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No. 39 / Mayo 2011

 

Tulio Mora
(Huancayo, Perú, 1948)


El sol del exceso
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(Una foto en Cuernavaca - 1980)
 


Para Virgilio Torres y Rafael David Juárez


Ninguno de los tres recuerda quién nos tomó esa foto.
           Cuernavaca 1980, todo el tiempo en una ruidosa
           oración de un zorzal.
Ni siquiera hemos muerto, ni supimos quién se escondía
                                          bajo la manga
de esa cámara ambulante que llevó una torta más a su casa
                    cobrándoles a tres muchachos muy ebrios
la altivez de una mirada desobligada,
                     lo que Malcolm Lowry sabía:
             que la tristeza siempre es desafiante.

                                                           **

¿Qué clase de tristeza, me pregunto ahora? ¿Para cortarse las venas
           escuchando los boleros de Julio Jaramillo
           o solo para atajar las malas vibras de un día?

                                                           **

Vi al asesino del cónsul, oí a Orlando Guillén recitando un poema barroco
           y alguien, detrás de un biombo me arrojó desechos de eternidad,
visité el palacio de Hernán Cortés que nunca me importó
                               porque ya era mucho haber escuchado
a Charlie Parker en el Zorro Plateado que corría a 200 kms por hora mientras
           los bosques de pinos empezaban a celebrar el ingreso
de los nuevos muertos. Pero no les dimos el gusto. ¿Qué montañas
                              son las montañas
y qué tristezas son las tristezas? Ojo con eso, Kiorai.

                                                           **

Cuernavaca. Que es Cuaunáhuac. Una herida, la mera mera de los aztecas.
No era importante que estuviésemos en ese momento.
           Uno es herencia en el rencor de cada quien, sea aquí o
en la puta laguna de los fronterizos mentales.
Nunca escribí un solo poema, nunca leí a nadie, nunca quise saber
                                más que de Lowry y Rulfo
huyendo por sus propias pesadillas que inevitablemente
          terminaban en este callejón sin salida. Me gustaban los navajazos
como metáfora del asombro de una sobrevivencia sin norte,
abrir sonoramente las puertas batientes de una cantina y dejar la intriga
                     de varias tragedias por completarse.
Todos éramos poetas. Eso decíamos. Buenos o malos, nunca lo sabremos.
                    Y nunca nos traducirán en azteca.

                                                           **

Octubre cuando remiro la foto es el mes del cielo indeciso en Lima,
es cuando todas las viejas ex putas visten ese morado místico
          que nos devuelve a nuestras verdaderas miserias.
Hablo de mi país aunque zorzales haya con un irresponsable canto
                               soñando con primaveras de otra alucinación.
Ayer vi a uno bebiendo agua y elevando el pico para cantar
          con un agradecimiento que los cerdos humanos nunca lo hacemos.
Un zorzal negro. Un cantante de ópera. Un Orfeo recompensado.

                                                           **

Rafael David y Virgilio son nombres en la agenda de Pancho Villa.
          De hecho ambos formarían parte de su Guardia Dorada.
¿Qué hay en esas miradas: la culminación de una certeza -fría como la estrella
         que nunca brilló para nuestra suerte- filosófica, convincente,
desconcertante? ¿Es que éramos capaces de llegar a la poesía solo con
                             una ebriedad sin control?
Veo a los zorzales beber pequeños sorbos en los jardines que rodean mi edificio
          y es bueno saber que se saben importantes porque un día
          han podido beber sin que se afanen hasta la injusta fatiga.

                                                           **

Siempre habrá una puerta abierta para cruzar mensajes.
Intensos, vibrantes para decir en pocas palabras una biografía
           de 30 años o más. Siempre honorables.
Pero aquí no hay pinos donde pudiera aullar a la luna con ese vigor
                                        de los paisajes reconocidos.
Hasta podría improvisar ciertas palabras en náhuatl que descifren
           el poema de las praderas volcánicas.
Solo de la frustración brota esa bella venganza del canto dolido.
Algún día escribiremos bien, nos dijimos, o ese creo que fue el mensaje
          de dirigirnos desbocados por una autopista
dispuestos a morir como el cónsul sin haber sido nunca Malcolm Lowry.
                             Las formas de la imagen:
ángeles callejeros con mucho rock y harto olfato para salir de las broncas
           cuando las peleas alzaban cuellos de botella relucientes.
Subimos y bajamos por esos azares. Si tuvimos suerte
                    ya no tenemos tiempo de agradecerle a nadie.

                                                           **

Qué aires de autosuficiencia, qué desobligación.
Qué tipos más espontáneamente peligrosos.
           Pero les juro que Pancho Villa se hubiera cagado de risa
mirándonos. Rafael David, Virgilio y al centro el que viste
           camisa corta y calza botas norteñas.
¿Cómo se dice en azteca que somos la voluntad
            del viento cercando -inútilmente-
                                                            al volcán
para que nunca madure? Instinto de poema en un lenguaje avezado.

                                                           **

¿Me asombró? Sí. Es una foto de una triste polifonía.
No hay sol ahora. No habrá por algunos meses más.
          Los zorzales y otros pájaros que vienen del norte
(hay quienes dicen que desde Alaska), bellos cardenales
                               haciendo vibrar
las ramas de las campánulas cantan y enamoran a sus parejas.
          Es todo su afán. Ojalá
          ellos fueran la correspondencia de nuestra foto.
Posando en la memoria. Y que en su canto el cielo sepa
           que aún nos falta el sol del exceso para soñar de verdad. 

 

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