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portada-nada-ocultar.jpgNada que ocultar
Armando Alanís Pulido
Aldus/Gobierno de
Yucatán,
Mérida, 2011.

Por Balam Rodrigo
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No. 48 / Abril 2012


 


La claridad de la propia visión es una obra de arte


1.

El hombre contemporáneo está sumergido en un mundo multívoco, fragmentario, descentrado. No hay ya una sola cosa que lo defina, ni una sola visión que le dé sentido. Pero lejos de anhelar el edén subvertido, el jardín primigenio (me refiero aquí a la vieja idea de una anterior unidad natural y que los tiempos pasados fueron mejores que el presente, así como creer en la supuesta existencia de una edad de oro y sentir que “nos han sacado” de ella), algunos hombres posmodernos (y algunos artistas, por ejemplo, el poeta Alanís Pulido) han aprendido a aceptar ese mundo destotalizado y con los restos que lo erigen inventan otro, pues han tomado plena consciencia de su descentramiento vital y lo encaminan hacia lo estético, hacen arte a partir de esa noción del mundo, escriben, hallan una nueva libertad creadora: hacen poesía. Ya lo había dicho De Nerval: “El hombre ha destruido y cortado poco a poco el arquetipo de la belleza en mil pedacitos”. La belleza está allá afuera, en todos lados, sólo que mutilada, desmembrada, y alguien, en este caso el poeta, se encarga de rearmar nuevamente el rompecabezas, arma un objeto poético, una pieza de arte, un organismo textual cargado de múltiples significados, pero de una forma diferente: “La cuestión no es lo que se ve, sino lo que se mira”, escribió Henry Thoreau en su diario, mientras que Charles Simic dice lo siguiente: “El arte no se hace, se encuentra”; y dice también: “La técnica del collage, ese arte de rearmar fragmentos de imágenes previas de manera que formen una nueva imagen es la innovación más importante de este siglo. Objetos hallados, creaciones azarosas, objetos prefabricados (artículos de producción masiva convertidos en objetos de arte) han absuelto la distancia entre la vida y el arte. El lugar común es milagroso si se le ve correctamente, si se le reconoce”.

Es así que a partir de estructuras canónicas como las del poema tradicional, de estilos literarios ya conocidos, de versos, ensayos breves, aforismos, notas, citas en otros idiomas (latín, por ejemplo), reflexiones varias, canciones, referencias bibliográficas diversas, Alanís Pulido las desfragmenta y las vuelve a reunir, las  deconstruye, tal y como lo propuso Derrida: “en otras palabras, las diferentes significaciones de un texto pueden ser descubiertas descomponiendo la estructura del lenguaje dentro del cual está redactado”. Y esta redacción, este discurso, es construido con las huellas, las improntas, las cicatrices de las distintas formas de leer y ver el mundo desde los ojos poéticos de Alanís Pulido: literatura, música pop, fotografía, futbol, series de televisión, arte plástico, citas cultas y populares, es decir, los distintos niveles de visión del propio poeta que está inmerso en la cultura de nuestro tiempo, una cultura, por demás, avasalladoramente diversa y fragmentada. Estamos pues, en presencia de la acumulación de conocimiento, desde luego poético, que tiene a la página como escenario pero que, al mismo tiempo, puede funcionar como una instalación de arte plástico, como un montaje, como un pastiche: es un palimpsesto de nuestro siglo, un cúmulo de galaxias metafóricas con distintos niveles de interpretación. Nada que ocultar es un libro de notas de lectura, de citas e intertextualidad; un itinerario sin fecha de la pasión lectora de Armando, aunque no todo lo que puede leerse en él son únicamente versos y referencias de libros: porque el todo es susceptible de ser leído, basta estar abiertos a esa posibilidad. Este libro es una llave para leer también el mundo: puerta cerrada para los que no sueñan, para los que no imaginan, para los que no ven la poesía.

¿Y cómo abrir la puerta de Nada que ocultar, cómo ver esta poesía? Quizá nos dé claridad lo que dice Michel Butor, ese otro reinventor de géneros literarios cuya escritura siempre ha escapado a las clasificaciones académicas y convencionales: “Darle la palabra, imposible; no dársela, casi resulta más imposible aún, puesto que él habla eternamente en cada uno de nosotros. Encargárselo a una tercera persona, describir esa palabra, evocarla; furtivas tomas o mejor dicho, notas para el oído, de un discurso prohibido”. Esa tercera persona de la que habla Butor es el lector mismo, y los poemas de Nada que ocultar son notas para el oído, pero sobre todo, para la ensoñación, llaves para abrir las puertas de nuestra imaginación pese a que sus puertas rechinen, porque la razón y la realidad inmediata han oxidado sus goznes, por ello nuestros ojos y nuestro intelecto chirrían cuando tratamos, a todas luces y por la fuerza de la razón, de entender la poesía, de apresarla. Pero la poesía no se entiende, se crea y se re-crea, sólo hace falta una llave que abra la percepción, es decir un lector-llave como el que propone el poeta uruguayo Rafael Courtoisie: “Si las llaves son palabras, al perder su puerta quedan mudas, pierden su sonido posible, pierden su oreja correspondiente. Las llaves son un sonido para su puerta. Hay puertas sordas. Uno prueba y no hay caso: no se abren, no ceden”; o lo dicho por Octavio Paz: “Cada vez que el lector revive de veras el poema, accede a un estado que podemos llamar poético […]. La lectura del poema ostenta gran semejanza con la creación poética. El poeta crea imágenes, poemas; y el poema hace del lector imagen, poesía”.

2.

Heredero de las búsquedas y tentativas poéticas y plásticas de Max Ernst, Kurt Schwitters, Giorgio de Chirico, André Bretón, Joseph Cornell, Charles Wright, Michel Butor, Charles Simic, el movimiento estridentista, y cercano a otras poéticas contemporáneas como las de Luis Jorge Boone (en Traducción a lengua extraña, particularmente la sección Pies de foto a pies de página), Luis Felipe Fabre, José Eugenio Sánchez o del chiapaneco Eduardo Hidalgo (en relación con el apartado No se explica de su libro Viene de antes), Nada que ocultar es un libro que rompe el discurso poético lineal y nos ofrece una poesía llena de metáforas e imágenes, en cierto modo, ambiguas y multidireccionales tanto en su interpretación como en su disposición gráfica, ya que nos propone un juego conceptual, porque es un juguete lírico para despertar ideas, un objeto poético. De Chirico nos dice: “Uno puede deducir y concluir que cada objeto tiene dos facetas: una vigente, casi siempre visible y vista por los hombres comunes; y la otra, espectral y metafísica, vista sólo por unos cuantos individuos en momentos de clarividencia […]”. Y esa clarividencia es la del artista, la del poeta Alanís en este libro. Pienso que los poemas de Nada que ocultar se nos presentan como un tablero de juego, pero ciertamente, un juego ya iniciado y al que hemos llegado, inevitablemente, justo al final (¿o quizá al principio?) de la partida. Pensemos en un tablero de ajedrez (aunque bien podríamos imaginar un tablero de go o uno de damas chinas) en el que quedan pocas piezas (formadas por palabras, sílabas, versos, citas y demás) dispersas en casillas “invisibles”, pero que, por alguna razón, ponen en jaque en  1, 2, 3, 4 y hasta 7 jugadas al lector. Sí, porque de algún modo estamos en jaque. Para algunos lectores es inútil buscar ya que ven muy pocos movimientos para escapar de este jaque poético; para otros, pese al reto, son escasas las posibilidades de “ganar”; pero hay algunos que están dispuestos a realizar todos los movimientos que sean necesarios, no para ganar, sino para ponerse, deliberadamente, en jaque: la poesía es, tal como lo escribió Miguel Hernández, “un rayo que no cesa”. Aquí lo importante no es ganar, sino estar dispuesto a intuir, a jugar: estos poemas son tableros para la imaginación, trampas para la ensoñación, fetiches para invocar el misterio. Sucede que potencian el asombro, son máquinas de maravillar. Nos enseñan el don de la bilocación, nuestra cara bifronte, nuestra capacidad para estar aquí en la página, y al mismo tiempo allá, parapetados en el lineal mundo cotidiano. Esta poesía nos recuerda que somos capaces de alcanzar el vuelo. Ejemplo:

ALADO Y LIVIANO, INSTAURO NUEVAS PRÁCTICAS DE VUELO Y EN LA CONTEMPORANEIDAD LAS DISTANCIAS AUMENTAN.


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                                                          2
                                                                            3

  1. Este concepto se observa más ampliamente en una minificción de Marcial Fernández.
  2. Crítico literario que fundó sus principios valorativos en la crítica de la lectura, tal como se practicaba en las universidades inglesas a principios del siglo XX. En uno de sus estudios se puso a indagar cómo leían sus alumnos, descubrió que esos lectores universitarios eran incapaces de descifrar un poema, no solo por sus imágenes, sino también por sus palabras. Publicó dos libros en la década de 1920: Practical criticism y principales of literary criticism.
  3. Millas X 1.6093 = Kilómetros.

 

Alanís Pulido recoge, de manera poética, los trozos de sus conversaciones con otros libros y otros conocimientos y lenguas: como si fuese un herrero que trabaja piezas de hierro incandescente y que al golpear los versos, fragmentos, citas y palabras, con el martillo de la imaginación lectora, estos se fragmentaran en “chispas” líricas que caen al pie de las páginas, o mejor dicho, se transmutan deliberadamente en pies de página que nos indican de alguna manera la ruta de interpretación o la vía para el conocimiento poético, o en su caso, una salida (o una entrada), sin más, pero siempre multívoca y hermosamente paradójica, dispuesta para intuir lo simbólico, para entrar al laberinto. Un laberinto que, irónicamente, significa libertad.

Como en el cuento de Hansel y Gretel, en el que Hansel va dejando piedras tras de sí para no perder el camino (sólo que de forma inversa, paradójicamente poética), Alanís Pulido nos deja un reguero de sílabas, números, citas, fragmentos y ecos del mundo para que hagamos el camino de ida hacia su sentido y sinsentido, y el de vuelta hacia la imagen, aunque bien sabemos que en la poesía nunca hay regreso: siempre nos lleva de la mano hacia el vacío para que llenemos el cuenco de nuestras manos en sus aguas y bebamos vacuamente de él.

3.

Hay quienes piensan que únicamente puede tenerse conocimiento de la realidad a través de la percepción, vaya, por medio de las vías conocidas. Pero la poesía no sólo cuestiona la realidad, sino la forma en la que la percibimos, porque transforma y trastoca esta realidad, crea otra que le da mayor sentido a la existencia, al poeta y, por tanto, al lector de esa poesía, también transformadora de su propia realidad. Tal es la poesía de Nada que ocultar:

LA PROXIMIDAD IMPONE LO HABITUAL: LAS FANTASIAS, E INOPINADAMENTE CUANDO SE HABÍA PERDIDO TODA ESPERANZA SE PRODUCE EL PORTENTO.

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  1. Consecuencias de un portazo intempestivo. (Relato del libro Paisajes después de la batalla, Juan Goytisolo, Galaxia Gutenberg, 1998)
  2. Doble vida. (Disco del grupo de rock argentino Soda Stereo, 1998).
  3. 1998.

 

Al respecto, volveré a citar a De Chirico: “El gran guante de zinc pintado, con sus terribles uñas de oro, balanceándose sobre la puerta de una tienda en una triste tarde de viento de una ciudad me reveló, con su índice apuntando hacia abajo, las piedras sueltas del pavimento, los signos ocultos de una nueva melancolía”. Esta nueva melancolía es la que puede hallarse gracias a las “señales” de Nada que ocultar, ya que nos revelan diversos niveles de lo poético, de lo imaginario, de la realidad otra, del misterio como vía para el conocimiento, no porque el misterio esté oculto sino porque será revelado y des-velado, no en el libro sino en nosotros: "la posibilidad de llevar la realidad, desde nuestras dimensiones naturales hacia otras, descubriendo así en ello la poesía […]", dice también Jacques Rivière. Armando propone en Nada que ocultar una forma distinta de hacer poesía con los fragmentos del mundo que le rodean, los ordena de otra manera y los ve de otro modo, de tal suerte que lo común, lo vulgar, lo desapercibido se integran en un objeto poético para, ahora sí, hacerse visibles, para que nos den una nueva visión, otro sentido: nos aclaran el rumbo que nos lleva, nuevamente, al misterio, que no es otra cosa que el portento, el hallazgo poético, ser tocado por el asombro; según Cicerón, “La poesía propone cosas que maravillan”, mientras que Aristóteles dice en su Poética: “Es verosímil que también sucedan muchas cosas contra la verosimilitud”, y al respecto, el crítico español Miguel Casado refiere: “Los objetos están allí, no son imágenes literarias: son presencias reales”.

Es difícil citar y leer la poesía de Nada que ocultar en voz alta, ya que (y seguramente el autor coincidirá conmigo) es necesario ver los poemas, leerlos, más que “declamarlos”, ya que la pura voz es una herramienta injusta para desentrañar las diversas posibilidades de lectura y los niveles de interpretación que tienen estos textos. Debido a su distinta naturaleza para ser leídos, habrá quien considere simbolistas o simbólicos los poemas de Armando, pero esto me recuerda lo que escribió el maestro Antonio Gamoneda cuando le dijeron que su poesía era simbolista: “La realidad es simbólica y yo soy un poeta realista porque los símbolos están verdadera y físicamente en mi vida. Lo sigo siendo al aprovechar su energía intelectual (la del símbolo)”. De ahí que también estos poemas sean tan realistas como reales son ustedes, los lectores, los escuchadores.

4.

¿Clasificar Nada que ocultar? La idea me parece tan infeliz y tan asmática como aquellos que creen que la poesía es un género literario. Al respecto preguntaría lo siguiente a los lectores: ¿Cuando leyeron su primer libro, pensaron antes en el género de ese libro, o bien, disfrutaron de su lectura sin hacer hincapié, como de manera recalcitrante se hace, en la idea del género literario al que se adscribía su primera lectura? No creo en lo canónico, ni en la rigidez de los géneros literarios, y casi tengo por seguro que Armando tuvo, antes que nada, conciencia plena del hecho poético que lo llevó a “escribir” este libro, a esbozarlo sin pensar antes si podía adscribirse a género alguno. Nos sigue iluminando de nuevo el maestro Gamoneda, que escribe en El cuerpo de los símbolos: “Estamos siempre en el mismo género, un género más allá de los convenios literarios. Que cada uno haga lo que sepa y quiera […], pero que, despreciando seriamente las trivialidades experimentalistas, sea legitimado el olvidar los géneros y su falsa autoridad de límites, y que se profundice desnudamente en la poesía de obras cuyo género, si es que existe, “carece de nombre”.  ¿Y a qué género pertenece entonces Nada que ocultar? Es poesía, poesía que está más allá de todo género, y una poesía ni experimental ni formal ni vanguardista: poesía. Lo novedoso en el libro de Alanís Pulido consiste en haber creado un artefacto poético que no está sujeto a la estética convencional, porque no se preocupa por ella. Está libre de las ataduras del canon.

Tanto en No hablo para ser escuchado como en Hombres, mujeres y sitios imaginados (las dos secciones de poemas que comportan este libro) hay una actitud antiépica donde la intertextualidad, el pastiche, el collage, la fragmentación y las referencialidad son algunas de las vías de acceso (y no únicamente un método) para re-crear la poesía y crear nuevas mitologías poéticas basadas en la disolución y el descentramiento del yo, del sujeto: es evidente lo fragmentario y la disolución del discurso poético convencional como conciencia crítico- estética que muestra cierta subversión ante el lenguaje poético tradicional. He aquí un dejo de antipoesía y, al mismo tiempo, esquirlas de posmodernidad, pero ante todo, una poesía que a manera de palimpsesto dialoga con el lector, también fragmentado por la realidad, también desmembrado pero despierto: “En la creación poética no hay victoria sobre la materia o sobre los instrumentos, como quiere una vana estética de artesanos, sino un poner en libertad la materia”, escribió Octavio Paz. Y esa libertad es la que alcanza la poesía en Nada que ocultar, porque su nada está oculta, mientras que su todo es poéticamente revelado en cada página, en cada poema. Termino mis comentarios con las palabras del poeta Charles Simic: “La claridad de la propia visión es una obra de arte”. Y esa claridad es la que nos propone Armando Alanís Pulido en este libro.


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