La palabra habitada de Joserramón "Che" Melendes En Puerto Rico hablar de Joserramón “Che” Melendes es ante todo sinónimo de provocación en su sentido positivo. A Melendes se le debe mucho; lamentablemente, su legado pasa las más de las veces desapercibido. Pienso, por ejemplo, en su activismo cultural, que le ha valido a la historia literaria de Puerto Rico el redescubrimiento de poetas fundamentales como Juan Antonio Corretjer y José María Lima. Qué no decir de su papel en la difusión de las voces más importantes de la poesía puertorriqueña de los años setenta y ochenta. Es posible conjeturar que el ninguneo al que se ve sometida su figura se debe a la imagen de niño terrible que critican por igual tanto los cenáculos académicos como el estatus colonial de la isla. Con todo, de todas estas facetas quizá ninguna resulte tan controversial como la tentativa de revolución lingüística que promueve con su propia escritura. Melendes practica una ortografía alternativa y a su juicio más “lógica”, puesto que intenta reproducir la naturaleza de la lengua hablada. Como sostiene en conversación con Quetzal Acosta para la desaparecida revista El fémur de tu padre: |
No. 43 / Octubre 2011 |
La palabra habitada de Joserramón "Che" Melendes |
Por Néstor E. Rodríguez |
En Puerto Rico hablar de Joserramón “Che” Melendes es ante todo sinónimo de provocación en su sentido positivo. A Melendes se le debe mucho; lamentablemente, su legado pasa las más de las veces desapercibido. Pienso, por ejemplo, en su activismo cultural, que le ha valido a la historia literaria de Puerto Rico el redescubrimiento de poetas fundamentales como Juan Antonio Corretjer y José María Lima. Qué no decir de su papel en la difusión de las voces más importantes de la poesía puertorriqueña de los años setenta y ochenta. Es posible conjeturar que el ninguneo al que se ve sometida su figura se debe a la imagen de niño terrible que critican por igual tanto los cenáculos académicos como el estatus colonial de la isla. Con todo, de todas estas facetas quizá ninguna resulte tan controversial como la tentativa de revolución lingüística que promueve con su propia escritura. Melendes practica una ortografía alternativa y a su juicio más “lógica”, puesto que intenta reproducir la naturaleza de la lengua hablada. Como sostiene en conversación con Quetzal Acosta para la desaparecida revista El fémur de tu padre:
Al abogar por una escritura “fonética” simplificadora del idioma español, Melendes se considera continuador no sólo de las ideas de Valdés en el Diálogo de la lengua, sino de Andrés Bello y sus propuestas para un español más “democrático”:
Con estas premisas en mente, quisiera comentar el que tal vez sea el texto más ambicioso de Melendes: La casa de la forma. Me interesa específicamente el modo en que el hablante poético se identifica con la lengua como instrumento de redención. La casa de la forma se publicó en 1986 en ejemplares numerados y encuadernados a mano. La portada y contraportada de cada ejemplar consistía en una pieza artística única. La segunda edición de 1997 intenta retomar en algo esta propuesta del libro-objeto con la repetición del trabajo artístico en la encuadernación. En lo que respecta al contenido, uno de los posibles niveles de interpretación tiene que ver con la ortografía particular que describía antes, gesto que tiene sus antecedentes en Cortázar, Juan Ramón Jiménez y Andrés Bello, que, como se vio, el propio Melendes señala como una de sus influencias. Melendes, sin embargo, parece proponer una transgresión mucho más radical, puesto que intenta minar la autoridad de la escritura desde su propia materialidad. Para ello recurre a una “mala escritura”, para usar un término del crítico Julio Pietro, que simula una transcripción de la oralidad. En la carta-epílogo de Cintio Vitier a La casa de la forma el cubano entiende este aspecto de la poética de Melendes del modo siguiente: “Joserramón lo que quiere sobre todo es meter el habla en la escritura de tal modo que ésta se revele por ello mismo indestructible, hierática, incurablemente icónica y desde luego sin remedio egipcia”. Una forma de matizar esta idea consiste en señalar el itinerario de un sujeto en proceso de forjación que se abre paso en medio de esa tensión entre oralidad y escritura. El viaje de ese sujeto se inicia, por supuesto, con la identificación del otro que habla. Ese reconocimiento genera un residuo que viene a ser el material poético, y que se caracteriza principalmente por ilogismos, lapsus, quiebras del sentido, “mala escritura”. Lo interesante es que si acepta que La casa de la forma es el espacio en que el viaje a la integración con el otro se manifiesta en una escritura de liberación, la forma que se elige para ello es el soneto.
Es curioso que este ejercicio se elabore de acuerdo a la ortografía normalizada que Melendes tanto critica. Al incluir en La casa de la forma un soneto de juventud el autor podría estar sugiriendo una idea de continuidad en su poética literaria, pero la pregunta que surge de inmediato es por qué esos quince sonetos-glosa no están escritos según la lógica de la “escritura fonética”. Con todo, el poema muestra factores importantes para adelantar la hipótesis de un sujeto en busca de concreciones. El yo poético alcanza en el último verso del primer cuarteto y en el último del primer terceto lo que parecería ser una certidumbre ontológica: “es posible ser todo y ser mitad”, y luego: “Es posible ser mitad y ser todo.” Enunciadas en clave de apotegmas, estos dos versos parecen aludir a un sujeto reconciliado con su mismidad, y más aún, a un hablante que se reconoce vinculado a un ordenamiento de tipo cósmico, como la analogía romántica del yo y el universo. No obstante, el último terceto viene a contradecir todo lo anterior. En esta especie de coda se llega a una conclusión totalmente distinta: “lo inmovible del ser cae por mí./ -(Soy mitad.)”. No en balde Vitier lee los sonetos-glosa como una “suma imposible, rota en sus sumandos”.
Así las cosas, para la indefinición del sujeto poético queda la materialidad del decir como forma de comunión con la alteridad (“No tengo otro/ remedio qel soneto i qe lo otro”). El sujeto enfrenta una situación en la cual, para llegar al otro, necesita la materialidad de la forma poética, pero esa materialidad que le regala el soneto no se traduce en condición existencial de plenitud: “Mi bida se a basiado de sentido/ se a yenado de formas, resipientes/ sin contenido i se an creído su suma/ un nuebo contenido continente./ yo no soi nadie ya, yo no soi nadie./ Solo qedan las palabras de desirlo”. En suma, el poema que debiera ser remedio termina siendo el espejismo de esa cura. La constatación de ese fracaso, no obstante, levanta un monumento estético en el cual la crítica apenas ha reparado. |
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