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portada-durandarte.jpgDurandarte, Durandarte
Washington Benavides, Yaugurú,
Montevideo, 2015.
 

Por Diego Techeira
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No. 83 / Octubre 2015


Washington Benavides actualiza el medioevo

El poeta invoca en el título del libro a la espada de Roldán como emblema de un espacio lingüístico que rescata a través de sus textos.

Superando el promedio etáreo en que la mayoría se abandona a la rutina, no conforme con la idea de reiterarse a sí mismo, Washington Benavides, a sus 85 años, se descarga con un libro absolutamente osado.

No me refiero a la osadía adolescente, entendida como un llamado de atención a través del escándalo, sino a una apuesta al riesgo, al planteo de un desafío que asume y atraviesa airoso.

Es precisamente la conciencia de ese desafío lo primero que se impone al lector de esta obra que, desde ya, destacamos entre las de su autor. ¿Destacamos en relación a cuál? sería lícito preguntar. Y es que si ponemos sobre la mesa Las milongas, Hokusai, Los sueños de la razón, Murciélagos, Lección de exorcista, La luna negra y el profesor, Los restos del mamuth, El mirlo y la misa, y este Durandarte, Durandarte, que acaba de editar el sello Yaugurú, se nos antoja caprichosa cualquier comparación posible (o toda comparación, imposible por caprichosa), como si habláramos en cada caso de escritores diferentes. Ya ni hablemos de sus heterónimos, de entre cuyas obras destaco por su excelencia Amarili, firmado por Pedro Agudo.

Durandarte, Durandarte parte de la intención en su autor de dialogar intertextualmente (aunque no sólo) con viejos romances castellanos y sefardíes. Y decimos que no sólo, porque más allá de la intertextualidad, reversiona sus temas y actualiza a través de su voz, de su vivencia, de su contexto personal y social, las posibilidades creativas de usos lingüísticos perdidos (el castellano medieval-renacentista y el sefardí) para entramarlos con nuestro lenguaje cotidiano.

A primera vista, puede uno trazar líneas de conexión con Las Milongas, sobre todo por el empleo de la glosa, pero una lectura apenas atenta permite advertir importantes diferencias: si en Las milongas, tomando la imagen propuesta por el propio poeta, la guitarra de Gabino se impone sobre el arpa del rey David (vale decir, el poeta popular — a pesar de la profundidad metafísica de sus textos— se impone, por el lenguaje, al erudito), en el caso de Durandarte, Durandarte, desde el título mismo, se vuelca a la referencia literaria.

Leemos en Las milongas, más allá de todo matiz, una voz que entona y armoniza con las raíces populares de su autor. En Durandarte, Durandarte, leemos una lectura (recreativa) del antiguo arte del romance español, y la apropiación de su lenguaje y de sus motivos, para intervenirlos. Tal vez podamos hacer una salvedad: el poema “El remolino soy yo, perfectamente podría pasar por perteneciente a la colección del primero de estos dos libros.

Algunos textos quedan excluidos de la tendencia general del conjunto y son intercalados a manera de mojones que nos instalan en el presente y en la memoria personal de su autor.

Hablar del dominio de las formas poéticas en Benavides resulta ocioso. Quien recuerde su libro Finisterre no podrá más que aceptar la versatilidad del poeta a este respecto. Los pies clavados también permitió reconocer su capacidad para lidiar con una forma tan rigurosa como el soneto sin caer en la rigidez.

Otro detalle a destacar es el recurso al humor picaresco, propio de sus fuentes. Una parte del humor que Benavides aporta a estos textos proviene de la lectura actualizada de las situaciones glosadas (en las que lo descontextualizado no es realmente el romance original sino su lectura). No hay que olvidar que si hoy aquellas fuentes (las que corren con mayor fortuna: dos o tres de la colección Flor Nueva de Romances Viejos y ni hablemos del Cancionero de Baena) son parte de nuestros programas de literatura en secundaria (para acabar con su mala racha) y por lo mismo fosilizadas como asunto de “gente culta”, es porque se compilaron como parte del “folclore ibérico”.

No quiero dejar de destacar el excelente poema introductorio de Agamenón Castrillón, su coterráneo, que viene a funcionar como una puerta que nos abre el camino a la lectura.

Acompaña la edición un CD con excelentes interpretaciones de algunos de los textos del libro a cargo de propio poeta y del músico (también originario de Tacuarembó) Héctor Numa Moraes.

Con Durandarte, Durandarte, Benavides vuelve a dar una muestra de rigor creativo y a poner un ejemplo de que la creación poética no es el sustituto dócil de una terapia, sino un indomable empeño en formular nuevas posibilidades que arranquen a la palabra de su enajenada condición de moneda de cambio.



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