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Ley natural, Francisco Segovia

LEY NATURAL 
Francisco Segovia,
Ediciones sin Nombre, México,
2007

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La casa habitada

1

Esta mañana no te ha despertado

la alegre algarabía de los loros

–que siempre están dejando en bola el barrio,

yéndose de vacaciones a la playa–;

esta mañana te has quedado

en las nubes de tus sueños, en un ala delta,

entre las sábanas…

 

Y yo estoy sentado al borde de la cama

oyendo cómo a ti te sopla suave

y en silencio el viento

que a mí me ha desvelado

–a medias dichoso y a medias desdichado.


¿Cómo me verás cuando despiertes?

Tu despierta a tu frescura y yo

acunado seriamente en mis ojeras

queriendo para mí entre dientes

que no despiertes, que me dejes

tratar una vez más

de quedarme dormido junto a ti.


2

No había nadie ahí cunado me fui.

No me fui yéndome de nadie.

Tal vez sólo la breve tolvanera

que hacen las hojas de los fresnos

del agua muda del aljibe y el reflejo

de un jardín del que me estaba yendo

como se va la imagen de un espejo

cuando la luz declina y termina el simulacro.


Pero si no me fui de nadie

¿cómo es entonces que me fui?...


El agua muda y la breve tolvanera

de las hojas de los fresnos

que no duró un instante.

El agua muda

que aún miro fijamente.


3       

El silencio recorre los pasillos

y se remansa en las habitaciones

–¿Eres tú? ¿Eres tú? ¡Acércate!–.

Un aire de otro invierno despelleja los muros

veleidades y promesas… A cada cosa le deja

entre las manos el gélido desierto

que cada cosa es…


4

La casa sigue puesta y firme.

Pero ya no para nosotros sin raíces.

¿O no adivinas en las manchas de los muros

la hiedra viva que nosotros fuimos?

De sus meandros verdes sólo quedan

esas vetas negras  y esos pozos de humedad

donde bebieron –y eran nítidas– las flores

del papel tapiz.


Escúchame –¿por qué no me oyes?–:

la casa y sus cosas aún están ahí:

la mesa puesta y la maleta lista para el viaje.

Somos tú y yo quienes ya no saben

mirar su solidez. Tú y yo…: una figura borrosa

tras el paño del tiempo una vaga nostalgia

que va disolviendo el ocaso –¿lo ves?

¿por qué no me miras?– un silencio que se emposa

en el frío socavón de nuestra sala

ahora que el sol se ha puesto.


5

Nadie –sino acaso tú– ve la luz

con que leo en la butaca.

Y nadie va a tener ojos –sino tú–

para el desenlace de la escena

que está ocurriendo a todas luces

en el pabellón de ese marco vacío…


Ven. Nadie nos mirará.

Hace días que tengo hecha la cama.


6

Lo que desolló el estuco y despintó los cuadros

no fue el tiempo. Lo que aún cala

en las rendijas y carcome la argamasa

no es tampoco el tiempo. Los siglos no han pasado

nunca por aquí: se estancan y contemplan

en su estanque las raíces descuajadas

la seña inútil que levantan

contra el cielo ese reflejo

donde a las claras ven que no son

sino naturaleza y tierra alzada

sobre su propia espalda: tiempo

que no tiene tiempo de huir de sí mismo

y dejar su caudal de figuras fantasmales

abstractas y delgadas como un rostro en el espejo

y la vida cotidiana: tiempo que se queda

materialmente entero en su raíz volteada

mirando hacia el vacío

como se queda un muerto.


Indicio del tiempo


Esas hojas alguna vez fueron el árbol

esas piedras la montaña.

Pero no son hoy de ese ayer

ni su nostalgia: son

–como las ruinas– el vestigio

de algo que no fue

para nosotros…


¿Cómo no mirar

en todo entonces

un despojo?


Y aun así viviendo

en un mundo de cosas que son rastro

de otras cosas y otro mundo

no podemos hablar sino de cosas nuestras

(este árbol esta piedra esta casa)

y sólo de eso hablamos:

de esto que nos queda

de todo esto…


Birds in the night

                bajo el diente rapaz
Verlaine

               
Dos gatos riñen dos segundos

en la azotea. ¿Qué cosa iría mejor

con el rápido arañazo de sus garras afelpadas

que la súbita sordina con que gritan sus anginas?


De su rauda escaramuza

–que sabrán ellos quién ganó–

queda en el aire de la noche sólo

ese lento remolino de polvo

hojas y silencio que se cierne

y no acaba de asentarse

en el áspero poso de la tierra…


Reflección (1)


Miramos el jardín

a la vez en ruinas y recién pintado

después del chaparrón de anoche.

De una hoja de la tibitina

cuelga el hilo suelto de una telaraña.

¿Por qué no lo mueve el aire?

Lo mantiene tenso el peso

de las gotas de lluvia

que aún corren por él –o no corren

pesan: abalorios de un rosario.


En cada gota se refleja el jardín

donde estamos tú y yo

mirando su carrusel: una cae

empujada por otra que se añade…


¿Quién puede decirnos

si estamos figurándonos ahí

la vida entera

o ahí la vida entera

se nos muestra como es?


Sísifo


La piedra que rueda cuesta abajo

no vuelve a la cima por sí sola:

su ley ama la inercia y su condena

la profundidad del Hades.


Pero a mí –por justicia y norma–

los dioses me sujetan de otra suerte…


Es mi obediencia –no mi condena–

lo que me lleva a poner toda la vida

en subir una y otra vez la misma cuesta

–como sube el sol todos los días–

pero es mi condena –no mi obediencia–

empujar la vida contra su propia ley.





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