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No. 41 / Julio-agosto 2011

 
Gabriel Maya
(Ciudad de México, 1969; vive en Pachuca)



Humedad azul


homenaje a La tempestad de Óscar Kokoshka


En el cristal de fondo, el vaho
dibuja el eco de nuestro abrazo;
con empastes de un suave hundimiento
refleja nuestro oleaje;
mas otra pincelada nos trama
en la atadura de la sábana
como un trozo de mar llegado por sorpresa.
         Heredamos al azul un horizonte nuevo.
La lluvia acopla en su caída
el blanco remolino de nuestros cuerpos
y la crecida transparencia de nuestro sudor.
         ¿Qué gaviotas abrieron sus alas,
entre nosotros, aquí, cuando un espasmo,
con su canto de sal, se hallaba suspendido?
         ¿Por qué tu pecho modela la arena
del poniente, la duna de agua de la nube
y la espuma de espejo del oriente?
         La sangre, que encadena espejismos
a los ojos, el sueño a los colores, goza su curso
como un vuelo.
          Anclados a la espiral del caracol
hacemos perdurar /al pie de la tinta/
la volcadura de la ola.






En estado de ofrenda


Como quien pinta con la voz y canta
con los ojos, en el mismo tenor
de la rosa, la espina y el perfume
        (como beber café por la mañana
        olvidando el sueño e inventando el día)
iluminas los últimos secretos:
       el antiguo entusiasmo de las aguas
       por encontrar su fruto,
       el rayo exacto con que el sol reúne
       las bandas de color del arco iris,
       las flautas invisibles
       que cortarán el paso de los vientos.

Y por si hiciera falta algún prodigio
igual que si mezclaras
todos los elementos
       (en el caldero de cada minuto
       y en la saliva de cada ensalmo)
dibujaste vitrales ondulantes
en alas de libélulas,
“o hiciste florecer…”
sí, apenas en la sola semilla
       catedrales de luz
       cascadas de amapolas,
¡qué será de la lluvia y el surco
cuando caigan a tierra esas semillas!
            …
Y a fin de cuentas, ellas
       (palabras y semillas)
si no las viera ahora
entre los dos espejos
       (poemas y silencios)
en su trueque amoroso
“por los signos de los signos”
si no reconociera en sus latidos
       (un poquito de barro)
las antiguas figuras de los labios,
pensaría… que fueron inventadas
sólo por Marco Antonio Montes de Oca
(todo un canto entramado con el tiempo…)











 



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