Parachoques 


He traído mi vida hasta aquí
Pedro Serrano

parachoques-46.jpgEl engaño de las fijaciones nos hace suponer que los poetas nacieron con sus obras escritas y reunidas, acomodadas en volúmenes uniformes y dispuesta su ficha antes en diccionarios y ahora en wikipedia, a la manera de los héroes patrios en las estampitas que se vendían en las papelerías para los trabajos escolares. Esta impresión desdibuja la manera real en que casi a cualquier poeta se le ha leído, un recorrido hecho paso a paso y día tras día, a veces con largos periodos de anonimato, a veces a partir de una inmediata exposición primera. La mayoría de los lectores que encuentra mientras su escritura va apareciendo no lo estudia sino que lo lee. Su nombre y su obra surgen poco a poco, y sólo a medida que persevera logra adquirir un perfil, irregular y arbitrario como la vida misma. Quien ha llegado a publicar sus Poesías Completas y de ese modo, mal que bien, a ser considerado o a sentir que es considerado parte de una literatura, sea esta municipal, regional o nacional, empezó por leerle sus poemas a sus amigos, por buscar individuos interesados en esas mismas cosas, por hallar, así, vías de publicación adecuadas. Su reconocimiento es una lenta expansión azarosa, que a veces, con el tiempo, se desinfla y otras logra adquirir vuelo después de varios despegues frustrados. Todo poeta empezó por hacer un poema primero, y luego otro, hasta que después de mucho ramonear y peinar cerros, reúne un número que le parece suficiente de tales escritos, los muestra y los hace públicos. Ante los nombres con mayúscula olvidamos la indecisión de los primeros esfuerzos y la humildad, lo crea o no, lo manifieste o no, de casi cualquier comienzo.

Y si esto es así con la obra de un poeta en su propia lengua, el itinerario de sus traducciones es más impredecible todavía, pues su aparición pasa por los deseos y posibilidades de sus traductores. Quizás esto explique, en parte y por supuesto sin justificarlo, que los estudios literarios tiendan a ignorar las traducciones, como si esos libros de edición a veces bilingüe y cada vez más por fortuna ya sólo en la lengua de llegada, no hubieran existido, no hubieran sido leídas. Actúan esos lectores adiestrados como si sólo se escribiera en lengua original, como si la poesía de un país o de una lengua fuesen impermeables. Las traducciones afectan la manera en que se lee poesía en un país determinado, pues los poetas de una lengua no abrevan sólo en las fuentes dóciles y domesticadas que sus académicos, poco aventureros como a veces pueden ser, reconocen. La obra de un poeta en traducción va apareciendo casi por azar, sin ton ni son, y en una cronología distinta a la que tuvo en el original. Pero eso no lo hace menos significativo en la historia literaria del país y de la lengua a que se le tradujo, en su presencia en los lectores, en la manera en que llega a modificar la escritura de un poeta y de toda una tradición.

No. 45 / Febrero 2012

 

Parachoques 


He traído mi vida hasta aquí
Pedro Serrano


Crónica de una década
Odysseas Elytis

Prólogo de Miguel Castillo Didier, traducción directa del griego y notas de Francisco Torres Córdova, Ediciones Sin Nombre y Conaculta, 2008, 184 pp.
 

Poemas de Odysseas Elytis

parachoques-46.jpgEl engaño de las fijaciones nos hace suponer que los poetas nacieron con sus obras escritas y reunidas, acomodadas en volúmenes uniformes y dispuesta su ficha antes en diccionarios y ahora en wikipedia, a la manera de los héroes patrios en las estampitas que se vendían en las papelerías para los trabajos escolares. Esta impresión desdibuja la manera real en que casi a cualquier poeta se le ha leído, un recorrido hecho paso a paso y día tras día, a veces con largos periodos de anonimato, a veces a partir de una inmediata exposición primera. La mayoría de los lectores que encuentra mientras su escritura va apareciendo no lo estudia sino que lo lee. Su nombre y su obra surgen poco a poco, y sólo a medida que persevera logra adquirir un perfil, irregular y arbitrario como la vida misma. Quien ha llegado a publicar sus Poesías Completas y de ese modo, mal que bien, a ser considerado o a sentir que es considerado parte de una literatura, sea esta municipal, regional o nacional, empezó por leerle sus poemas a sus amigos, por buscar individuos interesados en esas mismas cosas, por hallar, así, vías de publicación adecuadas. Su reconocimiento es una lenta expansión azarosa, que a veces, con el tiempo, se desinfla y otras logra adquirir vuelo después de varios despegues frustrados. Todo poeta empezó por hacer un poema primero, y luego otro, hasta que después de mucho ramonear y peinar cerros, reúne un número que le parece suficiente de tales escritos, los muestra y los hace públicos. Ante los nombres con mayúscula olvidamos la indecisión de los primeros esfuerzos y la humildad, lo crea o no, lo manifieste o no, de casi cualquier comienzo.

Y si esto es así con la obra de un poeta en su propia lengua, el itinerario de sus traducciones es más impredecible todavía, pues su aparición pasa por los deseos y posibilidades de sus traductores. Quizás esto explique, en parte y por supuesto sin justificarlo, que los estudios literarios tiendan a ignorar las traducciones, como si esos libros de edición a veces bilingüe y cada vez más por fortuna ya sólo en la lengua de llegada, no hubieran existido, no hubieran sido leídas. Actúan esos lectores adiestrados como si sólo se escribiera en lengua original, como si la poesía de un país o de una lengua fuesen impermeables. Las traducciones afectan la manera en que se lee poesía en un país determinado, pues los poetas de una lengua no abrevan sólo en las fuentes dóciles y domesticadas que sus académicos, poco aventureros como a veces pueden ser, reconocen. La obra de un poeta en traducción va apareciendo casi por azar, sin ton ni son, y en una cronología distinta a la que tuvo en el original. Pero eso no lo hace menos significativo en la historia literaria del país y de la lengua a que se le tradujo, en su presencia en los lectores, en la manera en que llega a modificar la escritura de un poeta y de toda una tradición.

Hay que volver a lo real para ver que esos poetas extranjeros son tan parte de una literatura como los propios, y que al aparecer, como ellos, a tropezones y por azar, con intención ajena o mera coincidencia, acaban por ubicarse como individuos de esa otra cultura, y son así figuras de esa literatura ajena. Esto trae complicaciones en el planchado de cualquier historia literaria, pero vale la pena el asedio pues casi siempre aparecen frutos jugosos y flores insospechadas. La presencia real y palpable de T.S. Eliot en la literatura mexicana puede servir de ejemplo. Ni la poesía de Gilberto Owen ni la que de ahí deriva se puede entender sin tener en consideración los poemas de Eliot que publicaron primero Contemporáneos en 1931 y luego Taller en 1940. De manera simultánea, tampoco a Eliot se le puede leer en el ámbito español sin tomar en cuenta que para los efectos López Velarde es su precursor.

La poesía griega moderna en México ha tenido una historia afortunada. Es una obviedad, pero hay que señalarla, que el prestigio de la cultura griega clásica, sus traductores, y estudiosos, abren la puerta para su llegada. Pero no sólo eso. Razones culturales y políticas sabias hicieron que dos de sus poetas, Jaime García Terrés primero y luego Hugo Gutiérrez Vega, fueran embajadores en Grecia. Ellos son responsables de la introducción de los cuatro poetas griegos modernos más conocidos en México, dos de ellos por ingerencia directa suya, y los otros dos en la cauda de su interés. El primer libro de poesía griega moderna que tuve en mis manos fue Tres poemas escondidos de Giorgos Seferis, publicado por Era en 1968 y traducido por Jaime García Terrés. Para mí, cuando recién me internaba en los desvelos de la red de nombres que forman la poesía moderna, “Helena”, uno de esos tres poemas, y “El asfódelo” de William Carlos Williams, traducido por Octavio Paz e incluido en sus Veinte poemas, también publicado por Era en 1973, fueron tan importantes como Altazor de Vicente Huidobro, que leí por esas mismas fechas, y Pasado en claro, que se publicó en 1975. Y para mí de nuevo, más que ubicarse en una pirámide de valores poéticos, esos cuatro poemas, todos ellos descubrimientos deslumbrantes, aparecían como islas de luz en un mar de penumbra y desconocimiento, y ahí han seguido estando, si bien este vasto espacio ha ido teniendo un poco más de claridad, inevitable con los años. Pero no sólo eso. Gracias precisamente a no tener a la mano nada con qué compararlos ni cómo ubicarlos en sus respectivas historias literarias, esos dos poemas escritos originalmente en lenguas ajenas fueron leídos de la misma manera que Peces de piel fugaz de Coral Bracho, de quien no sabía nada en ese momento, salvo lo que aparecía en un delgado cuaderno color crema de una editorial llamada “La máquina de escribir”, que hacía un señor a quien tampoco conocía que se llamaba Federico Campbell. Y de la misma manera que la liquidez del poema de Coral entraba en mi mente, lo hacían las siguientes palabras de Seferis: “por una túnica deshabitada, por una Helena”. Esas palabras en español tienen el mismo peso en mi memoria que el “Estás solo Altazor, solo en medio del universo”, o el “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis” de Gorostiza. Es en ese sentido que ese particular libro de Seferis es parte de la tradición literaria de México, en el mismo nivel de importancia que No me preguntes cómo pasa el tiempo de José Emilio Pacheco, publicado meses después, en 1969, en la colección de poesía Las dos orillas de Joaquín Mortiz.

En la segunda mitad de los años setenta comenzaron a aparecer unos cuadernillos de poesía moderna de unas treinta páginas en promedio que se llamaban Material de Lectura (1), serie Poesía Moderna. Fue una colección de poesía cuya repercusión quiero creer dejó un implante indeleble durante los años setenta. Estos cuadernillos, alargados y finos, con portadas de vivos colores ilustradas por Daniel Kent, habían sido idea de Hugo Gutiérrez Vega, Director en esa época de Difusión Cultural de la UNAM, y se vendían a la salida de las facultades y escuelas de Ciudad Universitaria, lo mismo en Filosofía y Letras que en Odontología. Cada vez que tenía algo de dinero, en lugar de tomarme un café más, me compraba un material de lectura. Lo mismo hacían mis compañeros de generación, y supongo que también los de las generaciones anteriores y los que nos siguieron, mientras el proyecto no se desdibujó. Y fue ahí donde hinqué por primera vez el diente a la poesía griega. A Kavafis ya lo conocía, a través del compositor catalán Lluis Llach y a su disco Viatge a Itaca, que incluía este y otros poemas, a quien descubrí gracias a Blanca Tamarit, en Madrid, en 1977. De tal manera que yo no me encontré con el número 1 de los Materiales de Lectura, y luego con el 2, sino que cuando entré a la Facultad de Filosofía y Letras, estaban ya ahí los primeros diez o quince números de la colección, con sus caramelos de portadas brillantes, y con poemas de Eliot y de Lucian Blaga, de Carlos Pellicer y de Paul Valéry. El primer poeta griego recogido en los Materiales de Lectura fue precisamente Seferis, con el número 14 de la colección, publicado supongo hacia 1976, y el primer poema del cuadernillo era precisamente Helena. Después vinieron, Kavafis, en el número 25, Yanis Ritsos en el número 29 y mucho después Oddiseas Elytis, en el número 96, ya en 1983. Para que se ubique la aparición de estos poetas en el contexto de la poesía mexicana, la edición de Seferis la cuidó Guillermo Sheridan y la de Elytis, Pablo Mora y Javier Sicilia. Y de Odiseas Elytis, poco antes, había salido una traducción, también por la UNAM, de un volumen más grande de su poesía, traducido por el chileno Miguel Castillo Didier, supongo que en la cauda del Nobel, que se le concedió en 1979. Después, ya sin la necesidad de ese impulso, aparecieron tres antologías de poesía griega en las que se incluían poemas suyos, Elena, Orientaciones y El sol, el primero, en Poesía griega moderna de Carmen Chuaqui, publicado por la UAM en 1986, y Helena, Marina de los Peñascos, Imagen de Beocia, Viví el amado nombre, Verde y pequeña mar, ¿Cuerpo del verano, ¿Y cuando te exterminen sera el mundo, …Yo hablé de ti, Dónde decirlo, en la Antología de la poesía griega del siglo XX de Rigas Kappatos y Carlos Montemayor, publicada por la UNAM en 1993, y Diario de un abril nunca visto, en traducción de Víctor Ivanovici, en Once poetas griegos publicado esta vez por el Tucán de Virginia en 1994.

Es a partir de finales de los noventa que se empezó en México una continua entrega de su obra, gracias en gran medida a El Tucán de Virginia, que ha publicado cuatro libros de Elytis, a editoriales universitarias y ahora a Ediciones Sin Nombre (2). Es interesante notar que también en Estados Unidos la poesía de Elytis ha aparecido en editoriales universitarias e independientes, sus Collected Poems en John Hopkins University y varios libros individuales en Copper Canyon. También, en ambos casos, que la grafía de su nombre ha ido variando, del españolizado “Odiseo” y el anglificado Oddisseus a la más respetuosa y abierta transcripción literal “Oddyseas” (3). En este surco de publicaciones, Crónica de una década viene a aumentar una ya amplia cosecha de las obras de Elytis en México, y añadirse a las varias que hay en español. De tal manera que podemos hablar de Elytis como de un autor nuestro.

En 1974, pasados los sesenta años de edad y a cinco años de obtener el Premio Nobel, Odysseas Elytis publicó esta Crónica de una década. Es el recuento de su formación como poeta, de su progresivo toparse con los poetas de su generación, de lo que sucedía en Atenas y en el Peloponeso entre 1930 y 1950, y de lo que fue pasándole a él y a algunos otros en esos años. En ese sentido, es un claro fresco de esos años en Grecia, y narra la vida de un adolescente que comienza a descubrir, gracias a las publicaciones con las que se topa y a los compañeros que tiene la fortuna de encontrar, unas formas poéticas, las del surrealismo en particular, que por fin y por primera vez siente cercanas a su propia emoción, capaces de plasmar la complejidad de lo que él siente, alguien a quien todas las lecturas que le fueron dadas hasta ese momento habían sido manifiestamente insuficientes. Incluimos ahora, gracias a la generosidad de Francisco Torres Córdova y traducidos por él, tres poemas de Elytis que aparecen en las notas del libro.   

*Esta es la primera de dos partes


Todos ellos han sido reeditados de manera digital por la Dirección de Literatura de la UNAM en la página: http://www.materialdelectura.unam.mx donde se pueden consular e imprimir en versión PDF.

2 Los ensayos Antes que nada la poesía y Las muchachas, en traducción de Francisco Torres Córdova en1998; el poema largo Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania con una introducción de Hugo Gutiérrez Vega y  en traducción de Natalia Moreleón G. en 1999; El Monograma, en traducción de Nina Anghelidis y Carlos Spinedi y con prólogo de Natalia Moreleón en 2004, están todos ellos en El Tucán de Virginia. Odisseas Elytis, Prosa. Seis ensayos, prólogo de Hugo Gutierrez Vega, introducción, selección y traducción de Francisco Torres Córdova, fue publicado por la UNAM en 2001.

3En el caso de Seferis pasa lo mismo: del italianizado Giorgios y el acentuado Seféris a su transcripción exacta “Seferis” — nadie escribe Paul Valerí, por ejemplo.)


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