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DE TANTAS VOCES |
Por Jorge Fernández Granados |
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De las tantas voces convoca, en principio, ciertos recuerdos, ciertas historias y ciertos personajes que, como marineros que llegan o parten de un puerto, visitan una cantina. El lugar, aquí, no es lo de menos. Precisamente aquel espacio que suele desdoblarse en espontáneas dimensiones de la soledad compartida —o de la fraternidad efímera— al que en México llamamos con una palabra que algo tiene quizás de canto: cantina. Por supuesto no me refiero a la etimología sino a los usos y costumbres que entre nosotros le damos a semejante reducto. Sin duda la cantina es un lugar que propicia, entre otras cosas, el canto. Sin ese punto de partida, sin ese espacio a un tiempo de tregua y de comunión, no sería probablemente comprensible por qué esas tantas voces están ahí, juntas en un libro. Voces rotundas aunque espectrales, hieráticas y errantes, llenas de vida pero heridas de muerte. La cantina les otorga el privilegio de la atención por un rato y también su turno de cantar. Por ello cada uno de los poemas de este libro es una balada, lo anuncian sus títulos pero sobre todo el oído lo percibe. Estas voces se levantan, una por una, sobre el murmullo de las mesas y el tintineo de las copas, para hacerse escuchar.
A grandes rasgos, esta es la anatomía del libro. Podemos detenernos luego por aquí o por allá en algunos subrayados. Ya se sabe, es cuestión de resonancias o de gustos —o de intereses—. A mí me encantan, por ejemplo, estos hondísimos versos del poema Balada para no héroes:
Pero es el contrapunto con otras voces lo que hace complejo e inquietante este libro. Voces que, sin más ni más, toman las riendas del poema para cantar y contar sus andanzas. El uso de un lenguaje coloquial, libérrimo pero certero, es un acierto en varios momentos. La intensidad de las pasiones deja su huella en no pocos episodios de humor, sarcasmo y hasta violencia. Nótese la fuerza sin eufemismos, directa y vital, de estas líneas de la Balada del despechado:
Así, con esta frontalidad emotiva y desgarrada como suelen darse y recibirse las palabras en el diálogo de las cantinas, la autora logra conmover y trazar esos dominios de la existencia que por contradictorios, no acertamos a definir, más que a veces, con un suspiro, un grito o una carcajada. Inolvidable resulta para mí, a este respecto, "Balada del 2 de abril", un poema que nos permite valorar en su agridulce sapiencia, su dura raíz y fresca ironía el talento de Ofelia Pérez Sepúlveda. Sin embargo, y no quiero finalizar la presente nota sin hacer esta advertencia, no es De las tantas voces un libro de poemas de cantina. No es tampoco una apología a la ebriedad ni un anecdotario más o menos folklórico de lo que en un lugar semejante puede conocerse. Su sentido va mucho más lejos. Ofelia Pérez Sepúlveda comprende, como Edgar Lee Masters en su conocido Spoon river anthology, que las presencias se convierten en evocaciones y las evocaciones poseen cada una, su propia voz. Trátese de un cementerio o de una cantina, no es el lugar lo que se narra, el lugar es el pretexto para lo narrado. El cementerio de Edgar Lee Masters o la cantina de Ofelia Pérez Sepúlveda son en realidad, pretextos o, mejor, hilos conductores para inventar un lugar sin lugar, un foro donde el devenir puede detenerse o disolverse por un momento para “permitir a las almas hablar desde el exterior del tiempo”. En fin, he aquí el verdadero tema del libro; almas en pena o sólo almas al desnudo. Viajeros sin alma o almas extraviadas en un viaje dentro de sí mismas. Personajes intemporales que encuentran una estación y se detienen para calmar su sed. Historias que se levantan con el polvo de la memoria o que simplemente están ahí, aguardando la voz que las recoja.
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