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No. 47 / Marzo 2012

 
Fernando Carrera
(Guadalajara, 1983)


Egisto toma de las manos de Orestes las vísceras sagradas y las observa.
Al hígado le falta un lóbulo, la vena porta y los vasos vecinos
de la vesícula biliar muestran a sus ojos manchas funestas.
Orestes pregunta: ¿por qué tienes ese aspecto desolado?
Extranjero, responde Egisto, temo una trampa de fuera
Eurípides


Los intestinos no mienten     Te han dicho     la mente sí: los rizomas son medusas que nadan en el pensamiento, donde todo se genera, dicen─ La conciencia y sus fabulaciones: el rostro de aquella que todavía en las paredes, en la ducha su rastro, a veces en la noche su brusco resoplido te despierta, todavía. Las vísceras (flor de los adentros) no mienten, lo sabes en la palpitación súbita ─sientes un tambor en cada dedo─ y en la marea roja de la dermis que sustituye a los tics que (aún) no tienes
                                                                                            “¿Si abro la ventana, algo entra o escapa?” preguntas inútilmente. La abres: se fuga un poco de la asfixia y del humo que como recuerdo saltan de la sartén donde cocinas algo que no sabes, torpes las manos, los genes para ello, aun así intentas    
                                                                                           
                                                                                                                                   Escapa:
de ti la sangre es acumulación de sombras, arden: aunque todo lo que hay anuncie su nombre de ruina, su reciente bautismo de polvo. Aunque la semilla de una siguiente mutación se encuentre en la grieta de la más secreta herida. Los intestinos no mienten, te han dicho: el hambre es siempre una señal, lunar de nacimiento del siguiente paso, desnuda siempre como un deseo

Escapas: afuera es el mar a la mano, “ir para volver, ir para volver”, susurras. Abres la puerta del apartamento con una pregunta /abandonas su material inflamable


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Salto del ángel


A la entrada un pedazo de madera, tal vez un vivo en bronce y la leyenda “Inferi”. Jardín o selva, detrás se extiende el rostro del abismo (lo que se ignora)     Un nombre en el centro de la frente, estigma y alfiler que todo une, gobierna, ejerce un comercio poderoso entre lo que fue, las grietas en la carne que acusan, y este anhelo en el pobre gesto de los ojos (todavía luz) que no escondo

¿Puede maltratarse la luz?

¿Qué es el descenso sino un difuminarse vapor entre las piedras? ¿Qué es la caída sino agua hecha aire? Viento que respira la humedad de una presencia

                     Hacia el abismo vamos, cantando. Blancos en el vuelo, hemos sido un recorrido mineral en el pensamiento de la piedra. Al fin subimos hasta el cielo de una mirada: doble faro que recuerda, llama. A veces alguien acude


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Era un poco de materia que contenía una llama
Víctor Hugo

Ahora es el momento de la luz que vuelve
En la oscuridad de una hora
los ojos pueden ser astros que alguna vez fueron

De tinieblas hecho este paraje. La mirada
se ensancha: la pupila es loto de qué pantano
surgido en qué memoria. Se abre
como el alma ante el abismo. Entra
la luz: llama que es todo el fuego
                                                       Algunos dicen
Dios                                               en la tragedia

             Su nombre y rostro
                    si rostro
            y forma de llamarlo

Siempre estamos volviendo. De nada sirve
huir, cuando el alba es amplia, terca
y el insomnio una presencia contagiosa
Huimos siempre. Al abismo
de nosotros mismos: lo que alguna vez
mujer y hombre     manos     moldaron

lo que alguna
                                                        ¿Ves?
herida y agua, el sol
pulsando en ella desde ningún tiempo
nombraron


A veces se le siente, en verdad, tan cerca: aire que uno intenta coger y se dispersa, su natural inasible. Tan cerca: ronda el pensamiento una premonición venida de no se sabe, de casi nunca ¿de qué?     Algo: tal vez la emoción de que llegue el vuelo a su destino y el viaje comience; o la sutil imagen, torpemente reprimida, que sugiere la tragedia. La sensación frente a ese Van Gogh donde algo está punto de. La mirada que se cruce en un café cualquiera, y con ella penetre el ave de la posibilidad, el próximo misterio

 
 
 
 



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