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VIII
Sentado, el hombre sabe que espera noticias.
— ¿ Para qué son si no las bancas de los parques?
inquiere con esa voz sin voz
y sin aliento que caracteriza sus últimos lustros.
…consulta y se esfuerza por comprender su espera
y el silencio radicado en los senderos y entre las piedras.
…inmarchitable, estático,
el hombre de la banca queda fijo
en la retina de las aves que aún pasan.
cierra la temporada de emigración y se despeja
el éter. No hay más dibujos bajo la distante comba
pero… quedan...
¿Quedan?, pregunta el hombre.
…y no sabe decir qué queda.
XI
—Pensarás que no te pienso...
—expone el hombre para sí,
en voz baja, inaudible, inaudita, inconcebible.
Recarga luego su espalda contra el respaldo de la banca y,
hurgando en el éter, niega...
—Pensarás que no te pienso... —dice,
para sí, inaudible.
No sólo el escarabajo profundiza en el excremento entonces,
mientras el sol levanta vapores que disgustan.
También recurre a la artimaña el otro, el hombre de la banca, en lo que le arde el pulmón, la espalda, la serpiente.
—Pensarás que no te pienso —prorrumpe,
y se abalanza sobre sí y se abraza.
... no le sorprende la falta de siluetas aunque hay luz y contraluces.
XVI
El hombre de la banca respira a sabiendas.
Él, que se había refugiado en el acto reflejo,
ve el sol y se asombra con la claridad del día.
Hoy es la fecha
y no se debiera culpar a nadie de su vida...
hay ya, sin embargo, quien trama en la banca de junto,
tras el seto verde o tras la hiedra.
…en la sombra hacen ruidos quedos
las mandíbulas de los roedores
y el hombre llama peste a cualquier multitud
de plantas y animales.
El hombre recuerda los siglos de guerras civiles y fusilamientos
y mutilaciones
y ve las huellas del sendero e intenta
ponerles nombre y apellido.
En la superficie de piedrilla distingue
surcos y estelas...
— ¿Quién más? —pregunta.
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