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No. 63/ Octubre 2013


Shelley Fagúndez
(El Sauce-Canelones, Uruguay 1976)


Rimas

1

                La pared.
Miro –primero- la pared que ha resistido
Numerosas pinturas a la cal y tierra
De colores. Azul, parece la primera,
Rosa la segunda,blanca la tercera, rojiza casi
La cuarta, y después,como masa hojaldrada
Ya no puede reconocerse,color y capa.
Toco ahora,como si fuese a imprimir
En su superficie la impresión digital
De mi mano. Oprimo sobre la pared
Que se descascara como tronco de eucalipto,
La extensión de mi mano.
La retiro y la observo.
En ella, impresa como una mala página
De imprenta provinciana, rasgos de la pared,musas o fantasmas de sus colores,
maquillan
A mi mano.
Como si la observación se desubicara,
Me parece descubrir un rostro en la palma
De mi mano. Alguna vaga línea rosa, un golpe rojo, el azul enmarcado: un rostro.
Un rostro que se nos va revelando, no
En sus líneas, sino en la memoria que se pone,
A toda máquina, a registrarla,a reconocerla.
Un rostro de mujer. Una muchacha tal vez,
Una lánguida acuarela torpe,cabello azul,
Labios ¿labios o heridas? Rojos, piel rosa, o aproximadamente rosa. ¿Rostro? O
estamos
¿Con esa imaginación desatada que nos lleva  a figurar las nubes?  ¿A figurar
    colinas o piedras
De los cerros?¿A ver lo que nadie fuera de nosotros ve: como el pensamiento no
    expresado,
Como lo que se reserva nuestro interior?
Doy un paso atrás. Y la pared
Ha vuelto a ser una pared descascarada
De la casona paterna que ya no es la casona paterna.




El mueble

Las Caobas, los sándalos los robles..
Parecería que voy a internarme en la poesía
De las Mil y Una o en el Kalevala,
Acompañando al viejo y gran Vainamoinen,
Al soberbio Kokomieli… No.
Hablo de maderas admirables. Como podría agregar,
En otras direcciones, los corchos extremeños,
Los mimbrales, cercanos de viñedos,
Los abedules fantasmales y los cipreses
Del pantano. El lapacho, de flores amarillas
O blancas o rosadas del Chaco,
O el quebracho de los durmientes del corcel
De hierro,o el pino de los obreros,
O las maderas delicadas que transportaron
Madonas de Fra Angélico o Mona Lisa Gioconda
De Leonardo.
La madera –las maderas- nos han acompañado.
Las hemos utilizado de mil maneras.
Oh, aquel glorioso gorro del ganapán
En el grabado de Durero, que mientras baila
Con su digna y gorda compañera, luce en el gorro,
Con más gallardía que una pluma de faisán, atravesada
Su cuchara de madera, compañera de vagabundeos; tan útil
Cuando encontramos una mesa servida que nos invita,
O un fogón de camino con otros goliardos.
Las maderas estaban en el bote donde dormitamos
En el Caraguatá en una pesca diferida;
Las maderas estaban en las nobles sillas
artesanales, en el camastro de estudiante,
En la mesa familiar,siempre despareja;
En las puertas y ventanas. Para mirar el cielo 
O caminar la tierra. Con sus maderas repintadas y curtidas
De intemperie, allí estaban.
Estaban en “Mi prima Águeda” de Ramón
López Velarde, cuando transforma a la adorable
Prima en un cesto policromo protegido” en el ébano de un armario añoso” O en “El
abuelo”
Del poema de Benavides, que para escapar
A la gente –fumaba en secreto-“se transformó
En un armario”. Las maderas…,
Estaban en los postes y tranqueras. Pulidas
Por el tiempo. Tal vez estén conmigo
En la otra barca que prefiero diferir