Parachoques 


He traído mi vida hasta aquí (2)
Pedro Serrano

parachoques-1.jpgEn su libro Vísperas, publicado en 1996, Myriam Moscona incluye un poema titulado Puñal, que abre con el siguiente epígrafe de Odysseas Elytis: “Ánimo ahora. Al menos salvaré el placer, Dios mío. Dame un puñal.” Que Elytis aparezca en una poeta mexicana no tiene nada de raro. Es señal de que su poesía ha sido leída, por ella y por varios otros, gracias a las traducciones que se han hecho al español principalmente desde que le otorgaron el premio Nobel, en 1979. Sin embargo esta aparición no será necesariamente tomada en cuenta a la hora de estudiar aquellos poemas que forman el rico estiércol del que el árbol múltiple de la poesía de Myriam se ha alimentado, especialmente porque la cita está en español, lo que me lleva a suponer que fue en esta lengua en la que Myriam lo leyó.

Este hecho probablemente la hace menos interesante a los ojos de los perspicaces investigadores en busca de fuentes y acertijos. La falta de extrañeza que atrae el no ser puesta en el original, y en alfabeto griego además, la vuelve transparente. Pero como la carta robada de Edgar Allan Poe, el acertijo y la fuente están ahí, enfrente de todos nosotros, sólo que no nos damos cuenta. Al estar en español la aleja de la posibilidad de que pensemos en Elytis como una influencia directa en su poesía, ya que tendemos a suponer, erróneamente por otra parte, que las versiones en traducción no hacen mella en quien las lee, o por lo menos que no dejan una huella de la misma intensidad que si fueran en el original —además de no invitar, como la Sibila de Eliot en griego, al asombro ante la erudición o el regodeo de su compartimento. Son cosas que se dan por sentado. Otra cosa sería si la cita fuera de un poeta mexicano. Muy probablemente ameritaría una nota a pie de página en la que se reflexionara sobre su relación. Este pasar los ojos por encima de las traducciones y simplemente no verlas, ni darnos cuenta del efecto que tienen ni la modificación que hacen de nuestro campo de vista es, a la vez, un hecho común y corriente y escandaloso. Tendemos a ver como interferencias las inferencias externas y a olvidar que son tan válidas y tan trazables como las que refieren al jardín que de antemano hemos conocido y cultivado. Digamos que su incorporación, como la de cualquier otro poeta leído en traducción, ensucia el trazo límpido de lo que estudiamos como una literatura nacional y emborrona la claridad de fuentes y llegadas. Sin embargo, su mera presencia en una obra enriquece tanto el sentido de ésta como nuestra apreciación. Por eso, para señalar la manera en que una poesía en principio ajena se ha ido adaptando y encontrando en otros terrenos –en este caso la de Elytis en la poesía en español– hay que tratar de seguir sus recorridos en esa otra realidad. Recorridos que, además, no van sólo en dirección de ese futuro que una obra en traducción encuentra y modifica, sino también rumbo a esos pasados, contemporáneos estrictos de esa obra, a los que por mero paralelismo dicha obra modifica y enriquece.

No. 47 / Marzo 2012

 

Parachoques 


He traído mi vida hasta aquí (2)
Pedro Serrano

Crónica de una década
Odysseas Elytis
Prólogo de Miguel Castillo Didier,
traducción directa del griego y notas
Francisco Torres Córdova,
Ediciones Sin Nombre y Conaculta, 2008, 184 pp.

Prosa. Seis ensayos
Odysseas Elytis
Prólogo de Hugo Gutiérrez Vega,
introducción, selección y traducción de
Francisco Torres Córdova,,UNAM, 2001

Leer poemas de Odysseas Elytis
Leer poemas de
Yorgos Sarandaris
Leer poemas de Takis Papatsonis
Leer poemas de Nikóloaos Kalas


parachoques-1.jpgEn su libro Vísperas, publicado en 1996, Myriam Moscona incluye un poema titulado Puñal, que abre con el siguiente epígrafe de Odysseas Elytis: “Ánimo ahora. Al menos salvaré el placer, Dios mío. Dame un puñal.” Que Elytis aparezca en una poeta mexicana no tiene nada de raro. Es señal de que su poesía ha sido leída, por ella y por varios otros, gracias a las traducciones que se han hecho al español principalmente desde que le otorgaron el premio Nobel, en 1979. Sin embargo esta aparición no será necesariamente tomada en cuenta a la hora de estudiar aquellos poemas que forman el rico estiércol del que el árbol múltiple de la poesía de Myriam se ha alimentado, especialmente porque la cita está en español, lo que me lleva a suponer que fue en esta lengua en la que Myriam lo leyó.

Este hecho probablemente la hace menos interesante a los ojos de los perspicaces investigadores en busca de fuentes y acertijos. La falta de extrañeza que atrae el no ser puesta en el original, y en alfabeto griego además, la vuelve transparente. Pero como la carta robada de Edgar Allan Poe, el acertijo y la fuente están ahí, enfrente de todos nosotros, sólo que no nos damos cuenta. Al estar en español la aleja de la posibilidad de que pensemos en Elytis como una influencia directa en su poesía, ya que tendemos a suponer, erróneamente por otra parte, que las versiones en traducción no hacen mella en quien las lee, o por lo menos que no dejan una huella de la misma intensidad que si fueran en el original —además de no invitar, como la Sibila de Eliot en griego, al asombro ante la erudición o el regodeo de su compartimento. Son cosas que se dan por sentado. Otra cosa sería si la cita fuera de un poeta mexicano. Muy probablemente ameritaría una nota a pie de página en la que se reflexionara sobre su relación. Este pasar los ojos por encima de las traducciones y simplemente no verlas, ni darnos cuenta del efecto que tienen ni la modificación que hacen de nuestro campo de vista es, a la vez, un hecho común y corriente y escandaloso. Tendemos a ver como interferencias las inferencias externas y a olvidar que son tan válidas y tan trazables como las que refieren al jardín que de antemano hemos conocido y cultivado. Digamos que su incorporación, como la de cualquier otro poeta leído en traducción, ensucia el trazo límpido de lo que estudiamos como una literatura nacional y emborrona la claridad de fuentes y llegadas. Sin embargo, su mera presencia en una obra enriquece tanto el sentido de ésta como nuestra apreciación. Por eso, para señalar la manera en que una poesía en principio ajena se ha ido adaptando y encontrando en otros terrenos –en este caso la de Elytis en la poesía en español– hay que tratar de seguir sus recorridos en esa otra realidad. Recorridos que, además, no van sólo en dirección de ese futuro que una obra en traducción encuentra y modifica, sino también rumbo a esos pasados, contemporáneos estrictos de esa obra, a los que por mero paralelismo dicha obra modifica y enriquece.

Desde esta perspectiva, la Crónica de una década de Odiseas Elytis, traducida con esmero, erudición y curiosidad por Francisco Torres Córdova, es un libro que acompaña y alimenta el efecto de lo que unos años antes había logrado su Prosa, Seis Ensayos, también traducido y editado por él. La década de la que habla es la que va, en un sentido grueso, de 1930 a 1945, es decir, del final de la Gran Depresión al final de la Segunda Guerra, para hablar en términos mundiales. En el caso de Grecia, son los años posteriores a la derrota de la guerra con Turquía, que significó la emigración de casi toda la población griega de Turquía. Y en cuanto a Elytis, va de sus primeras tentativas de escritura y sus primeros encuentros con otros poetas al momento en que su figura como poeta comienza a consolidarse en Grecia. Si nos detenemos un poco, podemos darnos cuenta de que esos mismos años son los de la consolidación del régimen revolucionario en México, de las batallas entre nacionalistas y cosmopolitas, de la expansión internacional del realismo social de la pintura mural mexicana, de los Frentes Artísticos en todos los campos. Gracias a Francisco Torres —y a Selma Ancira por un proyecto paralelo de traducción de los ensayos de Yorgos Seferis1 — los nombres que forman la historia y la realidad de la poesía griega del siglo XX han ido llenándose, en nuestra lengua y nuestra cultura, de forma y cuerpo. Francisco Torres tuvo la meticulosidad de incluir en sus notas las traducciones de algunos poemas que Elytis cita, que de esta manera se vuelven fundamentales no sólo para entender lo que Elytis enfrenta y comparte, sino para establecer un tejido común con lo que en esos momentos estaba sucediendo en el mundo hispánico. Nos abre así un panorama de relaciones mucho más inteligible y amplio del que la aparición de esos nombres desconocidos al principio apuntaba. If Only de Takis Papatsonis, K. Kavafis de Yorgos Sarandaris y Sin Ruth y sin valía de Nikóloaos Kalas, que reproducimos gracias a la generosidad de Pancho Torres, son tres poemas que dialogan y se integran perfectamente con nuestra propia tradición, y que amplían la mira y el paisaje en el que estamos. Junto con los tres poemas de Elytis que también reproducimos, estos tres poemas son, como dice Elytis “Poemas escritos ayer o hace muchas décadas –no tiene importancia– que literalmente no sabes por dónde asirlos, tan heterogéneo es su material, anárquico su lenguaje, desarticulado su conjunto. Temes que te exploten en las manos. Y en el fondo a lo que temes no es tanto a los posibles pedazos, sino a esa penetrante ternura que intuyes que ocultan.”2 ¿No podríamos decir lo mismo de los poemas de Contemporáneos, leídos contra ese fondo? Igual que Xavier Villaurrutia se integra en el paisaje de la poesía escrita en inglés gracias a la magnífica traducción que hizo Eliot Weinberger de Nostalgia de la muerte, los poemas y el mundo de Elytis se integran a la nuestra gracias a las traducciones de Francisco Torres Córdova.

Me explico. El recorrido que hace Elytis de esos años en el libro no es muy distante del que realiza Octavio Paz en la década de los treinta, y que aparece relatado principalmente en su ensayo sobre Xavier Villaurrutia y en su poema Pasado en claro. Son los años finales de la vanguardia, y para entenderlo vale la pena también echar un ojo a los dubitativos cuadros cubistas que Frida Kahlo pintó unos años antes y al café que con sus amigos vanguardistas frecuentaba.3 El acercamiento entusiasta primero y posteriormente mesurado a los postulados del Surrealismo en Elytis es equivalente al que realizarían varios poetas en español por esos mismos años, o Frida Kahlo, aunque ella desviara su argumentación. El comparar la manera en que Elytis repite o reproduce los modos de la poesía en nuestra lengua durante esos años, viendo sus coincidencias y similitudes, las de su sociedad, su historia y su tiempo en correspondencia con los nuestros, nos ayudaría a entender nuestra propia historia literaria. El recuento de esos años, el descubrimiento de esos primeros poemas leídos con asombro, que intentaban hablar de las cosas que él no sabía cómo decir pero hubiera querido, es como caminar por Atenas con los pasos resonando en la noche de la ciudad de México, a la salida de San Ildefonso, o como ir al café París donde se reunían los contemporáneos. Como cuenta Hugo Gutiérrez Vega en El sollozo de Dios, “Poco antes del comienzo de la invasión nazi-fascista, en la esquina de las calles Ítaca y Patissíon, en la tensa capital helénica, un grupo de amigos escritores se reunían para leer sus poemas y hablar de las amenazas que se cernían sobre su país. Simópulos era el anfitrión de los jóvenes poetas, que eran buenos bebedores de retsina y competentes trasnochadores. Formaban el grupo: Gatsos, quien más tarde escribiría uno de los poemas emblemáticos del surrealismo griego, Amargós; Elytis, Sarandaris, Jiladakis, Makrosotiris y Jayer."4

Para ampliar un poco más estas proyecciones enlazadas, vale la pena mencionar también que Elytis tradujo, por ejemplo, a Federico García Lorca, aunque no sé si directamente del español o a través de alguna otra traducción, del francés, supongo. En su libro también menciona los nombres de Pablo Neruda y Octavio Paz. Y aunque Paz no menciona, hasta donde recuerdo, a Elytis en ninguno de sus textos, es interesante seguir los pasos paralelos de ambos en el París de la Posguerra, donde coincidieron tanto físicamente como en búsquedas poéticas. La traducción hecha por Francisco Torres de este libro, la última hasta ahora de las piezas que forman el rompecabezas de Elytis en México, lo va haciendo cada vez más nuestro.5 Jeffrey Carson, el traductor de su poesía completa al inglés, dice que Grecia, para Elytis, significa el mundo. Esa Grecia como representación del mundo que Elytis quería ver se vuelve realidad de un mundo en el que Grecia es una de sus manifestaciones. Crónica de una década es importante para quienes estén interesados en la trayectoria del poeta griego, pero lo que lo hace todavía más interesante es que desde ahí lanza, en una serie de ondas sucesivas, referencias que sirven no sólo para entender la historia de la poesía griega del siglo XX, sino la nuestra propia, en el mundo, porque lo que les sucede a esos jóvenes poetas en los años treinta es exactamente lo mismo que les está pasando a los poetas en español de esos años. Al leerla vale la pena ir recorriendo paralelamente y de manera oblicua libros como Confieso que he vivido de Pablo Neruda, o los primeros escritos de Octavio Paz, reunidos por Enrico Mario Santí bajo el título de Primeras letras, que cubren precisamente esos años.

parachoques-2.jpgEn Crónica de una década Elytis va encontrando, a medida que sale de su casa y se interna en las calles de Atenas, a aquellos otros jóvenes con los cuales comparte intereses, con quienes recorre los cafés y las tabernas de la ciudad y con quienes, en torno a la revista Nuevas Letras, va a establecer y difundir las formas poéticas de la modernidad en una Grecia efervescente. “Una noche, en la taberna del viejo Iannisse hizo oficial mi bautizo en medio de un pandemonium de vasos que se estrellaban en la pared, sartenes regados a nuestros pies, gritos salvajes, chocar de cabezas y aclamaciones. Esas borracheras ocurrían generalmente los lunes por la noche. Habían elegido a propósito los lunes, por Antoníou, otro poeta que desde hace años viajaba como capitán en su propio barco, el Acrópolis, y que permanecía en tierra sólo una noche a la semana, precisamente esa. Años heroicos. Allí, sobre el mantel a cuadros y las brillantes retsinas, entre platos de guiuvetsi y skordotoumbi uno veía extenderse el material de la revista, seleccionarse a los colaboradores, corregirse las pruebas, decidirse las polémicas.” Las tres palabras en cursivas se refieren un tipo de vino; la primera, de un sabor ligeramente aceitoso, a resina de pino, y a dos platos de la cocina griega las últimas. Para una más minuciosa explicación, los remito a las notas que Pancho Torres escribió sobre cada uno de ellos, en donde los define con tan evidente delectación que irremediablemente abre el paladar. Me recuerdan el poema de W. H. Herbert Las galletas galáctoocas que tradujimos Carlos López Beltrán y yo y que está incluido en La generación del cordero, en donde cuenta cómo de niño en Grecia, le dieron a probar en una terraza un trozo de cordero. Al principio Bill Herbert, cuya madre era vegetariana, vio ese trozo de comida jugosa con infinita desconfianza, hasta que se atrevió a probarlo. “¡Delicioso!”, termina diciendo ese poema.

Cualquiera que haya estado en la redacción de una revista de poesía sabe cómo son esas reuniones. Las reuniones de Cartapacios eran también los lunes, pero no en una taberna, desgraciadamente, porque en esos años había pocas, no teníamos dinero y todavía pasarían algunos años antes de que dejaran entrar mujeres. Se fueron rotando, primero en casa de mis padres en Mixcoac, luego en la de Ena Lastra en la colonia Romero de Terreros, en las inmediaciones de la UNAM, después en casa de Alicia García Bergua en la Plaza de la Conchita de Coyoacán y, finalmente, en el departamento de Javier Sicilia, en la cuchilla de Centenario y Avenida México, también en Coyoacán. En esto la narración de Elytis es como cualquier otro relato de formación. Pero la anécdota adquiere mayor significación cuando vemos que los personajes que van apareciendo son resultado de  una historia desgarrada. Como dice en el prólogo Miguel Castillo Didier, uno de quienes primero tradujeron a Elytis al español, además de ser “una década importantísima en su vida, la de su iniciación en la aventura de la creación poética, es una década de inmensa significación en la historia de la poesía griega. Década, además, plena de dolorosas y sangrientas peripecias y pruebas para el pueblo griego, desde mediados de los años treinta a mediados de los cuarenta. Efervescencia juvenil en torno a la poesía y sus nuevos caminos y sucesión de funestos acontecimientos: el reestablecimiento de la monarquía en 1935, la dictadura de Metazas de 1936 a 1940, la guerra con Italia y la guerra de Albania, en la que pelearía Elytis, entre 1940 y 1941, y posteriormente la ocupación alemana de 1941 a 1944.” En 1974, pasados los sesenta años de edad y a cinco de obtener el Premio Nobel, Elytis escribió el recuento de su formación como poeta, del progresivo toparse con los poetas griegos de su generación, de lo que sucedía en Atenas y en el Peloponeso entre 1930 y 1950, y de lo que fue pasándole a él y a algunos otros durante esos años. Leerlo nos ayudará a entender nuestra propia historia literaria, el comparar la manera en que ese poeta repite o reproduce los modos de la poesía en nuestra lengua, viendo sus coincidencias y similitudes, las de su sociedad, su historia y su tiempo, en correspondencia con los nuestros. Los amigos de Elytis han nacido en territorios a los que ya no pueden regresar, después de ser expulsados de Turquía. Atenas, como la ciudad de México después de la Revolución, es la playa a la que llegan muchas historias destruidas para empezar a reconstituirse. Como cada uno de los poetas de Contemporáneos, los amigos de Elytis vienen también de edenes subvertidos. Y su escritura, gracias a Francisco Torres Córdova, pero también a muchos otros que han apuntado traducciones de su obra en español, y también, por qué no incluirlo en esta consideración, a otras lenguas, son parte de nuestra tradición. En ese sentido, sus traductores llevan la antorcha de lo que somos en común.

El viaje hacia adelante y hacia atrás en nuestra propia lengua es extensivo e innumerable gracias precisamente a los traductores. Sus alcances pueden ser infinitos y aparecer en desdoblamientos inimaginables, que no se agotan en nuestra propia lengua, sino que se incorporan a un curso múltiple. Kimon Friar, uno de sus traductores al inglés, en su  “Introduction” a El sol soberano, un libro que por cierto me regaló Germán Dehesa, y que significó mi primera inmersión a fondo en su poesía, considera que a Elytis solo puede comparársele con Wallace Stevence.6 Inmediatamente pienso en las variantes del mirlo contra la nieve en las trece maneras de mirarlo que tiene Stevens, o en otro poema, No la idea de la cosa sino la cosa misma, en donde el sol ya no es un abatido presumir sobre la nieve sino que aparece resplandeciente y soberano, un penacho en todo su esplendor “como un nuevo conocimiento de la realidad.” Carolyn Forché, en “Una apreciación”, el prólogo a la traducción de uno de los libros de poemas de Odysseas Elytis al inglés, escribe: “Seremos muy afortunados si, cuando emprendemos un viaje, regresamos al sitio de donde partimos, como lo ha hecho Elytis en el viaje de El pequeño marinero, y me ha ayudado a mí a hacerlo, regresándome a la patria de la juventud de mi alma. La mía estaba lejos de Grecia, de sus muros encalados de blanco y empapados de luz, de olivos y de un radiante sol. Mi alma había nacido en campos de nieve y lagos congelados, humo de fábricas en verano, el zumbido de los escarabajos en el falso trigo."7 Y explica su reacción y lo que la produjo: “Esta es una poesía de luminosidad y resonancia, claridad del alma y un profundo poder transformativo. No puede ser imitada. Obras así surgen del lenguaje mismo, y tal lenguaje viene del mar, las rocas, la historia y la luz de Grecia, pero surge sólo si un poeta como Elytis está presente, y ocurre en inglés sólo cuando una traductora como Broumas surge para asimilar su labor.” Lo mismo se puede decir en español, gracias a Torres Córdova, entre otros. Esta confrontación entre el límpido sol griego de Elytis y las fábricas y la nieve de Forché me llevan a un recuerdo personal. Yo llegué a Atenas en el mes de diciembre de 1982, con Concha Icaza, en un autobús que venía desde Londres. Íbamos en busca del sol y de unas piedras como panes que nos calentaran el alma. Como casi todo el mundo que de veras viaja, teníamos poco dinero y compramos nuestros boletos en Magic Bus, una agencia anunciada con festividad y viajes baratos. Magic Bus tenía sus oficinas, con arco iris en su exterior y sordidez adentro, en una calle adyacente a Oxford Street. Se vendía como un proyecto alternativo, pero en realidad era un negocio que subcontrataba diferentes rutas establecidas y vendía como suyos boletos que en la práctica eran cubiertos por distintas compañías locales, dependiendo del destino. Viajamos todo el día y gran parte de la noche en un autobús bastante cómodo, que nos depositó en una esquina de Munich y, sin más explicaciones, se fue. Allí esperamos, bajo la nieve y tiritando de frío, sin saber si llegaría alguien a recogernos. Finalmente apareció otro autobús, bastante destartalado, en el que seguimos viaje. Cruzamos una Yugoslavia todavía unida y todavía comunista, de la que recuerdo el café de la mañana en una estación y unos viejos fumando al inmediato sol de diciembre. Al llegar a Atenas, alguien a mis espaldas, con acento de Alabama, dijo: “esto está tan feo como la ciudad de México”. La Atenas en la que despuntaba el inmenso sol de Elytis era, y es, bastante fea.

parachoques-3.jpgQuiero cerrar con una última nota sobre este tema peculiar, el de los traductores y las traducciones, el de la cadena humana que forma un poema en sus transmutaciones y apariciones. Hace poco participé en una conversación sobre Elytis en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, en Washington. No tiene nada de extraño que una biblioteca cuya formación se hace en inglés dedique una noche a hablar de un poeta griego. Lo que sí es peculiar, y síntoma de la centralidad que empieza por fin a tener el hecho de la traducción en nuestras culturas —una centralidad en continuo desplazamiento, por otra parte, sin fijación final posible, como esos trompos que van dibujando sobre el papel círculos mientras giran continuamente—, es que esa conversación no se diera entre, digamos, el puente establecido del griego y el inglés exclusivamente, como es de esperar en cualquier biblioteca de cualquier país, sino que se dedicara a la traducción de Elytis al español. Y si bien es sintomático de los tiempos y no un hecho aislado, ha de haber individuos detrás de estas acciones; en este caso se debió a la inquietud, actividad y por supuesto, iniciativa del responsable de poesía de la Biblioteca del Congreso, Robert Casper, al interés de la representación cultural griega por festejar el centenario de Elytis y a la perspicacia de Georgette Dorn, responsable de la sección en español de la Biblioteca, que indicó la existencia, en el acerbo de la Biblioteca del Congreso, de traducciones de Elytis al español. En todo caso, sí es una anomalía, bienvenida por otra parte y, creo, parte de una tendencia general con respecto al fenómeno de la traducción. Compárese si no, con lo que todavía sucede en muchas bibliotecas, que simplemente omiten incluir el nombre del traductor en las fichas bibliográficas. Al borrar de esa manera su presencia en el hecho del libro, cancelan la posibilidad de indagar en sus archivos el trabajo que ellos hacen. En mi intervención hice un recuento de las traducciones de Elytis que se habían hecho en México. Entre ellas, mencioné la realizada por Carlos Montemayor con ayuda del poeta y traductor griego Rigas Kappatos.8 Al mencionar su nombre, una persona alzó los brazos y dijo “soy yo”. En la breve lectura que hice de poemas de Elytis en español, debí incluir entonces alguna de sus traducciones, ya que estaba él ahí, pero mis reflejos no fueron tan rápidos. Lo lamento. Leí en su lugar la traducción que llevaba marcada, hecha por Carmen Chuaqui, de la Helena de Elytis. Al salir de la Biblioteca del Congreso, rumbo al metro, me topé de nuevo con Kappatos y su esposa, y como iban en la misma dirección, hacia Bethesda, charlamos un rato durante el trayecto. La última vez que había estado con Montemayor en Washington, me dijo, fue poco antes de que éste muriera, y me contó también que en una ocasión había visitado a Elytis. Éste era famoso por su carácter reservado y su discreción. En mis para nada exhaustivas lecturas, muy poco de su vida privada sale a colación. Kappatos, que ahora vive en el área de Washington, había sido marino durante su juventud, e inmediatamente pensé en ese otro poeta griego amigo de Elytis, Dimitris Antoníu, por quien las reuniones de Letras Nuevas tenían lugar en lunes. En sus notas, Francisco Torres incluye la siguiente descripción del poeta marino, tomada de El estilo griego, en traducción de Selma Ancira, hecha esta vez por Seferis: “Cuando conocí a Antoníu en Londres, era tercer capitán en un barco comercial que transportaba carbón a América del Sur. Venía del mar negro. Hablaba con infinita ternura de las pequeñas cosas de la vida en un barco —cómo debe cerrarse la sentina, por ejemplo— o de los diarios viejos de a bordo. Pero siempre, en todo lo que decía, se podía decir que una sola cosa le preocupaba verdaderamente: el amor por el mar. Hablaba con frases breves, cortadas por enormes intervalos de silencio. Seleccionaba con atención sus palabras. Era necesario acostumbrarse a él para poder seguirlo con facilidad. Partió al día siguiente.” En las sacudidas marítimas del metro en Washigton me imaginaba que Kappatos era Antoníu y que íbamos rumbo a Delos, donde aquel invierno tiritamos de frío Concha y yo, incautos y vestidos de playa, serenando una pérdida mientras veíamos los erosionados corderos de piedra que velan la isla. Me acordé también de la pequeña iglesia ortodoxa de la isla de Mikonos dedicada a San Nicolás en la que años más tarde entrara con Alejandra de la Paz, con nuestro hijo Nicolás todavía por nacer. Recordé entonces los versos finales del poema Aniversario de Elytis, que Pancho Torres tradujo y nos cedió, que aquí reproduzco con ligeros cambios de sintaxis, pero que también se puede ver en su disposición original: “He traído mi vida hasta aquí, piedra consagrada al líquido elemento, más allá de las islas, más debajo de la ola, una figura de sal con trabajo labrada, indiferente, blanca, que vuelve hacia el mar el vacío de sus ojos sosteniendo al infinito.” Kappatos contó que en uno de sus viajes de mar se encontró con un pasajero que también había conocido a Elytis. Había sido director de un museo etnológico en alguna ciudad del inmenso mar interior de los Estados Unidos al que Elytis llegó alguna vez a dar una conferencia. A la hora de la hora entró en pánico, se declaró indispuesto y no se presentó a dar la charla. Muy temprano por la mañana zarpó hacia otras aguas. El marinero griego que hablaba español, el traductor de Elytis y de Seferis al que no esperaba nunca conocer, salió del metro en Bethesda, nos despedimos, y se perdió en la noche de invierno de Maryland.



1 Giorgos Seferis, El estilo griego I. K.P. Kavafis, T.S. Eliot. FCE, 1988, El estilo griego II. El sentimiento de la eternidad, FCE, 1992, El estilo griego III. Todo está lleno de dioses. FCE, 1999.

2 “Tomado del Cuaderno C, del libro La calle Nikitas Rantos, de Nikólaos Kalas o Nikitas Rantos, seudónimos de Nikos Kalamaris, con textos de 1945 a 1977, prologado por Odysseas Elytis”. Odysseas Elytis, Prosa. Seis ensayos, introducción, selección y traducción de Francisco Torres Córdova, UNAM, México, 2001.

3 Cf. Jay Oles, “At the Café de los Cachuchas: Frida Kahlo in the 1920s”. Hispanic Research Journal, Vol. 8, No. 5, December 2007.

4 Odisseas Elytis, Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania. Introducción de Hugo Gutiérrerz Vega, traducción de Natalia Moreleón G., El Tucán de Virginia, 1999.

5 Hay una traducción anterior española: Odysseas Elytis, Crónica de una década, traducción, prólogo y notas de J. A. Moreno Jurado, Córdoba, Ed. Cultura y Progreso, Col. Paralelo 38, 1989.

6 Odysseas Elytis, A Sovereign Sun. Introduction and translation by Kimon Friar, Temple University Press, 1974.

7 Mi traducción. Odysseas Elytis, The Little Mariner. Translated by Olga Broumas, Preface by Carolyn Forché, Copper Canyon Press, 1988.

8 Rigas Kappatos y Carlos Montemayor, Antología de la poesía griega del siglo XX. UNAM, 1993.


Créditos de las ilustraciones:

1. Al piano (1977), El jardín con la ilusiones, Ípsilon Biblía, Atenas, 1995.

2. Kouro (1978), El jardín con la ilusiones, Ípsilon Biblía, Atenas, 1995.


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