No. 38 / Abril 2011 |
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José María Micó La torre Mi abuelo materno fue padre de diez hijos. Hizo, para domarlos, una torre en el campo, mitad corral agreste, sin cerrojo en la puerta, mitad señorial parque de evónimos y grillos. El jardín en mis tiempos ya era viejo. Acogía, con una confiada paciencia de buen perro, añorando a mis tíos que en él ya no jugaban, a la prole de primos de la segunda hornada. La casa era muy dulce, cual membrillo maduro con nidos y con gatos poblando su tejado. Se pudría en invierno, cerrada a cal y canto. Ahora que soy mayor, y serio, y duro, vuelvo a ver unos columpios, un pozo, un cobertizo, dibujo milagroso sobre azul decorado. Eduardo Moga Dulce ángel de la Muerte Dulce ángel de la Muerte, si has de venir, mejor que sea ahora. Ahora no temo tu beso glacial, y hay una voz que me llama, en la tiniebla clara, allende el vado. De los sufrimientos pasados tengo el alma madura para bien morir. Todo cuanto he amado sólo perdura en mi corazón como un despojo del ayer, frío, de tan puro. Del limo de esta tierra anegada de lágrimas se desarraiga mi anhelo. ¡Morir debe de ser hermoso, como deslizarse sin esfuerzo, en una nave sin timón, ni remos, ni vela, ni lastre de recuerdos! ¡Y todo mi futuro está sembrado de sal! Me da pereza vivir mañana, todavía. Más que el dolor sufrido, el dolor que se prepara, el dolor que me espera, me hace daño… Y casi daría, por morir ahora —¡morir para siempre!—, un alma inmortal. Enric Sòria La Muerte, una mañana de abril La Muerte recorría la mañana de abril. Tan alta, sobre un mundo que despertaba en flor, que las nubes se abrían al rozar sus mejillas y su caricia helaba la nieve de las cumbres. Pero un fresco perfume de laurel se elevaba como una voz del mundo a su implacable paso. —Altiva segadora, que por beber su savia con hoz de hielo siegas la más fértil mies, ¿qué ganas destruyendo innúmeras espigas si en cada brote extinto resurge la semilla? ¡Cuando pasas, el mundo rebrota tras tu sombra y vivas golondrinas escapan de tus ojos! Orgullosa, ¿no sabes que bajo tu capricho la voz del moribundo eleva su clamor? En cada sacrificio, se enciende nueva vida. Nada muere del todo. Ni tan siquiera Tú. Sergio Gaspar Hacia el atardecer Sin este ardor que me desgasta las mejillas y vuelve más largas las puntas de mis dedos, ensayaré la despedida, y por mis faltas mantendré una sonrisa en los labios marchitos. Cuando muera, ya no tendré más fiebre. Viviré frío como el mármol, como el cielo, mi habitación parecerá un nacimiento donde habrá ríos y montañas y un lucero. Y figuras de barro o de retablo que no podrán verme, y veré yo morir. Déjame conservar una sola palabra para ellos, Señor, cuando piensen en mí. |
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