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portada-partes.jpg Partes de vida
Manuel Andrade
Bicentenario de la Independencia
de México núm. 8
Gobierno del Estado de México
México, 209

 

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Noche tan triste

Despoblada, sin misterio,
ajada en las esquinas,
la azotea pronunciaba
sus sombras muy despacio.
    Las nubes bajas
acomodaban su pesada bruma
en la ventana. Los gatos pasaban
por las orillas, sin ruidos.
    Las estrellas más altas
dibujaban sonrisas.
Los árboles se alejaban despacio,
empujados por el aire. La calle solitaria
ya comenzaba a enfriarse. Era noviembre.
    Pero no era el paisaje aterido
ni la ausencia no más, era la muerte,
entrevista, secreta,
puesta por vez primera sobre el mundo,
mostrando su hocico rojo de ladrillo,
como delgada cuchilla, con el aire.
    Su manto azul
cubrió muy lentamente todo sueño,
con una mezcla de desesperación,
suerte y olvido; su imagen se extendió
como una enfermedad a los placeres
y los gustos; su perfil dibujado,
uno por uno, sobre los rostros familiares,
convirtió el paisaje suave de la tarde
en un campo de buitres:
metálica certeza de la resignación,
agua salada que beber a solas,
noche tan triste, copa derramada
sobre la incomprensión humilde y la serena
sabiduría del tiempo entre la carne.




Humo

Delgado, azul, en el puente tranquilo de los placeres entrevistos,
fumaba
como si el pensamiento me desbalagara fuera de mí, sonriente,
fruto verde aguardando la lluvia, tirado en la tarde,
como salido del cuerpo y esparcido,
lleno de aromas femeninos y de noticias húmedas,
sobre la atmósfera verde, fugado al vaivén del aire,
escapado del pensamiento y la palabra,
en la música ligera del humo, vuelto humo...
    Voluta azul, sobre la tarde húmeda,
fumaba
en la ventana del cuarto atardecido, desde el aire,
entregado al desorden cabal de los sentidos,
palpaba de oído la guayaba y la granada,
despierto a su levitación indócil,
adivinaba la tersura grieta de un fecundo festín,
para formarme, en la ventana abierta,
cuerpo y navegación, una garganta de gritos
y una planicie trémula, como si fuera posible
abandonase al sabor oscuro del tabaco
y establecer los ritos, los festejos
mediante la apropiación del humo frágil.

    Sabor de los tabacos infantiles,
su carga coercitiva de culpa y libertad,
formaba un paisaje postal de cuerpos tibios
puestos a serenar bajo la lluvia.
    Su sombra gris tras la ventana incierta
llevaba mi mirada, ya sin mí,
a la hoguera prevista y necesaria:
al ingenioso invento de otras tardes
sabrosas, imprevistas, necesarias:
forja imposible de un futuro incierto,
sabor de una memoria recorrida al revés,
y saboreada a gajos, sin saberla.




Algo de futbol

Hazles un dribling,
tira una rabona, mete un centro, 
búrlalos,
fíntalos con la zurda a los muy bultos,
pica dentro del área,
cambia el ritmo de juego,
escúpeles la cara,
da codazos,
jala las camisetas,
písales la pelota pa que aprendan
rómpeles la cintura, bailarín,
escóndeselas, mago,
diez, desfóndalos,
hazlo, Pelusa,
haz que se humillen todos los defensas.




Marina

Esa primera vez fue la definitiva y desastrosa.
Yo no conocía el mar,
y el mar antes que el mar, fue el sonido profundo
y el aroma caliente de su cinta de espuma
reverberando sobre la improbable
mole del mar nocturno.
    Ni un pedazo de luna iluminó
la playa abandonada en que dormimos
frente a la inmensidad...
    En la noche, mi boca recortada por la fiebre,
buscó en la playa el nombre
de ese rumor oscuro y oloroso
que me cercaba, contra el viento, sombra.
    Entre la noche, con la persistencia
de su eco pegajoso,
el sonámbulo mar izó en mi cuerpo
su garganta tibia.
    El sonido acertijo de las olas,
dejaba ver, delgada, la sonrisa de dios
en la blancura helada del silencio:
una evasiva carta de promesas
para tallar la vida
contra el olor caliente de la playa.
    Aletargado, en el estruendo oscuro
de esa pared marina,
azul, dentro del ojo cristalino
del monstruoso universo,
atisbé la minúscula piedra de mi vida
entre la inmensidad del mar océano:
terror y algarabía, llanto y resignación:
    El alma frente al mar
fluye a velocidades imposibles,
mas las rocosas fibras del lenguaje
obstruyen el torrente
y la penumbra playa sólo fija,
de huella entre la arena,
su metáfora infiel, densa escritura,
que es sueño perdido,
y el afán misterioso de negarlo.
    La sombra adolescente, alucinada,
frente al saber oscuro,
y la obsesiva, añeja, desbocada,
repetición eterna de ese vasto segundo...




Cefalea en racimos

En la helada relajación, tras la migraña,
el mundo se evapora, lejanamente insólito:
aparezco extranjero en ese cuerpo
que sale del dolor y, entre la sombra,
es un traje arrugado y oloroso
que se acomoda en la prudencia errática
de su fragilidad. 
                          El frío derrumba
la memoria tensa
y deja un agujero azul marino,
en donde el lenguaje
es una enfermedad que afecta al tiempo,
lo reduce y constriñe a la conciencia:
afuera de mi cuerpo,
sin el dolor de saberme presencia,
soy un hueco nocturno de palabras
donde escapa asustado
el animal que soy cuando me duelo.
 

 




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