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ESTAMOS SOLOS DESDE AYER |
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Déjame despertar sobre la cama, vulnerable a los hechizos de la tierra, en la piel que abandonaron los ángeles; tómame, apártame del tiempo y enciende la lámpara de mi muerte para verme nacer en la casa del amor, infinitamente pequeña,
sin palabras. y han crecido los árboles, huele a limones el patio. Son las 9 de la noche de todos los días, nada nos falta y estamos solos desde ayer.
junto a las cosas y hablamos de los muertos, en sus cuartos pequeños, sin ventanas, esperando a todas horas que un recuerdo los alumbre; después andamos por la casa como siempre, mientras los grillos cantan, la luna se levanta, que sí, que no y son las 9 de la noche de todos los días y nada nos falta.
el sol se metió por la tarde en un charco de agua, el aire se llenó de niños, de voces que pasaron sin nadie; hasta que la oscuridad nos fue tapando, hasta que nadie vino a cerrarnos las puertas del miedo con la luz de una lámpara, porque ya no juegan los fantasmas a ponerse los zapatos, el vestido dejado en la silla, porque sólo queda este silencio que no se apaga y cierro los ojos y no se apaga.
buscando tal vez lo que otros dejaron escrito en una sombra, cada quien remueve los escombros de lo que alguna vez ha dicho y encuentra pueblos distantes, seres que cruzan la penumbra.
aún perdura la forma de las cosas y amanece y todos estamos juntos en medio de las horas, todos, llenando con la prisa los espacios vacíos.
son las nubes en el cielo alegre de la ventana, es acariciar las palabras ahí, pegadas a su deseo; porque uno se acostumbra al silencio que lleva, a guardar en secreto esas noches que no alcanzan para tanta luna y todos se azulece y nos entran las ganas inmensas de decir algo; porque estamos solos desde ayer, desde que abrimos los ojos por dentro y llamamos y no vino nadie
y pudimos saberlo. en la cazuela oxidada, salpica con su resplandor a la niña que callada se deleita. Su vestido, manantial de muselina se extiende por el suelo y en la mansa corriente de la tela dos palomas hechas con el vuelo de la luz picotean la turbulencia de una rama. Del cajón que de tan viejo tiene rotas las aldabas toma su cetro, una botella que destella verdes conventuales; convierte piedras y sillas arrumbadas en objetos que decoran su paisaje. Un gato en actitud de fiera se escurre por las tapias, lo husmean por el cielo sigilosos perros de algodón. sitiada de si, nadie sabe qué sueño, voluntad serena que la aísla le da para escribir misteriosas consonantes en el tronco de los guayabos.
se refresca en espejismos. Los retratos, días clavados con un clavo conviven impasibles mientras alguien en su silencio entaconado repasa con un trapo el encerado
negro del piano. la voz que la llama, se la lleva de su reino hacia las horas y la empuja por la puerta cotidiana. En las ventanas la tarde destiende su naranja almidonado, la luna es una coma esperando enumerar la noche, pero a ella la persigue un temor. Por alguna parte las sombras, antes tan piadosas, se visten apuradas, salen a ganarse la vida
en el papel de fantasmas. sus ojos, diminutas fogatas alumbran el espacio nocturno, por la orilla, el tiempo acecha, cae envuelto en sinuosas claridades un espejo agonizante; la realidad se desploma, las cosas entierran a las cosas, cambian de nombre, se aventuran, murmullos, pasos, sombras vivientes que a su nueva forma se habitúan.
se encamina hacia un desfiladero de instantes donde el sueño se arroja a otro sueño, tan profundo que sin ningún remordimiento apaga todas sus imágenes.Ver reseña del libro |
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