dos cabezas, sonido/ y sentido?”

La segunda parte de la obra refleja la interiorización de la realidad y el esfuerzo de la voz poética por crearse un lugar, un muro y un horizonte. La esperanza de la creación se refleja en el amor: la mujer aparece como posible salvación y la relación amorosa es un refugio, una promesa de permanencia. Este intento, sin embargo, no fructifica, y el fin del amor parece confirmar su inexistencia: “tú sola tu propia certidumbre,/ tú sola tu resonancia ligera,/ certidumbre de tu fuerza,/ certidumbre de saber que me engañaba,/ que no era amor, ni era el mar llegando al cielo este poder”. Ante el desengaño, el yo lírico no puede más que aceptar su deriva que proyecta la nostalgia de la esperanza que quedó atrás, y la desolación por venir.

En esta tercera parte, el sujeto reflexiona acerca de la necesidad de crear: pone en tela de juicio no solamente el sentido de una creación destinada a desaparecer, sino que cuestiona la potencia negativa de la nada: “Quizá diciendo nada/ oyendo nada/ somos sólo restos/ del día que pasó/ un negro pozo/ que se ahonda”. Finalmente la voz poética opta por la creación que al mismo tiempo se convierte en la exteriorización del sufrimiento, en una exhalación que contiene al llanto y que anuncia malestar, enfermedad y muerte, como si esto fuera la sombra de todo ejercicio creativo.

Todo esto se dirá concentra el ejercicio poético al poner de manifiesto lo complicado de la relación entre el sujeto y su realidad: es una perspectiva intimista que juega con la cotidianeidad de las situaciones, y que le otorga mayor fuerza a la voz poética, al enunciar la pérdida de las certidumbres de su vida diaria; las certidumbres más elementales. La insistencia en la pérdida puede volver la lectura un poco tediosa. A pesar de ello, es un libro que puede ser una interesante opción que explora las transitadas sendas de la deriva existencial.




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