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No. 39 / Mayo 2011

 

Eduardo Espina
(Montevideo, 1954)



Mínimo de nombres posibles (*)
(Un comienzo es siempre otro)

 

de manera que aquellas cosas que no se pueden decir,
es menester decir siquiera que no se pueden decir.
Sor Juana

 

No se veía nada, mejor dicho no se veía nada.
Tiene razón Sor Juana en lo que haya callado
y aquello al pie de un epónimo, y a propósito,
¿cuándo verá el oso a su femenino en la miel?
Desde este Luxor a solas, rocas, peñasco, mar
a morir menos que ánima venida de muy lejos
pero no tanto como estuario anterior al tiempo.
Mar de todas las mareas al remar a su manera
a ras de la corriente donde dirá a los días todo.
Y al Sur salpica, rasca el kiss de las quimeras
haría hace un buen rato por ser tan de repente
o tan, buen ciego para la Sor, también Él azor.
Mira cuánto ímpetu ha perdido, o mira cuánto
de todo esto dejaríase mirar en hora, ahora ya.
No se veía nada pero ahora se ve menos, años
de no verse, de bañarse en guarismos a ciegas.
Entonces igual a ella sería la mirada en la cara
de lectura cuando la cifra abre y ve la primera
palabra: eso es ver, esto es el sentido siguiente.
Frase, refranes y no dejes el alma para mañana
ni menos señales su ausencia añadida al cariño
de piraña que de niña comía mirras arrepentida.
Juana anda dando a las ideas un ánade desnudo.
Para otra será tal ardid, para él la edad indebida.
¿Cuál de entre todas las que tienen aun tiempo?
¿Edad de las que mueren más al menor intento?
Ahí va, viendo al viento tocar a la íntima bestia
tan bien enviada por quienes temen a la imagen.
Caza la cima, si tanto le daba la luz como llegar,
porque ha llegado: comienza con apariencia, en
la misma persona la sorpresa cambia de planes.
Mínimo de mundo visible, el que Berkeley vio
y no este de ahora, que a nadie ideal pertenece,
mundo para inclinar a la chancleta la bataclana.
Está frío, en la ingle clama por algo menos ahí.
Mundo, o da lo mismo pues en inglés es world.
Cuando empiece a ser menos, alguien lo sabrá.




Un poema que me gusta
(Los demás también)

 

                                                                                                           En fin, la escena que se
                                                                                                           representaba en el matadero era
                                                                                                           para vista, no para escrita

                                                                                                                                     Esteban Echeverría

 

La vaca en coma vale lo que no cabalga.
¿Una milla, un metro atrincherado en la
dicha cuyo enchastre bailara chachachá?
Corrió el riesgo de la inocencia, saboreó
ubres, albóndigas endilgadas al gaznapo,
molleja enardecida por las chalas y todo
por dar leches: cuánta blanca alcurnia en
cuyo seso sosiega el talento de tal mente,
cuánta taba carneada para las parrilladas.
Desconfía entre trifulcas del flan nupcial
y del montón de tomos en el sentimiento
de madrastra astral ante un trébol en vilo.
Es vaca y en eso lo ha sido: pace aseada,
sólida como quien pide que la deslechen.
De infanta buen ternera para el bife feliz,
carecía de virgo gordo por la entrepierna
debido al desvío que obvio la abotonaba,
ah la muy regia con higienes de religión.
Al verse reverdecida por su vestigio dijo
en lengua grossa como cada cual calcula
el eco quieto de los toros recién casados,
espera que en marzo nazca así la mirada.
Porque teme a la intemperie, se esconde
en la helada lumbre del primer pirú que
encuentra, disfruta su aftosa en privado.
Ni el sabor hablando en voz baja la hará
volver al alba donde vive con su familia,
la pesca del desayuno en los gramillares
la hallará callada, como si recién hubiera
llegado del silencio para estar más cerca
de la baqueana abriéndose la cremallera.
Pecan los pájaros, el tabú acostumbrado,
la fronda hermafrodita de la cual vienen
los años fríos, peca la oca para ser capaz
de escapar del pez espada, ¿y el hada de
la pradera cuya edad ha hado que hablar?
No peca la vaca, no le quita al eco nada,
no por mucho gritar vería su voz menos 
como aquellos aullidos de Alfonsinas en
un mar de espuma muriendo escondidas.
Burdas, ebúrneas, ¡cobardes!, a bordo de
las larvas al verlas al alba bajar al tambo
tambaleándose con abolengo tarambana.
El chasquido en la cueca, la labia bestial
del chirle, carne igual a ella de noche en
casa sacudiendo la garcha del boy scout.
Con tal rulo rural más no fuera al ulular,
ella a su buey de buenos novilleos (retó
al toro por no encontrar un tordo cerca),
ella por su lágrima a la pagoda original,
longitud de la juventud cuando la vio y
en el humo de un mundo, ninguno más.
Pezuñas y talón al lado de la lombriz al
conseguir se juntan lejos de la tangente
del genial pernil por una de las reserías,
y por la otra dándole sangre sin ganado.
La vaca en la zanja joven huele a tasajo.
Pasea su nata, un peso neto de métodos.
Nato. Nada mejor para el jagüel jugoso
debajo del ojo que por querencia es así.
Va la res a resucitar la música hermosa,
el mundo cuyo mu muere mucho mejor.
Entre las rachas del choripán ha de huir
al quedar desenredada con cada ángulo
de lóbrega desabrigando a las brigadas.
A fin de cuentas, jaló paja el areópago
por atraer lograda la gravedad al pago.
Qué habría sido de las ubres, del árbol
ordeñado cuya duración ¡daba órdenes!
Con la chiripa podría haber venido una
idea a separar las taperas del buen butiá.
Nada queda sino chingolo para la culpa,
¿y hoy mientras traen los charques, qué?
Queda el cuervo sin perderse la ocasión.
Los nombres, puestos a ver en el viento
entienden desde cuándo todo es tiempo.
Es habla para no seguir sola, es silencio,
obra, briznas de curtiembres o mas bien
ha de ser la visibilidad que habrá salido,
el gavilán aéreo cuando vencedor debió
ver a la vida vestida de vaca y al ombú
contento ante el entrevero abroquelado.
Ha de ser por si alguien lo supiera decir,
una cola para sentir la estatura colmada;
en medio, la mirada del aire decide huir.
Un paisaje de ojos entre muchos rabos.
El olvido tendrá idioma para decir, solo
el agua abrirá la boca en caso contrario.
Sabrá la palabra dónde dejar de pensar.

 
 

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