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tercera-menor.jpgTercera menor 
Alejandro Sandoval Ávila,
Ediciones Sin Nombre-Instituto Cultural de Aguascalientes,  México, 2007
Por Ignacio Betancourt
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Habla López Velarde de "la exquisita/ partitura del Íntimo decoro" y Alejandro Sandoval lo cita como epígrafe para entonar su Tercera menor, el nuevo libro en cuyo arranque es sujeto de diversa intensidad la estirpe, semillas que germinan en la relación filial, anticipo de lo desconocido que habrá de revivirse frente a otros ya sin la levedad que toda infancia implica; niñez y tiempo como metáforas intercambiables; a partir de tal núcleo se hurga con la escritura en el vértigo de lo memorable. Patín del diablo se titula el comienzo, pues hasta cierta edad el mundo puede ser el lugar de los juegos. ¿Opinarán lo mismo los pequeños?

 

El sentido renace en la palabra escrita para decirle a cada quien lo que merece, y entre la mezcla de emoción y voz todo reinventa, “un columpio es un océano” porque así lo siente el padre que mira a la pequeña ir y venir por el aire, mientras va convirtiendo en abrazo la admonición. Así el vestido rojo es una niña y sus pasos la orilla del mar; entre signos de arena, la pequeña descifra el mañana sin darse cuenta, mientras el padre descubre en la hija “una sonrisa semejante a la que mira siempre en casa.

 

“Contra la parte oscura del alba” el hombre recupera su haber sido hijo, y en el dormir del hijo se descubre, y anticipa en el hijo de su hijo, el encadenamiento que trasciende lo consanguíneo para ubicar al ser en la fatal plenitud de la especie, única situación de igualdad que lo humano permite, además de los sueños, que por
cierto, acontecen en todas las edades.  

 

Aunque lo paternal es un carácter sostenido que impregna incluso a la naturaleza, entre las pequeñas merodean los fantasmas de otras mujeres que advierten con un gesto cordial al hombre que las mira, sobre lo inconsistente de toda certeza, además, porque así ellas mismas impiden su propia desaparición entre los laberintos de la memoria adulta.

 

Desde una manifiesta sobriedad expresiva, muy adecuada al asunto (por cierto de larga tradición en la poesía hispanoamericana; Leopoldo Lugones y Enrique González Martínez dedicaron libros a sus esposas, y qué decir de Juan de Dios Peza) Alejandro Sandoval entreteje con eficacia el entorno familiar como tópico recurrente y supera el desafío pues la familia como tema no se explicita, en sus poemas hay personajes de edades distintas confrontados con su devenir, pero nunca fragmentos de esa llamada célula fundamental de la sociedad que la derecha no se cansa de consagrar.

 

En este libro el erotismo irrumpe siempre nocturno, porque en él es la noche espacio inevitable para el encuentro donde la paz “es otra guerra”; en la tiniebla los padres se transforman descubriendo en el otro al tiempo agazapado; son cuerpos infantiles que crecieron porque ya no cabían en sí mismos.

 

Luego vendrá el momento donde han de leerse los primeros escritos, y como si alguien pudiera salvarse de todo aquello que no eligió se dirá a sí mismo: “era otra infancia”. La experiencia de lo temporal que no es ayer, ni luego, ni hoy, ese fluir constante que lo absorbe todo, se sosiega en la página aunque sólo sea para poder preguntar dónde quedó el pasado y escribir: “la sal que trae la brisa te humedece los ojos”. Como condición y anticipo de lo incierto, la niñez cumple años entre estos versos, mientras que la mirada madura se vuelve tacto para el deseo irredento. Es lo infantil inicio y conclusión, de nuevo en el anciano se columpia el niño. Hablar del semejante es hablar de sí mismo, existir es volverse colectivo, pero en la singularidad de la escritura lo común adquiere rasgos propios, en los tropos estalla la significación más personal, la que en su opacidad le permite al lector la invención de sus propios poemas.