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No. 45 / Diciembre 2011-Enero 2012



Zazil Collins

(Ciudad de México, 1984)



Tumbling

La fiera bonza
se me lanza con colmillos de alcanfor.
Toma mis manos.

          Amanece
con la tonada callejera 
de una añorada ninfómana
que levanta
el anhelo de la paloma 
temblorosa
por su canción infantil.

Heme, bajo el búnker 
con un desdén de fantasías. 
Soledad de lupanar.
Y por el tracto, la náusea en brasas. 

          Bajo el brassiere, la tentación del mordisco 
de un guillotinado san Martín de Porres
o un lechero en engorda
en los pechos de la poliandria;
las mieles de la gesta,
en la imaginación del retraso, 
en la espera y el rechazo
de una vida. 

Mi vientre se acomoda.
Impávido y ufano
quiere parir en la náusea. 

            No,
que no. 
No al filo del acantilado 
del cronotopo sin hambre;
de frente a frente al oficio
por sexo no amor primero
en la tripa, vámonos

antes de preferir el escozor, 
lo movedizo del cielo que miramos, 
desde los estambres,
degustando la sutil ventisca
al pronunciar los soplos. 

         Somos el germen del no
o el éxito de todos los fracasos.
—No llores, Ángel González—

Vámonos, vámonos, como putillos, al diablo.
Cojamos entre las piernas 
lo que deba sostenerse,
con el ahínco,
en el acorde
                                       y sus veintiún consonantes.






Monólogo de Amazona
                          a la partida de Thomas Cavendish con Leucótea


Cavendish prometió volver.

A babor y estribor,
sostenidos por obenques
y amantillos,
vamos a construir una nave
a la que no pueda sajársele el mascarón.

La Calafia perdió la razón.

Inmolé al cimarrón
en honor a las gigantas
de las múrices cuevas del Ado.*
Desnuda, en la tierra del cristal,
dormí en el gamellón del moro.

Cavendish no retornó.

Arrojemos la brújula al mar,
que se pierda en la panza de la ballena
cuando el sol tramonte;
mientras, airemos la guerra
que sorbe a las gigantas.

La Calafia sola.

En el arcón de mi ósculo demente
se vislumbra el himeneo
ante el que nombro al que bien quiero,
si lo añoro,
las olas me prometen verlo volver.

La Calafia aguarda en un muelle de Cabo Pulmo.



 




* Las Californias


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