Parachoques 


"¿Quién es Edward Hirsch?"
Segunda entrega

Pedro Serrano

 

Introducción a Edward Hirsch, Iluminen la oscuridad. Selección, traducción e introducción de Pedro Serrano, Cooperativa La Joplin, México 2012.

 

parachoques-01.jpg“¿Quién es Hirsch?” No es mucho lo que se conoce de él en español. Hace unos diez años la revista Fractal le publicó un ensayo sobre Derek Walcott. Como para el poeta de Santa Lucía, también para Hirsch “Al principio y al final la empresa del poeta es redentora, es una llamada jubilosa”. Ya antes José Luis Rivas había traducido algunos de sus poemas con motivo de una visita que hizo a México junto con otros poetas de Estados Unidos para un encuentro organizado por el Instituto de México en Nueva York y la Academy of American Poets. Fue ahí donde por primera vez me encontré con él: un hombre alto y desenvuelto, de sonrisa afable, que se movía en compases redondos y súbita gestualidad, y que leía sus poemas como si los describiera. Lo recuerdo en una comida el último día, alzándose para brindar con los brazos abiertos, enmarcado por unas banderillas de papel picado en la Hostería de Santo Domingo. Por las veces que lo he visto puedo decir que posee un entusiasmo contagioso y una afabilidad suave, aunque si es acosado reacciona rápido y feroz, como un oso al pescar.

No. 55 / Diciembre 2012 - Enero 2013



Parachoques 


"¿Quién es Edward Hirsch?"
Segunda entrega

Pedro Serrano

 

Introducción a Edward Hirsch, Iluminen la oscuridad. Selección, traducción e introducción de Pedro Serrano, Cooperativa La Joplin, México 2012.

 

parachoques-01.jpg“¿Quién es Hirsch?” No es mucho lo que se conoce de él en español. Hace unos diez años la revista Fractal le publicó un ensayo sobre Derek Walcott. Como para el poeta de Santa Lucía, también para Hirsch “Al principio y al final la empresa del poeta es redentora, es una llamada jubilosa”. Ya antes José Luis Rivas había traducido algunos de sus poemas con motivo de una visita que hizo a México junto con otros poetas de Estados Unidos para un encuentro organizado por el Instituto de México en Nueva York y la Academy of American Poets. Fue ahí donde por primera vez me encontré con él: un hombre alto y desenvuelto, de sonrisa afable, que se movía en compases redondos y súbita gestualidad, y que leía sus poemas como si los describiera. Lo recuerdo en una comida el último día, alzándose para brindar con los brazos abiertos, enmarcado por unas banderillas de papel picado en la Hostería de Santo Domingo. Por las veces que lo he visto puedo decir que posee un entusiasmo contagioso y una afabilidad suave, aunque si es acosado reacciona rápido y feroz, como un oso al pescar.

Unos años antes de ese encuentro, a principios de los noventa, por uno de esos azares de vaga sinestreza, recibí un libro delgado que tenía una portada naranja con un recuadro oscuro y una imagen urbana dentro, y que llevaba por título The Night Parade, en donde resuena una canción de The Band, el grupo que acompañaba en los sesenta a Bob Dylan, y que comienza así: “You got lost in the croad The waves of people in Chinatown Can't get behind this mystery Do you believe everything you see” (Estás perdido en la multitud Olas de gente en el Barrio Chino Este misterio te perseguirá ¿Acaso crees todo lo que ves?). El libro me llegó como la canción que evoca, es decir como un extraño don. Alejandra de la Paz, que fue quien me lo trajo, regresaba de un viaje de trabajo con un envío expresamente para mí. En el Museo de Bellas Artes de Houston había conversado con una persona que, como ella, también trabajaba en la promoción artística. En la charla, me contó, surgió una coincidencia: las parejas de ambas escribían poemas, y al calor de la simpatía le dio un libro de su marido para mí. Aunque no suelen pasar cosas así, tampoco son garantía de nada, y como el nombre del autor no me sonaba abrí el libro con una educada curiosidad que no llevaba en sí demasiado interés.

parachoques-libro_pedro.jpgEl autor de The Night Parade era un poeta estadounidense del que yo no sabía nada. Lo busqué en la antología de poesía estadounidense que recientemente había publicado en español Eliot Weinberger y no lo encontré. “Quién es Hirsch”, me pregunté. Como en esa época todavía no había Internet no era fácil tener más información que la escasa que venía en la contraportada. Lo más que llegupe a saber es que vivía en Houston y que daba clases  en la universidad de esa ciudad. Apenas leí los primeros poemas me sorprendí. Como me sucede cuando algo me entusiasma, inmediatamente pensé en traducir alguno. Más adelante, ya después de que lo conocí, compré algunos de sus libros. Me hice así de Earthly Measures de 1994y de On Love, que había salido unos años más tarde, y conseguí dos libros suyos de ensayo, Responsive Reading (Lecturas respondientes), y el ya mencionado How to Read a Poem and Fall in Love with Poetry, ambos publicados en 1999. Pero mi propósito de traducir uno de sus poemas nunca llegó a realizarse. Nos habíamos escrito un par de veces  Así que cuando Carla Zarevska me llamó para ver si me interesaría traducir a Edward Hirsch, le contesté que sí, sin tener que pensarlo mucho. Me puse en contacto con él y quedamos de vernos. Al poco tiempo recibí The Living Fire, una antología publicada en 2010, que incluye poemas de todos sus libros anteriores más unos veinte poemas nuevos, y me puse a trabajar de inmediato. No recuerdo ya si me lo entregó el propio Hirsch o me lo envió por correo. En todo caso la dedicatoria del ejemplar que tengo y que es con el que he trabajado todo este tiempo está fechada el uno de marzo de 2010.

¿Quién es Edward Hirsch? Nacido en Chicago en 1950, hizo sus estudios universitarios en Grinnell College, una universidad que se halla en el estado de Iowa, a cuatro horas de su ciudad natal en dirección del océano Pacífico. Uno de sus poemas más recientes, “Los inicios de la poesía”, retrata la experiencia de aislamiento en que se encontraba mientras hacía esos primeros estudios: “Las vías del ferrocarril parten el campo por en medio y a la noche yacías en tu estrecha guarida y escuchabas el solitario silbato de un tren que cruza la pradera en lo oscuro.” Hirsch no se quedó a vivir en esa zona. Salió de su madriguera y se embarcó en el tren. Varios de sus poemas obturan fragmentos de las carreteras por donde ha pasado y rondan en no pocos de los lugares en que ha vivido. De Ohio fue a Filadelfia, y allí obtuvo un doctorado en folclor por la Universidad de Pennsylvania. Al terminar sus estudios regresó a la región de los Grandes Lagos, y dio clases en Wayne State University. La distancia a Chicago era casi la misma que la que había de donde había hecho sus primeros estudios, pero vivía en Detroit, una de las ciudades más representativas del siglo veinte estadounidense, y no en un campo universitario aislado. De Detroit bajó a Texas, y durante diecisiete años fue profesor en los Departamentos de Inglés y de Creación Literaria de la Universidad de Houston. Posteriormente ha hecho el recorrido a la inversa, hacia el norte de nuevo, hasta recalar en Nueva York, donde desde 2006 es Presidente de la John Simon Guggenheim Foundation.

Sus poemas describen con simpatía muchos lugares en los que ha estado y mucha gente a la que ha querido, y su interés no se queda en una comunidad cerrada ni se limita a extenderse únicamente por los cuatro anchos costados de su propio país. Centrado en el sesgo de su historia personal, como narra en el poema “El poeta a los siete”, desde ese montículo mira con el rabillo del ojo, como Charlie Brown, hacia todos lados. Este afianzarse en su propia realidad familiar y acción ciudadana le ha permitido avanzar hacia el mundo. Ha vivido en Londres, por ejemplo, como cuenta en “Isis Desvelada”, un poema de su último libro que se sitúa en esa ciudad y en el año de 1977. En ese Londres de calles bifurcadas, Hirsch frecuentaba una librería esotérica y veía sombras eróticas bailando con los árboles. Ha recorrido atento diversos países, muchos de los cuales aparecen en sus poemas, y su curiosidad pasea por distintos recovecos del viejo hotel humano, como por ejemplo el de la poesía polaca, sobre la que ha escrito poemas y ensayos a partir de su amistad con Adam Zagaievski y de su lectura de Herbert y Milosz. Ha entrado también en las habitaciones individuales de escritores pertenecientes a diversos momentos históricos y a literaturas distintas, todos ellos incisivos, como Giacomo Leopardi, Marina Tsvetaieva, Colette, Simone Weil, Diderot, Brodsky.

parachoques-02.jpgLa vida de algunos de sus parientes ha sido tema de varios poemas muy emotivos. Y así como ha sabido entrar en la tragedia individual de sus personajes, lo ha hecho en la tragedia colectiva del pueblo judío durante la Segunda Guerra. De ahí sale un largo y hondo poema a partir de dos maletas con dibujos hechos por niños encontradas en el campo de concentración de Terezin. Como narra en ese poema que es también un largo mural, a alguien se le ocurrió guardar esos dibujos luego de que desaparecieran paulatinamente primero los papeles en que dibujaban, luego los lápices y colores con lo que lo hacían, posteriormente la maestra a la que se le ocurrió la idea de dar clases de pintura y finalmente los niños que habían hecho esos dibujos y que al hacerlo vivían cada uno de ellos sus días y dejaban como testimonio lo que fueron infantilmente plasmando. La persona que los guardó también desapareció, y las maletas se quedaron arrumbadas durante muchos años. Alguien sustituyó al final de la guerra a quien estaba a cargo de esos cuartos, alguien cerró una puerta con llave, y los dibujos se quedaron esperando muchos años, hasta que Hirsch abrió la puerta y los dibujos se desparramaron inundándolo todo y empapándonos a nosotros.

Edward Hirsch publicó su primer libro, For the Sleepwalkers (En homenaje a los sonámbulos) en 1981, y con él obtuvo tanto el Premio Delmore Schwartz de la Universidad de Nueva York como el Premio Lavan para Jóvenes Poetas de la Academy of American Poets, una de las tres o cuatro asociaciones importantes que en los Estados Unidos promueven la poesía. Su segundo libro, Wild Gratitude (Gratitud salvaje), publicado en 1986, recibió el National Books Critics Award. Posteriormente ha publicado The Night Parade (El desfile nocturno) en 1989, Earthly Measures (Medidas terrestres) en 1994, On love (Sobre el amor) en 1998, Lay back the darkness (Aligeren la oscuridad) en 2003 y Special Orders (Órdenes especiales) en 2008. En 2010, bajo el título de The Living Fire (El fuego vivo) publicó una selección de sus poemas. Durante cerca de tres décadas ya, al tiempo que escribía sus poemas, Hirsch iba publicando sus ensayos sobre poesía en diversas revistas y periódicos, y posteriormente reuniéndolos en libro. En 1999 sacó Responsive Reading (Lecturas que responden). How to Read a Poem and Fall in Love with Poetry salió ese mismo año, como ya mencioné. The Demon and the Angel: Searching for the Source of Artistic Inspiration (El demonio y el ángel: en busca de la fuente de la inspiración artística) apareció en 2002, y en 2006 Poet’s Choice (La elección del poeta), libro que, como también ya dije, recoge los artículos publicados semanalmente entre 2003 y 2005 en The Washington Post. Ha recibido también diversos reconocimientos.

En cada uno de estos libros hace recorridos breves y abismales de la vida, viéndola desde la ventana o el semáforo, asumiendo la condición de padre, o de hijo, o de nieto, retratándose como un niño judío jugando béisbol o como un adolescente que peina en manada la ciudad veraniega. Casi siempre, aun con lo doloroso que a veces sus temas llegan a ser, sus poemas son epifanías de alguien que está vivo en todo eso que cuenta, de alguien que se siente parte de este mundo, de alguien que se responsabiliza de decir lo que ve y lo que toca. Como la higuera que crece a pulso en una roca árida en su poema “Higos verdes”, y ahí da frutos, Hirsch es capaz de extraer la savia necesaria para producir poemas en la abundancia así como en la escasez. Sus poemas suelen partir de una experiencia personal, íntima, para de ahí extenderse, por vía tanto de la observación del mundo exterior como de las repercusiones emocionales que esas redes alcanzan, a una explosión metafísica, pero no en el sentido de la reflexión racional, sino siguiendo los hilos trazados por esos dibujos relacionales. En “Ventana de hotel”, por ejemplo, como un personaje de Edward Hopper, quien narra el poema está viendo desde lo alto lo que sucede en la calle,  pero imperceptiblemente todo eso que ve se vuelve un mundo fantasmal, con taxis como barcas de Caronte y paseantes que son ánimas en pena, hasta que termina por introducirse en el cuarto y metérsele al cuerpo.

De “Presagios”, un nocturno que se revela contra la nostalgia, a “La bienvenida”, en que una pareja espera en el mar abierto de una habitación prestada de una ciudad extraña la entrega de su hijo en adopción, cada uno de los poemas aquí reunidos es un don abisal. Ese don que Hirsch entrega funciona de modo intermitente y a la vez total. Al hacer una lectura completa de su obra se pueden trazar las experiencias que han ido marcando su vida y que conforman su biografía, como esos diseños en los que si seguimos una numeración puntuada, al final descubrimos el dibujo de un caballo o una medusa. Como la de casi todos, la vida de Hirsch ha estado llena de chispazos de felicidad e inmensas lagunas de pena. No es que un poeta tenga que sentir más, sufrir más o gozar más que los demás mortales. Es que la exposición continua y extrema a todo eso que siente, y la capacidad de hurgar emocionalmente en el lenguaje para alcanzar su expresión, es lo que hace posible un poema. Esas dos acciones, intuyo, afectan radicalmente la vida de quien escribe poemas, la hace incierta y peligrosa, para bien o para mal. Quizás esa sea una diferencia. Pero quien lee también, inevitablemente, entra en ella, y una continuidad se restituye.

parachoques-03.jpgEsto no quiere decir que la poesía tenga que ser confesional, por supuesto. Pero aún en las escrituras más abstractas, más irónicas y más despojadas, al final del recorrido se proyecta una figura. Esa figura es compuesta. Está hecha de una sustancia mixta, con ingredientes puestos en el poema por el poeta y también por los lectores que lo polinizan. De alguna manera no del todo intencional la selección que he hecho de los poemas de Edward Hirsch proyecta esa figura, suya y ahora nuestra. No estoy seguro que quienes lo conocen, o quienes lo hayan leído, reconozcan en esta selección la misma figura que se han hecho. Es posible que a alguien le parezca que falta algún poema o que sobra otro. Seguramente tendrá razón. Si la figura fuera fija, los movimientos caleidoscópicos que proyectan los poemas dejarían de emanar, y entonces ya no los estaríamos leyendo. Es el hecho de que se muevan lo que hace que esa figura siga viva, que un nombre siga siendo actual, que esa voz puesta ahí siga actuando en nosotros. Nunca será tal figura idéntica a sí misma, y nunca alcanzará una final identidad. Dicho esto, después de hacer una primera selección personal, traté a partir de ella de dar muestra de sus intereses y recurrencias. Quise también escoger poemas de todos sus libros, y dar cuenta  no de tanto de una progresión como del largo recorrido. En poesía los exempla retóricos de madurez no valen, o la contrario, son siempre presentes. Todo poema que funciona es un poema maduro, haya sido escrito a los dieciséis años o a los sesenta.

Un comentario final sobre la traducción. Los poemas de Hirsch tocan temas de todos los días con palabras de todos los días. En ese sentido, no contienen grandes disquisiciones filosóficas ni viajes inenarrables a las desintegraciones del yo o vastas aventuras epopéyicas. Casi todos presentan momentos cotidianos de la vida de unos individuos normales. Lo que les sucede nos puede suceder a cualquiera de nosotros en un día cualquiera. El lenguaje que utiliza para describir esas escenas es un lenguaje común, de giros cotidianos, frases hechas y expresiones de todos los días. Pero lo que toca con esas herramientas hechas para el uso es el misterio de la vida misma, de cada vida en particular. Entonces el lenguaje se abisma en sí mismo, se abre insondable y la frase que nos parecía moneda corriente se vuelve perturbadora y extática. Daré un ejemplo, para que se me entienda, de los mecanismos que sus poemas piden al tantear en su traducción. “Wild Gratitude” da título tanto a un poema como a un libro de Hirsch. Es un emblema. Con eso bastaría para reconocer su intención e intensidad. Pero es más que eso. De alguna manera define la posición de Hirsch. Digo “wild gratitute” e inmediatamente pienso en él, en la efusividad con que enfrenta la vida, en la exhuberancia de su carácter, en la simplicidad aparente de su estar en el mundo, en la violencia incluso de su accionar. Pero traduzco al español mecánicamente “gratitud salvaje” o “salvaje gratitud” y la expresión ya no me dice nada, o me habla de otras cosas. Pienso en el Pato Donald con una guirnalda de flores al cuello. Aunque se entiende, esa expresión no tiene ninguna reverberación en la que Hirsch pueda estar incluido. La expresión en español que tiene una irradiación equivalente es “gratitud desbordada” De esta manera, si hablo de una “gratitud desbordada” para referirme a la manera en las que Hirsch da gracias a la vida al escribir, todo cae en su sitio nuevamente. Escribo esto y me doy cuenta que algo tiene él de Violeta Parra. Tampoco es fácil traducir “Gracias a la vida” al inglés. El reto fue lograr que ese lenguaje de todos los días de la planicie estadounidense llegara en español, con su misma calidad corriente, a profundidades similares. Lo aparentemente sencillo se vuelve entonces endiabladamente difícil. He tratado de dar con la misma moneda de cambio panoramas similares. Espero no haber trastabillado de más.