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isla-araujo.jpg La Isla
Mercedes Araujo
Editorial Bajolaluna
Buenos Aires, 2010

 

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No. 38 / Abril 2011

 


Con mi cola larga, lengua ancha, roja y bífida
mi aspecto marino es más temible que la herida
que puedo causar. Tengo que decirte, no hay nada en mí
que sea tan mortífero como parece,
me gustaría saber cómo es tu vida, si tus viajes
son amables y generosos, si encontraste el sosiego,
yo te contaría que se me ha dado por volar
y alimentarme de lagartijas.




Es la hora del amanecer, el cielo estriado
por minúsculos cauces rojo-escarlata;
tengo un nido nuevo y me dedico
a raspar un palo con una navaja, lo dejo suave,
cuando termino de rasquetearlo lo guardo.
Durante el atardecer suelo hacer collares
o cualquier otra cosa sin significado:
levantar una pera dulce,
un poco podrida, pero dulcísima.
Mordisqueando una pera te das cuenta
que estar solo en la hora roja de la tarde
es como dejar que del cuerpo
salga una hoja y de esa otra y otra.




Hay días en los que me hundo en el agua y no sé
si por influjo de la luna o por un simple movimiento del sol
puedo deslizarme sobre la tierra tan sinuosamente
como una serpiente con aros de color azul intenso
desde la cola a la boca, pero ese cuerpo de serpiente
pálido y embozado no soy yo,
quisiera poder aclarar cerca de tus oídos
algunas de estas cosas, me has dicho
que no es posible por ahora,
ya que las nuevas ocupaciones te llevan todo el día
y también que tu vida es mejor, más sólida.
No me hagas caso, simplemente podrías decirme
si es verdad que las escamas de mi cuero
siguen brillando a pesar de haber sido
arrancadas una por una, y que aún así
el cuerpo está contento con esta pequeña vida.

 

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