Del violín
El oro bajo la cuerda; la cuerda rota: cadalso del espíritu. Descalzo el amor. Su celo muerda toda la paz, aunque pierda la brida antigua, el aliento. Descalzo el encantamiento del violín. La cuerda rota, como una herida que brota sin cesar y sin lamento.
Derecho del violín: daga sin ojo para mi suerte. “Dulce cántico de muerte” —pide la cuerda que vaga sin mi favor—. ¿Quién le paga? (no es su mano; lo supiera.) Derecho del violín. Quiera mi suerte trocarse en nota. Por el violín. Porque rota la esperanza compusiera.
Los caminos perdidos
Las ruedas de un tren, afiladas; encima las preguntas: Mi hija quiere saber por qué surca sin piedad mi espalda y como un nuevo trazo de color, estruja su curiosidad. Alargan, como ella, los brazos niños de ojos cercanos. Y unas mujeres ensayan adioses y navajas.
¿Repartimos el pan? dice mi hija esparciendo unas migajas. Y aquellos cierran los ojos de la salivación. Yo seducido por las manos de todos, creyéndome el andén del viaje larguísimo y estrecho que ha sido la última vida.
Puedo inventar esa historia: el tren silbante y la ciudad de altavoces. Una mentira para jugar a los disfraces.
Pero son los recodos y la luz escasa. Y el remendarse el corazón para salir a la intemperie. Con los flancos desnudos y un deseo de aspirar el aire que no nos pertenece.
Recoger yo las migajas como la cosecha rota; y repartir aun ese poco de lumbre. Sin más noción de prójimo que un café desvaído.
El lobo, les cuento, se disfraza de tedio y llega con las ojeras clásicas. Ellos no pueden entender. Aun con alguna cicatriz, sospechan.
Hay que cerrar los ojos. Es un espejismo esa sangre que silba solidaria. No hay estaciones aquí: No llueve más que en la memoria. Somos parias por cada nacimiento.
Sobre mi espalda el tren, pesado. Ellos diciendo adiós sin tomarse las manos.
Despojos
Se asoma el abuelo y niega. No es el azul. Las flores: rotas. Un pájaro atraviesa el sol y muere en sus ojos. “Lloverá”, dice, anclado en la madera del sillón. Dibujan los niños figuras en el polvo. Atraviesa el café las cortinas, colorea el sonido del agua, que adormece al viejo. “Nada”, musita entre sueños. Una nube grisácea bajo el párpado le recuerda otra sed. Es tarde. La lluvia borra su voz sin sorprenderle.
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