No. 78/Abril 2015 |
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María Teresa Hernández (Ciudad de México, 1986) Paraguas Llueve en Londres y como hongos germinan paraguas de la tierra mojada. Bailan en las calles, vanidosos buscan espejos en los charcos. Hombro con hombro se bañan en la furia del cielo hasta perderse en una esquina o en las fauces de un Metro impacientado. Son madrigueras portátiles. Llueve y por una tarde somos caracoles. Bajo un techo cóncavo, como cáscara de naranja, nos arrastramos húmedos y cautos a escondidas de una gripe. Llueve y un bastón abre las alas. A brazos abiertos juego con el agua que borra los rostros. Un zapato en el lomo de un cuchillo Un zapato en el lomo de un cuchillo. El filo no lo daña. Carga al zapato en hombros, guarda el balance. Hace frío. La pampa es muda. De cristal níveo, les guiña un ojo. Zum. Un zapato baila tango en el lomo de un cuchillo. Cambio de lado. Doble ocho. Molinete. Un contratiempo y su vaivén es filigrana. Algunas noches, después del baile, el zapato ve la luna lívida y se siente un tanto triste. Es un artista, cierto. Ceñido a un pie cobarde, que sale al ruedo en calcetines, ha ganado premios. Ha trazado octaedros y triángulos isósceles. Ha practicado su caligrafía china. A veces, también, cuando así lo ha querido, ha sido un trineo. Se ha despeinado al viento veloz como flecha de amazona. Pero en noches como ésta, el zapato ve su pecho en blanco: ni una pisada. El zapato pide un deseo: que un día, algún día, raspe al menos la punta de su suela en la cara láctea del hielo. |