cornisa-inditos.jpg

No. 78/Abril 2015



Elisa Díaz Castelo
(Ciudad de México, 1986)


Vísperas

I
La abuela empuña el silencio,
toma su café con un terrón de azúcar
y duerme por las tardes, aferrada a la vida.
Nunca quiere morir. La miro como la luz
mira al álamo, la ayudo a cruzar
las esqueléticas calles de la memoria
y a veces vemos juntas programas de televisión
sin sonido, como si fuera innecesario
saber qué sucede, como si casi todo en la vida
estuviera un poco de más.

II
Mis huesos son cajitas de aire, huecos de floración.
¿Cuántos en cada pie, tan diminutos?
Nuestro cuerpo no es más que un relicario,
nos duele la muerte cuando llueve, especialmente
las tardes, especialmente el fastidio de la repetición.
Anochece. El sueño de la abuela aletea sobre el tejado
y se asienta. Pródromos
bajo los párpados, hemos abandonado
otro de nuestros días. El silencio se osifica, vertebrado.
En la pared repaso las sombras de la sombra.
Toco la soledad,
es una lámpara.

III
Describe la curva de la noche, la abuela
que es a veces una grieta de la que sale
y entra el aire. La escucho desde aquí,
un reloj, una clepsidra en el líquido
regreso del viento. Pienso en la noche
que entra a su cuerpo diminuto, la colma
de sombras, le llena el vacío
entre los huesos, le sacia el hambre,
se acumula en sus ojos, cada mañana
más negros, le llaga la piel
y pesa como haber comido tierra
como los niños que comen tierra
o un pastel con demasiado chocolate.

IV
Su sueño inquieto como el vuelo de una parvada,
tiembla, se reacomoda, ningún árbol sacia
sus ansias de refugio, se astilla, se aquilata,
rompe, inestable,
la filas de orden, reitera, redobla,
enardece su batir de alas, mientras el cielo
se abre la piel y contra esa luz
cualquier cuerpo es una sombra.

V
Su mano tan fría, tan llena de huesos,
a su cuerpo le sobran,
protruyen de sus caderas, crecen
en sus mejillas, tal vez carga adentro
el esqueleto de su esposo. No estuvo
cuando murió, pero esos huesos ajenos
proliferaron en su carne como blancas raíces,
como espinas. Mira sus manos,
sus enormes dientes, su piel
ya se retrae, duda, se consume,
sus células se cansan y se apagan
como pequeños focos que se funden.