...............................................

De pájaros raíces el deseo, Luis Alberto Arellano

DE PÁJAROS RAÍCES EL DESEO
D´oiseaux racines le décir
Luis Alberto Arellano
(Edición bilingüe, versión al francés de Françoise Roy)
Ëcrits des Forges-Mantis Editores
Québec-IQCA, 2006

................................................
 
 

X

Mirad, hay un incendio en la luna, una brillantez de plata que perfuma todo el horizonte, oigan a la sombra como pasa presurosa con temor de ser interrogada.

El cúmulo de hojas que caen se marchita en el vaivén de las horas. Tengo en mis manos la semilla del hombre, una roca de ámbar satinado, un rayo de luz color de bronce. Y en mis ojos se desgrana pieza a pieza, la Historia de mis mayores. Tengo además, la virtud de inmolarme a voluntad, de ser fuego convertido en fuego. Soy la maquina que soñó un viejo italo asiduo a las bebidas y al ocio. De mí vienen todos los engranes que hacen funcionar el preciso mecanismo de los relojes en las grandes catedrales del mundo. Trimalción es el amo de mis movimientos y tengo por fe una broma que se empeñan en repetir los viejos que me siguen. Un dios mortífero mata al hijo de una diosa, a un hijo que había prometido cuidar, y no paga cosa alguna. Esa es mi religión, el culto a la traición y a la esperanza rota. Quién puede confiar en los dioses o en las maquinas. Los necios que somos todos, los cabeza dentro de la tierra. Ese es también el nombre de mi pueblo. Cabeza bajo tierra es como nos llaman aquellos que viven en el aire. Los que moran entre las llamas del fuego no tienen lengua que se exprese en sonidos. Su lengua se compone de gritos y muecas más grotescas que su contenido. Es verdad que no sabemos cómo nos llaman ellos. Seguramente será distinto del nombre que nos dan los que moran en el aire, esos gélidos cuerpos que se agitan a voluntad azarosa de un caprichoso viento. Tampoco conocemos la música que ilustra sus fornicios. Nada sabemos, somos aquellos que guardan los hombros, los brazos todos dentro de la tierra. Olvidaba la cabeza. Olvidaba el rostro, los grandes ojos que nos ciernen en la mirada de otro. Olvidaba también el sexo poderoso que nos comprime. Herida o asalto a la herida. No tenemos más variaciones que esas. No somos eternos ni caminamos erguidos con la mano en la cintura. Somos prudentes, tímidos del soplo divino. Pero mirad,  volved todos la vista, hay un incendio en la luna.


Profética


Hesiodo, poeta,

ganaba un concurso en ciudad lejana por esas fechas;

el oráculo le advirtió del paso por una pequeña

      aldea.

Morirás si tu cuerpo descansa ahí sus fatigas.

La fecha y el nombre del lugar no importan,

son tantas las cosas que aquí son materia del viento.


Fiel al consejo,

Hesiodo rodeo el camino para evitar el tránsito

por el lugar conjurado,

y presto recibió su premio.

Tal era la materia de su deseo,

pero eso tampoco hoy importa.


Al volver tramó el mismo rodeo

que le aseguraba huir de su destino conforme

a los hombres conviene.

descansó su fatiga en otra aldea,

en la casa de un tabernero

que le dio posada.

Había en ese lugar una mujer hermosa

pero que era hija del anfitrión.


He aquí lo que importa:

esa mujer y Hesiodo tuvieron tratos

conforme a natura.


Ella le amó

y espero que la promesa de la carne

fuera ejecutada.


Hesiodo negó cualquier lazo

y partió a los pocos días;

la familia del tabernero

trató de alcanzar a Hesiodo

en la huida.


Sabiéndose perseguido

la fatiga rindió a Hesiodo en ese lugar

cuyo nombre no importa

y que debía esquivar a toda costa,

y le obligo a esconderse en un huerto mientras reponía

fuerzas.

Hesiodo no supo nunca el nombre de la aldea

donde descansaba.


La familia del tabernero

le alcanzo

dio muerte y robó el merito

y las monedas que el premio

aseguraban a Hesiodo.


Insepulto

la leyenda y su epitafio

fueron transmitidos hasta nuestros oídos.

Eso es lo que importa,

eso y la importancia de nunca recoger

los premios que nuestras obras consigan

y que sin duda pertenecen a la familia

del tabernero que nos dio posada

o son tal vez

materia del viento.


Salmo


No debemos preguntarnos el mundo

déjalo que suceda en su amarga lucidez de polvo.


Soy esta carne silente con su muda estridencia de

      fluidos

que se esconden entre los párpados.


Y este árbol en su pálida erguidez de albino

y esta roca, en su callada acción perpetua.


La mancha del deseo amanece ya ceniza,

como los pájaros que se baten negros en el horizonte.


Para qué preguntarnos lo que calla terco

pidiendo silencio a su goteante mudez.


No está bien explicarnos la sombra,

ni las huellas que deja entre las manos.


Que nos suceda el Tiempo

en el vicio inútil de la carne.


Ver reseña del libro

 

{moscomment}