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portada-continuio-mudar.jpg Continuo Mudar
Luis María Marina
Editora Regional de Extremadura,
España, 2011.   

Por José Ángel Leyva
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No. 47 / Marzo 2012


 

Los diálogos de Marina

Uno de los rasgos más profundos y distintivos, si no el que más, del siglo XXI es el fenómeno de la migración y el cambio; no obstante, debemos reconocer que la humanidad, el hombre es en esencia el mismo que afila de semejante modo el instrumento y el arma, como lo hicieron los primeros nómadas homo faber. Luis Marina da en el clavo desde el título, no solo por haber atinado a darle nombre a su libro, sino porque logra colocar al lector en dirección de su naturaleza o condición mutante. Ese continuo mudar que Rimbaud expresara de un modo semejante: Yo, es otro.

Luis Marina es, legítimamente, un ciudadano del siglo XXI y un español de la democracia, de esa España que experimentó y experimenta como pocas naciones una metamorfosis cultural inaudita y extraordinaria. No es gratuito el título de su poemario, como no lo es la fragmentación voluntaria que le da sentido a la estructura de la obra, a cada una de sus seis partes.

Luis Marina traza coordenadas que nos indican las rutas de su tránsito verbal. Sapiencia y curiosidad impulsan la propuesta estética de Continuo Mudar, que no es propiamente en los bordes de la realidad inmediata o en la altura de la percepción remota. Ante todo, atiende a la conversación y a la lectura, a la imaginación y al nombre. La técnica y los instrumentos de su aparato discursivo responden a tales fuerzas o cualidades. El poeta se coloca en el centro del diálogo, de la alteridad, de la dialéctica de su propia respiración y su mirada. Imágenes y sonidos fundan las regiones emotivas e intelectuales del autor.

Conocí este libro en sus primerísimos y germinales balbuceos. Ya eran visibles sus marcas arquetípicas y sus referencias extradiegéticas, es decir, identificables en la realidad, como lo eran también las esferas ficcionales al servicio de la poesía. Una poesía que no narra sino expresa la geografía cambiante y el trasiego temporal, intermitente, de sus probables personajes, o de sus posibles criaturas abstractas. Era ya desde entonces un diagrama fragmentario que aspiraba a convertirse en libro, pero dominado aún por la atomización y lo centrífugo. Descubro ahora, al tener en mis manos la edición extremeña, que logró trascender sus propias trampas dialogales para verterse en un discurso compacto, firme, capaz de convencer al mismo tiempo que provoca, perturba diría yo, con sus recursos intertextuales y sus audaces líneas conversacionales que toman distancia de la propuesta estética que ha dominado a la última poesía española afanada en hacerse accesible a la grandes mayorías. Esa poesía que a nosotros poetas y lectores hispanoamericanos se nos aparece como repetitiva y exhausta.

Un yo mutante recorre las páginas de este poemario. Un yo de varios, de diversas máscaras, o sea personas que sueñan o emiten voces del pasado, de un ayer que multiplica y divide sus ayeres. No es un recurso vanguardista, como se podría pensar de manera fácil, sino la consecuencia de una actitud auténtica, congruente con la lectura de su tiempo. Allí reverbera la tradición judeo cristiana, con sus ecos místicos y barrocos, se advierten resonancias de la Generación del 27, de la del cincuenta, de una avidez bibliográfica hecha digestión. Podría por ello también pensarse que este libro son varios libros, pero uno concluye que es un solo libro que centrifuga sus registros plurales, sus búsquedas y hallazgos. Esa mudanza que se extiende y se concentra en extensiones, que afirma y se niega en el origen, en el padre, en el reconocimiento del hijo, que es memoria y es mañana. Desde las Coplas de don Jorge Manrique por la muerte de su padre, hasta la Muerte del mayor Sabines, hay una conciencia de pérdida y de renovación, de caducidad y de emergencia: “Este mundo es el camino/ para el otro, que es morada sin pesar;/ mas cumple tener buen tino/ para andar esta jornada sin errar”. En estas líneas de Jorge Manrique reside la lucidez del poeta Marina, quien emprende también la evocación del padre como una vía hacia la revelación de sí mismo y de sus otros.

Luis Marina monta la bestia civilizatoria del presente para transportarse y trasladarnos a atmósferas anacrónicas, a situaciones arcaicas donde sólo nos deja atestiguar el gesto de la despedida del judío polaco Stefan Ernest en su diario: En una zanja de la zona alemana, mayo 1943, o lo gruñidos locuaces de Los perros de Lissa a través de un tercero, a quien no le consta lo que dicen, pero nos coloca ante el cuadro: “los lobos no se fueron, porque en sus ojos llevaban el futuro.” Así, el pasado nos mira desde el desvanecimiento de sus formas y sus luces, reafirmando el presente y a la vez haciendo notar su impronta.

Un ir y venir coherente en elipsis, sugerencia de jergas diversas en tiempo y en espacios, en diálogos y monólogos reflexivos, en voces teatrales, guiños pessoanos; todo ello es el mudar continuo de un poeta que se sabe, que se busca.


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