No. 82/ Septiembre 2015


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Fabio Morábito, escribe, traduce, compone,
canta y no sabemos si baila



por Jorge Fondebrider

 

Cuando uno cree saberlo todo, o al menos mucho, de los amigos, zas, te das cuenta de que uno sabe menos de lo que pensaba. Es lo que me pasó con Fabio Morábito, uno de mis más queridos amigos y, al mismo tiempo, un poeta y narrador al que admiro y a quien vengo leyendo desde hace realmente mucho tiempo.

Sucede que, un día antes de volver a la Argentina, comiendo en casa de Carlos López Beltrán −otro querido amigo– conocí a Carmen Leñero. Ese día, ella tuvo la enorme gentileza de pasarme algunos de sus discos que, ya en Buenos Aires, me dispuse a oír, como se deben oír los discos: con el librito en las manos. Y hete aquí que, para mi sorpresa leo que varias de las letras de al menos dos de los CD fueron escritas por… Fabio Morábito, y luego veo que hay músicas que fueron compuestas por… Fabio Morábito. Y a esa doble sorpresa inicial debo sumar otra: muchos de los coros fueron hechos por… Fabio Morábito. ¿Y esto?, me digo. Corro a la computadora y le escribo a Fabio: “A ver si me explicás, che”.

Y Fabio responde: “Compuse alrededor de unas 40 canciones, la mayoría con mi letra, otras con letras de otros poetas (Gabriel Zaid, Luis Miguel Aguilar, Jaime Sabines... y el mismísimo Cavalcanti), y no solo le hice coros a Carmen Leñero, sino que me presenté en público varias veces, cantando y tocando la guitarra con mi grupo, que se llamaba Barburia. Aparte de Carmen, quien ha grabado una decena de canciones mías en tres discos suyos, Gabriela Serralde, otra cantante mexicana, ha grabado en disco canciones mías y las canta regularmente en sus conciertos. Ella está a punto de grabar un nuevo disco, en vivo, con cuatro canciones de un servidor. Yo ya no toco la guitarra ni siquiera con el dorso de la mano: he acabado de un tajo con todo eso, y no me arrepiento, por eso casi no hablo de ello”.

Cuando atiné a cerrar la boca, de inmediato le propuse a Fabio que hiciéramos una entrevista sobre la cuestión. Y es la que sigue aquí abajo, que se ilustra, finalmente, con una letra suya.

 

¿Cuándo y cómo empezaste a componer? ¿Qué conocimientos musicales tenías?

Compuse mis primeras canciones a los 17 años. Formé durante años un dúo con un amigo, Óscar Domínguez, y llegamos incluso a presentarnos en tres ocasiones en un programa televisivo que conducía Verónica Castro. Yo componía la letra y la música, pero no tenía ninguna formación musical, de hecho empecé a tocar guitarra con un afinamiento equivocado, lo que me obligaba a inventar extrañas posiciones de la mano izquierda; en cuanto a la derecha, tocaba solo con el dedo pulgar, con una rapidez que ahora, de recordarlo, me da risa. Óscar, en cambio, tenía una mayor preparación y sabía incluso leer partituras. Él sí tocaba la guitarra como Dios manda. Yo componía y él hacía los arreglos.


¿Cómo trabajaste las letras de tus propias composiciones? ¿Cómo las de otros poetas?

La mayoría de las letras nacían junto con la música, pero en algunas ocasiones musicalicé poemas míos y también de otros poetas: Gabriel Zaid, Luis Miguel Aguilar, Jaime Sabines, Guido Cavalcanti y hasta un poema de Rimbaud. Lo que aprendí desde el principio, cuando se trataba de musicalizar un poema, bien sea mío o de otros, era “intervenirlo” de una u otra manera: cambiando el lugar de los versos si era preciso, cortando algunos, repitiendo un verso cuando hacía falta, etc., pero nunca añadiendo palabras que no estuvieran en el poema.


¿Cuáles, en tu opinión, son las diferencias entre componer una letra y escribir un poema? ¿Qué comparten? ¿Qué no?

Hay una gran diferencia. Para empezar, musicalizar un poema es un trabajo más intelectual que componer la letra junto con la música: hay que escoger el poema con mucho cuidado, utilizarlo no siempre totalmente y hacer los cambios que sean necesarios para que música y letra se acoplen. A menudo no resulta, entonces hay que cambiar de poema. Hago una aclaración: siempre yo tuve la música primero, entonces buscaba un poema que se adecuara a ella; si no resultaba, ensayaba varios poemas, hasta encontrar el que se acoplara mejor a la música que tenía lista. Nunca un poema me inspiró una música, sino lo contrario.

El mayor problema de musicalizar un poema es que el resultado parezca eso, un poema musicalizado y no una canción con una buena letra. Por eso, por lo general, prefería componer la letra junto con la canción. Es el procedimiento más natural y emotivo. Uno aprende que puedes usar con la música unos versos poco elaborados, que por sí solos, leídos o escuchados sin la música, nos pueden parecer insignificantes, y que sin embargo, cantados, adquieren un vigor y una emoción tremendos. El bolero es quizá el terreno donde mejor se puede notar esto. Un buen compositor de canciones no debe aspirar a escribir letras que parezcan poemas, sino letras que se fundan perfectamente con la música, que la potencien al tiempo que sean potenciados por ella.


¿Tuviste en mente la labor de otros compositores a la hora de componer? ¿A quiénes admirás?

Yo venía de una tradición musical que era la música leggera italiana. Admiraba a Lucio Dalla, a Lucio Battisti, a Francesco de Gregori, a Pino Daniele. Algo de ellos, sobre todo la ironía del primero, estaba en mis canciones, pero creo que también había una fuerte influencia del country americano, sobre todo desde el punto de vista del ritmo.


A los 17 años, cuando empezaste, hacía solo un par que habías llegado a México, donde aprendiste el castellano desde cero. ¿De qué manera eso intervino en tu manera de componer? ¿De qué manera provenir de otra lengua materna pudo haber afectado tu forma de escribir canciones?

Afectó la tradición musical que traía en la sangre, no tanto la lengua materna, aunque ciertas modulaciones vocales, tal vez, están más cerca del italiano que del español. Yo odiaba las notas largas, que predominaban en la canción latinoamericana, tanto la de tradición clásica, como los boleros, igual que la andina. Buscaba un ritmo más entrecortado, más irónico, menos solemne y sentimental.


La voz y la música agregan algo que las palabras de la canción no tienen. ¿Qué buscabas agregarle vos a lo que escribías?

No me gusta cómo está planteada esta pregunta. Podría decirse lo contrario: las palabras agregan a una canción lo que la música por sí sola no puede dar. Es un encuentro entre el universo verbal y el no verbal, cada uno cediendo partes de sí para que se logre un empalme creíble y necesario. El concepto de agregación no tiene que ver.


¿Qué fue lo que te determinó a cortar de cuajo tu carrera de cantante y compositor?

No llegó a ser carrera, era solo un comienzo, por eso me fue fácil cortarla de raíz. Me exigía mucho tiempo, sobre todo el que destinaba a mi grupo, con el que ensayaba todas las semanas y me presentaba ocasionalmente en algún foro. Cuando el grupo se fue a pique, por desavenencias que hubo, decidí que era el momento de abandonar el asunto, y no me he arrepentido. Siento que en mi poesía hay mucha música, y quiero creer que, dejando de componer y de tocar, reorienté mi vocación musical hacia mi obra literaria, no sólo la poesía sino la prosa también.


¿Cómo te sentís cuando escuchás lo que compusiste cantado por otras personas? ¿Hay versiones que aprobás y otras que desaprobás? ¿Por qué?

He oído algunas de mis canciones en la interpretación de dos compositoras y cantantes, aunque ocasionalmente las he oído en boca de otros más, y bueno, tengo mis preferencias, por supuesto. A unos los siento más cerca de mi temple, a otros no, pero acepto a unos y a otros, y como yo nunca llegué a grabar un disco, y mis canciones están grabadas en los discos de ellos, he terminado por reconocerme más en sus versiones que en las mías propias.

 

 


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