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portada-partes.jpg Partes de vida
Manuel Andrade
Bicentenario de la Independencia
de México núm. 8
Gobierno del Estado de México
México, 2009

Por Alicia García Bergua

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El título de este libro me remite a dos cosas, a la simple relación que se hace de la propia vida incluyendo todas sus partes, incluso las imaginadas, las soñadas, las pensadas y por ello no menos reales para un escritor, y el dar parte de la propia vida desde las distintas partes de su transcurso, que convierte además estos poemas en un recorrido evocativo y memorioso de los tiempos vividos. Creo que este libro está escrito en ambos sentidos, y que es sobre todo por el último, que se puede explicar la forma autónoma o independiente de cada uno de los poemas, pues lo que los une es este recorrido por una vida que se va ramificando, dibujando y desdibujando a partir de los poemas. Aunque pienso también que los buenos poemas son de muchas maneras una autobiografía literaria, en la medida en que recorren y expresan la vida del poeta, la mayoría de las veces el empeño de mostrar un panorama vital no es algo que los poetas se propongan conscientemente. Creo que en este libro de Manuel Andrade sí existe esta propuesta de ver los tiempos vividos a través de las palabras y de allí, a mi parecer, que el estilo de cada poema se haya elegido como una especie de lente o de instrumento que permite captar de una manera muy precisa cada vivencia, cada momento, cada ensoñación, cada imaginación.

Partes de vida es un libro que abarca poemas muy distintos, pues el lenguaje de la vida es sumamente diverso. Hay poemas que rememoran momentos de una manera muy precisa, y entonces las imágenes y las metáforas casi no se desbordan y se atienen al contenido; hay poemas que llevan incluso el lenguaje coloquial con el que se vivieron ciertas experiencias; y hay poemas que amplían y extienden su contenido como una forma de actualizar y de intensificar la experiencia.

Este libro tiene una especie de columna vertebral que es el arribo del personaje a ese umbral del que nos habla La Divina Comedia, la mitad del camino de la vida, que no es exactamente la mitad sino esa parte de la vida en la que uno empieza a verse desde cierta distancia, a sentirse muy parecido y muy distinto de los otros, pero con la conciencia muy clara de haber salido de una infancia, hasta cierto punto, aislada y evocada, sobre todo por la percepción sensorial del mundo y no por las ideas, para entrar en una colectividad representada por un lenguaje común y motivada, sobre todo, por las ideas y su fuerza emocional.

Este tránsito se puede ver a partir del poema con el que comienza el libro: "Padres, hermanos, perro, lagarto", en el que el ambiente familiar remoto de la infancia es recreado por toda una serie de imágenes que no se explican, sino que se amplían hasta volverse tan surrealistas como las del poema Yo misma, que pese a hablar de algo así como una iniciación sexual, posee una mirada perversa e infantil.

Estos poemas más que partir de esas descripciones lopezvelardeanas que hay en otros poemas de Manuel Andrade, tienen un dejo surrealista y vallejiano. En ellos el poeta se deja llevar por ciertos delirios intuitivos que lo hacen entrar en el surrealismo con el que se suele vivir la infancia. Después, en poemas como "Noche tan triste" y "Humo," se recrea esa melancolía de la pubertad y de la adolescencia temprana, la etapa en la que el cuerpo se vuelve extrañamente transitorio, pero también una cárcel del espíritu naciente del adolescente que aún no puede salir de sí mismo y entregarse a los otros. El lenguaje de estos poemas abandona el espíritu surrealista para adoptar esa sensación de ambigüedad y de neblina que anticipa el erotismo tan bien expresado en el poema Manzana.

Posteriormente, los poemas salen a la calle y se encuentran con ese nosotros que prefigura en realidad nuestra identidad adulta. En "La calle. Los ojos", otro de estos poemas que todavía recrean la adolescencia, la calle es una tenue profecía de esa identidad adulta que se va forjando en el poeta a medida en que mira y se descubre con y ante los otros, a través del lenguaje. En "El río" y en "Casi en el infierno "se narran las emociones y las experiencias antes de entrar en ese umbral adulto del que ya no hay regreso, en el que uno se entrega a los otros para ser el mismo y poder verse en retrospectiva.

Un punto medular de esta trayectoria vital que describe el poeta me parece que está a partir de "La canción es la misma" y "La muerta", porque son esa incorporación a la realidad que finalmente determina lo que somos por todo lo que llevamos con nosotros. En "La canción es la misma" cambia el lenguaje hasta ser muy coloquial y muy de un momento determinado, que es el 68, y en "La muerta" se unen ambos tipos de lenguaje de forma muy natural. Curiosamente, después el lenguaje de los poemas se vuelve más apegado a la realidad cotidiana y con menos florituras, hasta llegar a la descripción del temblor, donde según yo, hay una mirada que se vuelve ancestral, como si la vida que transcurre en estos poemas se arraigara y se indiferenciara de su sustrato, para despegarse después en un poema dedicado al futbol.

En  el poema "Las doce o trece apariciones de Nuestra Señora de L.," los versos recrean la maravillosa aparición del amor y de la amante como una experiencia que todo lo ilumina, parece madurar también el lenguaje empleado en todos los poemas anteriores, dando el fruto de una brillante armonía.

Los poemas finales del libro cambian de nuevo el tono y dejan de ser evocaciones sensoriales o conceptuales para ser simplemente memorias en las que se mira el pasado con curiosidad y placer.

Por todo esto pienso que este libro de Manuel Andrade es como una gema desde cuyas caras, que son los distintos poemas; uno puede observar los diversos reflejos de una misma vida que como todas las auténticas y apasionantes, siempre nos parecerá asombrosa e inasible.

Lo que me llama mucho la atención en este libro es la voluntad de Manuel de no asumir un solo estilo, aunque en cierto sentido lo tenga, en la medida en que tiene una voz muy clara, original y precisa, como todo buen poeta. A mí manera de ver, hay en este libro un empeño de hacer coincidir, como en las novelas de Virginia Wolf, el sustrato del poema con el lenguaje; es decir, un intento de que el lenguaje no domine totalmente a la materia sino que ésta obligue al lenguaje a transitar por la identidad, superando los objetivos anecdóticos del relato, y logrando que ésta aparezca en los poemas como compuesta de capas muy variadas y distintas, muy definidas o muy indefinidas.

Otra cosa que me gusta mucho es que este libro de poemas describe una especie de aventura en la que el escritor se interna en las distintas realidades que lo componen, sin anteponer ninguna idea estética, simplemente se deja ir y, aunque a ratos se vuelve excesivo, logra muchos hallazgos, y de eso se trata la poesía.

En este libro de poemas o en esta gema, Manuel Andrade ha precisado y redondeado todos los lenguajes que conforman su poesía, para que los veamos integrados a esa voz que es él, esa voz que observa, que se observa en distintos momentos de la vida, que imagina, que siente, que se pone en lugar de distintos personajes; porque la voz no es el lenguaje del poeta, la voz son los tonos y coloraturas con los que se articula este lenguaje. Y lo que va ganando el poeta con su obra es una voz cada vez más flexible, profunda e interesante. 



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