Defensa de la poesía

Pedro Serrano

defensa-la-odisea.jpg Uno de los cambios mayores que se han dado en poesía ha sido el de su apreciación en traducción. Ha sido un cambio tan imperceptible que se ha hablado muy poco de ello. No ha habido polémicas en que se discuta ni manifiestos en su defensa, ni posiciones encontradas, casi como si lo que está sucediendo hubiera estado allí siempre, o como si el cambio fuera cosa natural. Ha sido un cambio más en los hechos que en la teoría, y más en acciones puntuales que en su discusión u observación crítica, ya que no afecta a los poemas en sí, ni siquiera a sus traducciones como tales, en primera instancia, sino que se da en la relación que como lectores empezamos a establecer con ellas, casi sin darnos cuenta de que estamos leyendo las traducciones de poesía de otra manera a como lo hacíamos antes. Y precisamente por ser tan de otra manera, a pesar de ser aparentemente imperceptible, este cambio es de gran calado, aunque no lo veamos.

 

Defensa de la poesía

Pedro Serrano

defensa-la-odisea.jpg Uno de los cambios mayores que se han dado en poesía ha sido el de su apreciación en traducción. Ha sido un cambio tan imperceptible que se ha hablado muy poco de ello. No ha habido polémicas en que se discuta ni manifiestos en su defensa, ni posiciones encontradas, casi como si lo que está sucediendo hubiera estado allí siempre, o como si el cambio fuera cosa natural. Ha sido un cambio más en los hechos que en la teoría, y más en acciones puntuales que en su discusión u observación crítica, ya que no afecta a los poemas en sí, ni siquiera a sus traducciones como tales, en primera instancia, sino que se da en la relación que como lectores empezamos a establecer con ellas, casi sin darnos cuenta de que estamos leyendo las traducciones de poesía de otra manera a como lo hacíamos antes. Y precisamente por ser tan de otra manera, a pesar de ser aparentemente imperceptible, este cambio es de gran calado, aunque no lo veamos. Terminará por afectar no sólo la forma en que leemos las traducciones de poesía sino nuestra relación total con eso que es un poema. Es en realidad un cambio de paradigma, no sólo con respecto a la traducción, aunque por ahí empieza, sino ante el hecho total de la lectura de poesía. El hecho sintomático, el vestigio leve de este cambio se puede observar no tanto en los escritores o los lectores (aunque por supuesto ahí es donde en realidad sucede), sino en los libros de poesía traducida que se publican, se exhiben, se venden y se leen. Mencionaré cuatro cambios notables. El primero es que se traduce —además de lenguas que son hegemónicas como el inglés, o que han tenido una gran influencia sobre la poesía contemporánea como el japonés— cada vez más de otras lenguas. Cada vez hay más libros en traducción, de poetas polacos, o griegos, o mayas. El segundo es que cada vez son más los individuos que, sin ser forzosamente poetas, es decir, sin escribir poemas originales en su propia lengua, se sienten autorizados o capacitados para traducir poesía, y lo hacen igual o mejor que otros que sí los escriben. El tercero es que están apareciendo cada vez más traducciones de poemas antiguos, ya sea Gilgamesh o Shakespeare, o incluso del español arcaico de las jarchas mozárabes, que se presentan no como reliquias adaptadas sino como acciones poéticas actuales. Y el cuarto, que es el que más me importa ahora, es que cada vez son más los libros de poemas en traducción que prescinden del original, no por motivos de ahorro, como pasó muchas veces, sino por pura y expresa voluntad editorial. La existencia de poemas en traducción de lenguas tan diversas como el islandés, el euskera o el aimará es muestra de que los poemas encuentran caminos de llegada al lector que no dependen ya exclusivamente de los centros de poder cultural o económico, sino que vienen de acciones puntuales de cada vez más individuos y circulan en diferentes lenguas. El que haya cada vez más personas que sin ser poetas traducen poesía, hace añicos la idea falsa de que sólo los poetas pueden traducir poesía, mostrando cómo la capacidad de activación poética se da en muchos más individuos de lo que se creía, y abriendo el abanico de plasmación poética a una mayor democracia en la lectura. La actualización en traducción de los poemas de Arnaud Daniel, de la poesía medieval alemana o incluso de la Odisea y Beowulf, o la reactivación de la métrica tónica del español antiguo en la versificación contemporánea, es muestra de que se acepta cada vez más que los poemas no pertenecen ni a una época ni a una lengua determinada, y mucho menos a unos cuantos estudiosos, sino que son patrimonio de todos. Finalmente el desplazamiento de la legitimación de un poema del original a su traducción abandona por fin el espacio de propiedad indisoluble entre el autor y su obra y permite, aunque no a todo el mundo le agrade esto, la intervención de muchas otras manos en la justificación de un poema. Todos estos elementos son importantes por distintas razones, y todos convocan a un mismo resultado, que es la salida de la poesía de su nicho de mistificación y enrarecimiento, un estado de excepción que ha contribuido a su progresivo aislamiento y rechazo, sin menoscabo, hay que aclararlo, ni de su continuidad ni de su calidad, antes y ahora. La escritura de poesía siempre ha tenido características parecidas, y en este sentido no creo que en el fondo haya mayor defensa-ts-eliot.jpgcambio. Lo que está cambiando es la manera en que se enfrenta la lectura de un poema, y esto sí que puede afectar a la percepción que se tiene de la poesía. Por ejemplo, que muchos lectores se sientan abrumados ante los poemas de T. S. Eliot y no se atrevan a hincarles el diente, no quiere decir que no sean capaces de percibir esos poemas, sino que están bajo el influjo de una manera de entender la poesía que no tiene tanto que ver con  los poemas en sí como con una idea de lo que es la poesía. Los poemas de Eliot no son difíciles, ni son herméticos, ni hay que saber mucho para poder entrar en ellos. Simplemente, más que tratar de entenderlos, hay que dejarse leer en ellos. Una cosa todavía peor es que se considere que entrar en ellos en traducción es una pérdida de tiempo, o cuando más, un juego de artificio para unos cuantos elegidos. Los poemas de Eliot en traducción funcionan perfectamente, sólo que también tenemos que dejarnos leer en ellos. Y el hecho es que cada vez hay más poemas en traducción, y cada vez son más los libros de poemas traducidos que aparecen sin el original. Esto último es de una significación que me atrevería a llamar inconmensurable. Son muchos ya los editores de poesía que se niegan a publicar las versiones originales de los poemas. Y lo hacen no por ahorro, como podía suceder antes, sino con una intención muy clara: pretenden que el lector lea, no una traducción, sino un poema. Que enfrente un poema traducido como si fuera un poema en su propia lengua; que no tome en cuenta  antes de la lectura, que el poema tiene un original al cual siempre hay que referirse; que lo lea sin ni siquiera pararse a pensar que conocerlo en traducción es tan válido como leerlo en el original. Esto significa un cambio en el paradigma de lo que es un poema y tiene tal importancia que todavía no llegamos a valorarlo. Pone por ejemplo, entre otras cosas y por motivos diferentes a los que se ha argüido, de cabeza la relación u oposición entre lo que se suele llamar poesía de autor y la poesía popular o tradicional. Hasta ahora, sólo la poesía popular se permitía la libertad de contar con varias versiones, todas ellas válidas, de un mismo poema. Si el original y su traducción pueden tener el mismo valor para un lector, entonces estamos, por fin, rompiendo de verdad esa dicotomía, y los poemas, independientemente de quien los haya escrito, son de todos.

 

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