No. 47 / Marzo 2012 |
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María García Velasco (Ciudad de México, 1965) Plegarias 1 Es difícil, viajero, de golpe coger aire, ceñir el bolígrafo a los dedos y deslizarlo por un folio que no es tu cuerpo ni siquiera se acopla, gruñe, empapa. A-penas acaricio el recuerdo. Es difícil, viajero, de golpe coger aire, y seguir en pie. 2 La noche ha de ser larga, mi niño, sin armazón por equipaje, sin espectros que enmudezcan nuestro cuerpo. La noche ha de ser larga, mi niño, para que lloremos juntos la imposibilidad de ser aspa viento. 3 Tengo miedo de que también a mí me coja desprevenida la muerte. Dejar sediento al animal herido. Permíteme llorar en este verso. Permíteme encontrar el largo aliento que transforme la tinta en vía y el llanto en vapor de una locomotora antigua. Así en la lentitud del trayecto, para que el miedo desaparezca, se confundirán los ángeles en pos de este animal herido. Arrogancia Cuando el mar no sea más que memoria, y su color azul consecuencia del aguardiente. Cuando tocar ferro se transforme en extrañeza, tal como mis labios esbocen nuevos fonemas, grafías definiendo al amor, cruelmente incertidumbre. Cuando no exista más que nada –será mi ganancia. Tu nombre quedará oculto bajo otra osamenta, vestido, arropado, por viejas costumbres –movimientos armónicos, sin tregua ni consuelo. Sé que tú desdeñas el aguardiente, a la vida misma –alegoría crepitante. Pero los beberás, para darte valor y pronunciar mi nombre, sin ninguna culpa de por medio. Para confirmar que estás aquí, allá o en cualquier parte. Como dios que desprecia a su obra maestra. Para confirmar que el amor es artimaña de poetas. Y yo que soy poeta, creí ver la luz, el verso perfecto. Sin embargo, tan sólo lo creí. Y es que la creencia es arma de dos filos: consuela y atormenta. No es tiempo de lluvias, vil invierno en esta primaveral urbe, pero la electricidad me cuece, como la propia certidumbre, como los infinitivos: ser y estar, hacer y deshacer: tu nombre en la arena. Arena, durante milenios, en el mismo sitio. Antes que nosotros, después: por siempre. Por siempre, quedarán las palabras, estos mismos versos. Por siempre: El vuelo de algún ave, cualquiera que ésta sea, dispersará tu vista, detendrá tu paso, entonces dispensa la arrogancia, pensarás en mí y llorarás. (Cuando el mar no sea más que memoria. Y su color azul, ¡ah, el azul!) Lot Como se deja atrás la vida, la ventisca. Las palabras se filtran a través de mis dedos, convirtiéndose en sal. |
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