No. 41 / Julio-agosto 2011 |
Jeremías Marquines
(Villahermosa, Tabasco, 1968) Matorrales húmedos para modelar una flauta de siete cañas tal como lo enseñara el dios Pan Si Dios se mordiera las uñas todas las mañanas habría recompensa de leche nueva en los jardines. El sol llenaría su estómago de patos asados, quesos grasosos y bayas silvestres, puestos en los dinteles donde la noche desenreda sus cabellos de jacintos frescos. Si Dios se mordiera las uñas, mi madre me esperaría como la estrella de la tarde con un cubo de vino dulce en el umbral de la puerta; perfumada por la mecha de las lámparas. Si Dios se mordiera las uñas no tendría este agrio dolor en la columna. Las neveras estarían repletas de congrios dorados. Por las calles blancas de la ciudad las putas desfilarían mostrando sus senos cubiertos de miel virgen, haciendo milagros y repartiendo pan a los menesterosos. Si Dios se mordiera las uñas, la esperanza sería un caballo entre los mirtos de la hondura donde hay una hierba roja que cura el desencanto. Pero como Dios no se muerde las uñas, la vida es un campo de ortigas donde proliferan bestias ennegrecidas que otean la luz desde sus asientos de piedra negra. Mujeres que lloran como una herramienta afilada. Infancias donde los únicos felices están borrachos. Si Dios se mordiera las uñas, todos creerían que el aire de la tarde es blanco, que la lluvia tiene forma de veleros carcomidos, que el miedo son dos niñas que se besan, que la muerte tiene el olor del pájaro en su nido. que el amor cava hondo en las cenizas, islas para tus senos nadadores. Aún hay tiempo de sobra para morir No sigas preocupándote por mí. Mejor piensa en ese pájaro cautivo que resuena en los cuartos vacíos. En las uvas bordadas en tu blusa que avivan golondrinas de cabezas negras. En las redes de mimbre que sirvieron para pescar las horas de sol contra el cielo tempestuoso. Piensa en esas puertas que alguien sonámbulo abre por la mañana sin que nadie lo espere. En Dios como si fuera una especie de borracho que se come las uñas entre ráfagas de lluvia. Piensa en lo imprescindible de la vida: en las botellas de agua purificada; en las aspirinas que producen náusea; en el chocolate por el que comprendemos el significado de toda reflexión tardía. Piensa que hoy, no es otro de esos días en que despiertas con un buitre en el pecho odiando la rutina. Aún hay tiempo de sobra para morir; las hojas son ojos nublados en un jardín de octubre. Aún hay tiempo: no olvides poner el despertador; cerrar la válvula del gas; echar llave a la puerta. Aún hay tiempo para otro vaso de agua. Brassica oleracea var. viridis
A la memoria de Raúl Marquínez Aguilar
La bola salió del campo. Mi madre pide que apague la radio. ¡La bola salió del campo!, le digo. Ella hace empanadas en una mesita que tiembla como la fe. Debajo de la mesa un gato perezoso come los pedacitos de carne que se caen. Ella lo consiente: Missh, missh, le dice. Me pide que pique el repollo. En la casa de junto ponen un disco de Chico Ché. Recuerdo la laguna que había en la colonia, al compa Arnulfo, el hijo de doña Meche; las matas de mango donde jugábamos canicas. Algo me recuerda la poesía esencial de Gonzalo Rojas. Aprieto el cuchillo contra la tabla. Las arrugas del repollo vuelan lejos. La poesía esencial es un fraude, pienso mientras el gato sueña que Jesucristo es un maratonista que llega tarde. El repollo es más esencial que la poesía. Es una herbácea bienal, de hojas ovales, oblongas, lisas, rizadas o circulares, dependiendo de la variedad, forman un cogollo compacto. No es que me interese, pero mi madre no está. Tampoco estás tú que antes picabas el repollo. Eras bueno en eso, hacías trocitos chiquititos igual que esos poemitas de una sola palabra. Hacías trocitos esenciales de repollo. Sólo prendías la radio para oír telereportaje y el béisbol. Ahora estoy yo y el gato. El repollo que vuela lejos y Jesucristo que siempre llega tarde. |
{moscomment} |