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portada-estilo.jpg Y así por el estilo
Joseph Brodsky
Traducción de José Luis Rivas
Universidad Veracruzana,
Xalapa, 2009.

Por Juan Carlos Calvillo
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No. 48 / Abril 2012



Nunca tuve la ocasión de trabajar con un libro completo de Joseph Brodsky, pero la primera vez que emprendí la tarea de traducir un poema suyo fue hace ya más de seis años y se quedó grabada en mi memoria como una experiencia reveladora. Era un poema titulado 24 de mayo de 1980, traducción a su vez del ruso, cuya principal dificultad al trasladarlo al español giraba en torno a la recreación de un efecto de extrañeza, un cierto exotismo que podía percibirse en la lectura de un poema que distaba mucho de la comodidad y la despreocupación con que se escribe en la lengua materna. Con todo y su acento foráneo, el inglés de Brodsky nunca tropezaba, y a la voz que en 24 de mayo hacía un esfuerzo por recapitular la experiencia de una vida, por enfrentar y aceptarse uno mismo con su propia existencia, se le sumaba un empleo reiterado de imágenes extravagantes, ambigüedades ostentosas, juegos de palabras, variaciones sobre giros idiomáticos y, sobre todo, una profusión de detalles sumamente personales que daban cuenta de una visión amplia y profunda de la experiencia humana.

A la luz de aquella experiencia, ahora sé bien que la labor de José Luis Rivas al traducir Y así por el estilo / So Forth, el último libro de Joseph Brodsky, no ha sido en lo absoluto sencilla. En So Forth, diecinueve de los sesenta y cuatro poemas se escribieron originalmente en una segunda lengua, y los restantes, salvo uno, son traducciones del propio Brodsky, ya sea trabajo exclusivo o en colaboración cercana con algún traductor. Sin embargo, el hecho curioso para el lector angloparlante es que incluso las traducciones inglesas son una alabanza del lenguaje complejo y sofisticado en el que la extrañeza, en lugar de entorpecer, contribuye en la conformación de un estilo, una escritura distintiva que no sólo se tiende entre dos idiomas sino que también se debate en tiempo y espacio. La lengua, la triada presente-pasado-futuro y, por último, la geografía, son los puntos cardinales en So Forth de Brodsky porque los tres son, a final de cuentas, el lugar donde converge la deserción. En un mundo en el que el “ayer se ha vuelto mañana”, en el que el hombre solo “se encuentra en el futuro”, en el que se siente de modo palpable “la influencia del no ser// sobre el ser”, los poemas de Brodsky se proponen, tal como escribe en una pieza titulada Nota al pronóstico del tiempo, cual si fueran “copos de nieve [que] flotan en el aire, como buen ejemplo/ de aplomo en el vacío”.

La poesía de Brodsky es compleja, reitero, y su traducción lo es mucho más todavía, y no porque el poeta no haya logrado “domin[ar] la lengua” de los “queridos salvajes”, como se afirma en el primer verso del libro, sino por las dificultades implicadas en la transferencia de una intuición poética entre dos, o incluso tres, lenguas y culturas distintas. El traductor al español podría sentirse tentado a imitar el procedimiento del mismo Brodsky al traducir sus poemas del ruso al inglés. Con la ayuda de hablantes nativos, y a veces hasta sin ella, el poeta supervisaba el proceso de traducción de tal modo que el objeto reprodujera la estructura formal del poema, imitando en la medida de lo posible el funcionamiento del ritmo, la métrica y la rima del original aun a costa de variaciones considerables en el contenido semántico (un método que, por cierto, se presenta como antípoda práctica y conceptual para el otro gran escritor ruso del siglo pasado emigrado a los Estados Unidos, Vladimir Nabokov, que se opuso con vehemencia a la mímesis formal en su traducción del Eugene Onegin de Pushkin). En su defensa, las traducciones imitativas de Brodsky ciertamente demostraron que es posible trazar un puente lingüístico y prosódico entre dos lenguas, pero esto sólo a expensas de una gran cantidad de contenido literal, una laxitud y atrevimiento que a duras penas puede permitirse exclusivamente el autor original.

Muy a propósito, creo, me viene ahora a la mente una afirmación del poeta modernista Robert Lowell con la que presenta su volumen Imitations: “Los traductores estrictamente métricos existen todavía. Parecen vivir en un mundo de pureza, sin que los haya tocado la poesía contemporánea. Sus apuros son audaces y honestos, pero son taxidermistas, no poetas, y es probable que sus poemas terminen siendo pájaros disecados.” José Luis Rivas es un poeta, y sus traducciones de Joseph Brodsky, lejos de ser tiesos artefactos decorativos, tienen la fuerza de poemas reales y verdaderos, vivos. No es difícil adivinar por qué se han cruzado Brodsky y Rivas por el mismo camino. A manera de ejemplo, cito un breve fragmento de un poema de Rivas:

Es tu pueblo el de siempre junto al anchuroso río.
Una gota de sudor resbala de tu frente
y se evapora antes de rozar el agua.
Tú, desde el barandal,
sabes que igual suerte correría
una lágrima, y la evitas,
como quien apaga un candil
y se acoda en la ventana
para ver cómo llueven en la noche los luceros.

 

En contraste, ahora cito la última estrofa de su traducción del poema Estrella de Navidad de Joseph Brodsky:

 

Atenta, sin parpadeos, por entre pálidas nubes errantes,
sobre el niño en el pesebre, de muy lejos —de lo más hondo
del universo, del extremo opuesto— la estrella
observaba el pesebre. Era la mirada del padre.

 

Y así por el estilo no emplea el método del Brodsky traductor; más bien José Luis Rivas habita al Brodsky poeta y, como Vertumno, cambia de forma física para sustituir el original con un poema de acuerdo a su propio arreglo, un poema que sigue siendo Brodsky, sin embargo, sólo que ahora en español.

Llama la atención que en este proceso —el nombre Vertumno proviene de la raíz latina vertere, “mover, cambiar”— la traducción se impregne del deleite, o más precisamente obedezca a la intuición poética de José Luis Rivas. Es fascinante descubrir la manera en que se deja llevar por las palabras que le conmueven, o la manera en que modifica la distribución de los versos en las estrofas, o la forma en que afina la elocuencia del poema cuando al lápiz de Brodsky se le achata la punta. El trabajo que Rivas ha llevado a cabo con los poemas de Brodsky encuentra su más preclaro emblema, a mi parecer, en su propia traducción del sexto apartado del poema Vertumnus:

 

Y yo me he aposentado en el mundo donde tu palabra y tu gesto
eran imperio. La mímica, la imitación, eran consideradas
fidelidad. He logrado dominar el arte de compenetrarme
con el paisaje, tal como nos fundimos con el mobiliario o las cortinas
(lo que, al cabo, influyó en mi guardarropa).
A ratos, en el transcurso de una conversación, el pronombre
de primera persona del plural brotaba gota a gota de mis labios,
y eran mis dedos tan vivaces como un espino de seto vivo.
Además, dejé de mirar por encima de mis hombros acolchados.
Ahora ya no tiemblo al oír pasos a mi espalda…



Si hay algo que nos recuerdan las meditaciones de Joseph Brodsky en torno al exilio, el paso del tiempo, la deserción y la mortalidad es sin duda lo trivial y lo efímero de nuestra existencia, contra lo que la poesía se ofrece, irónicamente, no como una forma de parasitismo social sino, como dijera el propio Brodsky, como “único seguro de que disponemos”. En este sentido se agradece que José Luis Rivas esté menos interesado en proponer reglas para una traducción correcta y más volcado a traducir de verdad, puesto que en Y así por el estilo ha logrado, “merced a su don”, tal como asevera Brodsky en el poema Navidad, “tomar por prójimo a un ser de otro mundo”.

 


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