No. 52 / Septiembre 2012


Washington Benavides

 

Viejos

…dando sentido a su octogenaria vida
Montevideo Junio del 2012

Puede uno como Job
Terminar su función sobre la tierra
anciano y colmado de días.
Quiere decir que el pobre muñeco
fue depositado no en el armario de trastos
sino bajo la tierra, después de la jugarreta
que su Señor le armó con El Otro.
pero lo más común, es que sigamos,
con la carrocería que necesita buen chapista;
recuperando fracturados recuerdos,
topándonos con coetáneos que nos mueven
al miedo (¿y yo estaré tan jovato?).

No volveré a abordar el tema con la imagen
del “reino inhóspito, etc.” La única verdad
es que uno ha sido transeúnte.
Un día, reconoció el entorno, y aparecieron
los semejantes y tuvo trato con ellos.

Abundar sobre ese trato es tarea para un Balzac.
Como de toda cosa nos queda entre manos
una tajada de la realidad. Y de veras, no tengo
tiempo, para detenerme a discutir sobre qué cosa
es la realidad. El tiempo.

Me afano últimamente en ordenar papeles;
en repasar cuadernos, variaciones,
que a través de años ofrecen los poemas.
Y el tren que se nos va. Y cómo hacernos de ese fantasma
de niebla que se nos escurre,
para precisar cuál sería el definitivo
de los textos, entre las variables.
El tiempo y el cuerpo. Que ya dijimos que es cada vez
más indócil. No se te ocurra pensar
en las hazañas de muchacho. Si lo fueron.

Aquella muchacha hebrea de ojos azules,
de pecas en las mejillas, que conociste
cuando tu padre jugaba póker con sus amigos
israelíes y su yerno sastre que lo llevó
A las mesas sabatinas, con escones y té.
Esa muchacha será (y ojalá que lo sea)
una abuela que ha visitado varias veces
la tierra santa de Las Piedras, y habrá depositado
muchas, sobre el césped cuidado.

Y como dije la pecosa, puedo decir la de las
trenzas rojas, o la menuda de los ojos verdes
(que ya no ve “la dulce luz del mundo”). O toparme
en un sueño con Jacinto Ballesteros “El Troncho”,
Mi gran amigo y cofrade en correrías de caza
o pesca; llegando a la herejía de apedrear
por la noche las palomas de la Catedral
de San Fructuoso. O revivir el carnaval
de pueblo, donde conoció a la mujer que ama
y le acompaña, por más de medio siglo.

O ver de nuevo a Artigas Pereira, amigo de la infancia,
”fraybentino campestre” como se definía,
Construyendo una cancha de bochas en el fondo
de su casa. O sentir la cercanía constante de Joaquín Correa,
futbolista admirable, agrónomo y pintor.
Muchas veces segregado por la sociedad
de su pueblo por ser “un mulato”. Ahora suena
una extraña bocina: es el propietario de la vaca
Jersey que por las tardes recorre las calles
de macadam, vendiendo leche de apoyo. Y uno
que tal vez bebiera leche a fuerza de coscorrones,
salía a la calle con un jarrito esmaltado
desesperado por beberse la tibia leche del apoyo.
Pasa un Ford, es Don Pereira, comprador de carnes
Para el Anglo, pasa un chevrolet o un rugby,
Pasan jinetes desconocidos. Del macadam se eleva
un espíritu rojizo que se mantiene largo rato
en la calle. Va a llover. Y llueve. Y nos ponemos
bolsas de arpillera como capas de monjes pordioseros.
Y corremos descalzos por los arroyitos de las canaletas.
Y el aire huele, de pronto, a tortas fritas.

El cuerpo no encuentra fácilmente su acomodo.
El dormir, tal vez soñar, es más bien dormir
a ratos. Y puede ser lo mejor que te suceda.
Pero en alguna esquirla del sueño, aparece el remanso
donde te adormilabas, caña en mano, esperando
el pique milagroso de una boga.
O pasas sigiloso por el monte, con la escopeta 16
que heredaste de tu padre y éste del suyo.
¿Te sientes colmado de días como el viejo Job
con sus ciento cuarenta años?
Te sientes integrante del grupo de ancianos
de Ilion, que ya no pudiendo luchar arengaban a
sus muchachos con palabras hermosas,
o todavía tenían ojos para juzgar a Helena
digna de una guerra?
No espero que nadie restaure nuestra situación
Actual, como hizo el Señor con Job.
Trato de sostenerme. Y ayudo a otros a sostenerse,
filtrando la memoria del pasado.
Y no es porque susurre día y noche una ley
que otros instauraron.
Soy un viejo común.
Contemplador comunitario.
Y como dijo alguna vez el Dr. Emilio Oribe:
“Contemplador
como un pastor caldeo,
yo canto lo que veo”.
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