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elhombrebanca.jpg El hombre de la banca o la dimensión del infinito 
Roberto Peredo,
Universidad Veracruzana, Jalapa, 2006

Por Natalia González Gottdiener
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Me es grato encontrar un poemario donde la voz poética no nos habla desde la experiencia de la primera persona. De allí que el acierto de Roberto Peredo sea insertarle un personaje a su poemario, el cual funcionará como foco o centro de la obra. Inserción que provoca que el narrador, los diálogos interiores del personaje y el entorno, se conjuguen en el Hombre de la banca o la dimensión del infinito.

El libro se conforma más por poemas de fondo que de forma. Peredo es reconocido como narrador y ensayista antes que como poeta y esto es notable en la pluma, que sin ir en detrimento del relato, hace uso del ritmo vital de las palabras para dar lugar a un lenguaje fluido y claro que se agradece. Rescato también los rasgos fabulescos de una obra en la que se caracteriza a insectos y animales como imitadores de la cotidianeidad del ser humano; carácter que nos remite a cierta oralidad recuperada favorablemente, aunque de pronto se aletargue por el descuido del ritmo y la insistencia en algunos nexos, o por las intervenciones del narrador que recurre a la muletilla: dice, se dice, sabe, etc.

 

Peredo describe la herrumbre del ser en la permanencia del Tiempo que lo devora y la compenetración de la existencia con lo irreversible a partir de la presencia mínima del hombre, ante la totalidad de un infinito que lo devasta. Todo esto proveniente de la emotividad del ser humano ante la evidencia de su finitud, a lo que Miguel de Unamuno denominaría:“El sentimiento trágico de la vida.”

 

Las páginas corrieron entre mis dedos con la certeza inicial de que el recorrido me llevaría a la conclusión de la vida del personaje. Conforme avanzaba en la lectura, me percaté de que no había secreto. A cada paso los poemas resultaban más y más predecibles. Desde el primero, la pregunta “¿Es este el último día del mundo?”,contiene la posibilidad de la muerte de El hombre de la banca.

 

“Sentado, el hombre sabe que espera noticias. / ¿Para qué son si no las bancas de los parques?” Peredo  logra hacer parte al lector-espectador de la escena descrita, de la espera de su personaje. El hombre de la banca es visto por su entorno: juzga y es juzgado al mismo tiempo por la naturaleza que lo ciñe. Se invierte la mirada y no sólo el experimentador observa.

 

Pienso en el título, las dos posibilidades con las que juega el autor; descubro su interrelación y me digo: El hombre es la dimensión infinita de la muerte. Lo diminuto ante lo inabarcable. Descubro también la contraparte: la naturaleza de lo humano frente a la naturaleza animal. La aparición del insecto, del élitro, del ciempiés, de la mantis, o la hormiga, como portadores de sabiduría “[...]…algún insecto bebe la gota que se desprende/ de la hoja y comienzan otros ruidos  como letras”, “[…] Un ciempiés enarbola patas/hacia su propio laberinto”.

 

El hombre de la banca es el ser “sin atributos”, ni posibilidades; es el sabio poeta de sus ojos, aquellos que “otean”el“horizonte”y de él alimentan su sed de conocimiento. La interrelación de lo humano y su naturaleza, y del humano en conversación con el insecto, con el roedor y el depredador son el guiño de la obra; su aseveración. Desde el poemario, como seres humanos no sólo observamos, sino que estamos siendo observados por un entorno que se nos iguala.   

Otro elemento que se menciona en el poemario es la ciudad que aparece distante, borrosa: “—Observa el hombre, desde el parque, /por encima de las copas de los árboles, las llamas. — / — La ciudad debe—dice—, estar tras ellas”. Presenciamos la soledad de un parque y la ciudad incendiada a lo lejos, igualmente, muriendo.

 

Algunos versos nos acercan a la ideología de Peredo ya que El hombre de la banca o la dimensión del infinito mantiene una queja entre líneas: las guerras civiles, la corrupción, la podredumbre y la urbanización excedida aparecen como reflejo de una crítica socio cultural que se sugiere pero en la que el autor no profundiza; más bien abre una incógnita de la que resulta un problema irresuelto, lo que a mí me deja cierta sed; como si el vaso no hubiese sido colmado con suficiente agua.

Roberto Peredo nos comparte una visión de la finitud, una manera de concebir  la vía hacia la muerte. A través de los cincuenta y tres poemas que conforman el libro, nos guía hacia la dimensión del infinito, mostrando, conforme andamos entre sus letras, la forma en que dos discursos literarios pueden unificarse afortunadamente en el lance de la escritura.
 

 

 
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