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Estamos solos desde ayer, Rosy Palau

ESTAMOS SOLOS DESDE AYER
Rosy Palau
DIFOCUR-Ediciones sin nombre
México, 2007

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Déjame despertar

Déjame despertar

sobre la cama,

vulnerable a los hechizos

de la tierra,

en la piel

que abandonaron

los ángeles;

tómame,

apártame del tiempo

y enciende la lámpara

de mi muerte

para verme nacer

en la casa del amor,

infinitamente pequeña,

sin palabras.


Estamos solos desde ayer


Estamos solos desde ayer

y han crecido los árboles,

huele a limones el patio.

Son las 9 de la noche

de todos los días,

nada nos falta

y estamos solos desde ayer.


A veces nos quedamos tristes

junto a las cosas

y hablamos de los muertos,

en sus cuartos pequeños,

sin ventanas,

esperando a todas horas

que un recuerdo los alumbre;

después andamos por la casa

como siempre,

mientras los grillos cantan,

la luna se levanta,

que sí, que no

y son las 9 de la noche

de todos los días

y nada nos falta.


Hoy amaneció lloviendo,

el sol se metió por la tarde

en un charco de agua,

el aire se llenó de niños,

de voces que pasaron sin nadie;

hasta que la oscuridad nos fue tapando,

hasta que nadie vino

a cerrarnos las puertas del miedo

con la luz de una lámpara,

porque ya no juegan los fantasmas

a ponerse los zapatos,

el  vestido dejado en la silla,

porque sólo queda este silencio

que no se apaga

y cierro los ojos

y no se apaga.


Cada quien se interna en su sueño

buscando tal vez

lo que otros dejaron escrito

en una sombra,

cada quien remueve los escombros

de lo que alguna vez ha dicho

y encuentra pueblos distantes,

seres que cruzan la penumbra.


Pero más allá de las sombras

aún perdura la forma de las cosas

y amanece

y todos estamos juntos

en medio de las horas,

todos,

llenando con la prisa

los espacios vacíos.


Lo demás es el aire,

son las nubes

en el cielo alegre

de la ventana,

es acariciar las palabras

ahí, pegadas a su deseo;

porque uno se acostumbra

al silencio que lleva,

a guardar en secreto

esas noches que no alcanzan

para tanta luna

y todos se azulece

y nos entran las ganas inmensas

de decir algo;

porque estamos solos desde ayer,

desde que abrimos los ojos por dentro

y llamamos y no vino nadie

y pudimos saberlo.


Niña con sombras


Por los tejabanes hierve el sol

en la cazuela oxidada,

salpica con su resplandor

a la niña que callada se deleita.

Su vestido, manantial de muselina

se extiende por el suelo

y en la mansa corriente de la tela

dos palomas hechas con el vuelo de la luz

picotean la turbulencia de una rama.

Del cajón que de tan viejo

tiene rotas las aldabas

toma su cetro, una botella que destella

verdes conventuales;

convierte piedras y sillas arrumbadas

en objetos que decoran su paisaje.

Un gato en actitud de fiera

se escurre por las tapias,

lo husmean por el cielo

sigilosos perros de algodón.

sitiada de si, nadie sabe

qué sueño, voluntad serena que la aísla

le da para escribir misteriosas consonantes

en el tronco de los guayabos.


En la casa el calor busca refugio,

se refresca en espejismos.

Los retratos, días clavados con un clavo

conviven impasibles

mientras alguien en su silencio entaconado

repasa con un trapo el encerado

negro del piano.


I I


Relámpago del instante

la voz que la llama,

se la lleva de su reino hacia las horas

y la empuja por la puerta cotidiana.

En las ventanas la tarde destiende

su naranja almidonado,

la luna es una coma

esperando enumerar la noche,

pero a ella la persigue un temor.

Por alguna parte las sombras, antes tan  piadosas,

se visten apuradas,

salen a ganarse la vida

en el papel de fantasmas.


I I I


Una balsa la cama donde navega solitaria.

sus ojos, diminutas fogatas

alumbran el espacio nocturno,

por la orilla, el tiempo acecha,

cae envuelto en sinuosas claridades

un espejo agonizante;

la realidad se desploma,

las cosas entierran a las cosas,

cambian de nombre, se aventuran,

murmullos, pasos,

sombras vivientes

que a su nueva forma se habitúan.


Rebaño de voces el silencio

se encamina

hacia un desfiladero de instantes

donde el sueño se arroja

a otro sueño, tan profundo

que sin ningún remordimiento

apaga todas sus imágenes.


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