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No. 80/Junio 2015


 

Gaspar Orozco
(Chihuahua, 1971)


De El Libro de los Espejismos


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La copa de agua: antena enfocada al infinito. Al tocar el borde con la punta tibia del dedo se desprende una nota: queda al desnudo el nervio de fuego del vidrio. Mozart compuso un adagio y rondó para copas de cristal. Escrito en la clave extrañamente heroica de do menor, es como si el fantasma de Wolfang Amadeus tratara de encontrar su camino en el laberinto de espejos de una feria de pueblo desierta. Hay noticias de gente que ha recibido la señal del vidrio a cientos de kilómetros de distancia. Se conoce la experiencia de R. que se comunicaba con su amada con una copa de vidrio verde a través de los Pirineos en 1846. Más curioso es el registro de los mensajes que en 1936 enviaba G. desde Shanghai, a través de la noche mineral del Pacífico. Los recibía un corresponsal conocido solamente como W.U. en lo alto de una colina en San Francisco. Su cuaderno – que solamente lleva como título el carácter無 está escrito con tinta verde.  Lo tengo en las manos y no voy a transcribir una sola letra de él.
 

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Lo encontré en la estantería casi desierta de una tienda de 99 centavos. Un cráneo humano cubierto de diamantes falsos. Cada falso diamante convertía en alfileres el vacilante neón de aquel sótano. Hamlet de 99 centavos, al sostener el cráneo en mi mano descubrí en el parietal izquierdo un agujero negro, una isla vacía en un mar de destellos. Por el orificio se filtraba una música helada, la transmisión de una radio negra en la noche más fría del invierno. 
Dejé el objeto en el lugar que lo encontré y me dirigí a las escaleras de salida.
 

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Un insecto desconocido se posa sobre el papel
De Katsushika Hokusai en su paso por Nagoya
en el otoño de 1812



La sombra del insecto sobre el vacío. ¿De dónde vino esta criatura? Nunca  antes había visto la afilada belleza de su contorno. Bokusen se atreve a pensar que logró cruzar los frágiles espejos del mar que separa la isla. Hokuun opina que, por su apariencia, el visitante debió haber partido de algún antiguo verano para llegar a esta hora precisa. ¿Y si tal vez -pienso yo-  esta pequeña vida hubiese estado prendida en mi sombrero de viajero durante todo este tiempo? Escucho latir en su minúsculo corazón –ceniza naranja- el pulso de cada uno de los 10 mil seres. En este signo comenzará la escritura ininterrumpida del mundo- lo pienso, pero no lo digo. De pronto, el insecto vuela fuera del ojo. Escapa por la ventana y reintegra su metal a la distancia de octubre. En lo blanco, queda el círculo vacío – el dibujo.

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Atraviesas con lentitud las ciudades perdidas que encuentras al abandonar la ciudad. En el basurero se extienden las nieblas exactas de la miseria. Vuelan pájaros y papeles y bolsas de plástico. Entre las montañas de desperdicios, tu mirada enfoca por un segundo un palacio de oro. En la cúpula ondea una bandera roja. El vuelo negro de un pájaro dispersa la imagen en el ojo.

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El desierto guarda el espejismo. La página guarda el poema. Nada más real que el instante en que ambos se producen.