...................................................................

Yendo
Antonio Calera-Grobet
Cuadrivio,
México, 2014.
 

Por Daniel Bencomo
.....................................................................

No. 86 / Febrero 2016


Forma y esperanza. Coordenadas especulativas
A propósito de Yendo, de Antonio Calera-Grobet


La poesía escrita es una práctica que no parece vivir su momento —no al menos, lo parece, en términos de peso efectivo, de momentum simbólico— en el entramado de las sociedades contemporáneas. Refiero con esto a la compleja dinámica que debe librar un poema para entablar interlocución: para existir requiere convocar. El poema, el libro de poemas, el poema-libro, cifra y descifra una comunidad de lectores. Ahí el pacto de lo que aspira a escapar del mero ámbito íntimo para proyectarse en una red de intimidades. Y quizá desde esa red de íntimas complicidades pueda el poema apuntar a más: a expandirse en núcleos de ideas, a suscitar una intuición que surja en cada singularidad y se entreteja en diálogos de amplitud y acción más allá de la página— lo que delineo aquí como momentum simbólico apunta al cómo y bajo qué circunstancias puede eso ocurrir. Esos diálogos de amplitud pueden a su vez problematizar distintas nociones, como la de autor; ampliar la reflexión que ejerce —con luz o luz negra— el poema sobre el idioma y el idioma a su vez en la existencia; y quizá una más importante: la reflexión que ejerce —con luz ultravioleta— el poema sobre la comunidad y las condiciones en las que se escribe.

En el contexto actual de la poesía latinoamericana —al menos la más expuesta— priva una suerte de trabajo negativo sobre el objeto, sobre el sujeto que se pliega o despliega en el poema y sobre todo, sobre su posibilidad de diálogo. Un gesto muy extendido es el de pensar en el poema como un objeto contingente, de breve alcance y connotaciones políticas indirectas, que forma comunidades pequeñas y aspira a una contusión intelectual efímera e intensa. Por otro lado, el escepticismo en la poesía escrita genera en nuestros días una serie de prácticas alternativas que aspiran, desde la larga tradición de las vanguardias artísticas hasta lo ancho de las nuevas superficies tecnológicas, a replantearse la posibilidad de un diálogo, a romper ese diferencial en el que la comunidad de lectores se vuelve casi igual a la comunidad de escritores. Ahí, en la problematización de su ser-forma, en ese primer momentum, se juega en gran medida su dimensión política y los alcances que ésta tiene.

*

En este contexto resulta interesante la aparición de Yendo, de Antonio Calera-Grobet. El título del libro nos sugiere la extrañeza de lo irregular, y como apunta Eduardo Milán en el prólogo, la del espacio de las resonancias. Para quien esto escribe, en Yendo se renueva la cuestión planteada en el primer párrafo, la del cariz del poema como ente que convoca. Así, el título nos plantea un tránsito y nos sugiere destinos. Yendo va, canta, intenta provocar esos destinos que convoca. Hay en este libro una suerte de optimismo profundo, enjaezado con rabia, que se hace claridad en la conciencia. La voz que en él se encarna apunta una confianza en el canto y la apuntala en la memoria de su ritmo. Y si bien desconfía de la forma versal/versicular del poema, pues todo el libro se anota en prosa, confía en que esta prosa encabalgue y suscite el galopar del poema. Y aquí surge una vez más la pregunta por el destino. ¿A quién convoca Yendo? ¿A quién se dirige desde lo que busca hacerse presente? Lo que se trae a colación, lo que suena así, bien sostenido en una aliteración beligerante, es en apariencia una presencia.

En los poemas de Yendo hay una actitud de lenguaje que enjuicia; así lo hace desde el texto inicial, asentado en mayúsculas “ANTES QUE NADA DEBEMOS HINCARNOS, NO POR PERDÓN SINO POR VERGÜENZA”. Ese juicio sobre las condiciones en las que se gesta la escritura establece una distancia, una no-presencia que se proyecta en una posibilidad futura, una posibilidad de escritura: tal es el correlato que se abre en Yendo, de ahí la pertinencia de su nombre. Hacia allá se proyecta en estos poemas un país en ruinas: uno que no puede encontrar, en medio de las claves de la actualidad occidental, nuevas dinámicas y formas de pensarse, renovar así su sentido y su acción al interior de eso que denominamos político, política.

Los textos de Yendo no evocan, aspiran a convocar nuevas formas de poesía y de escritura. De ahí que se muestre en una reiterada apelación a una segunda persona, como posible partícipe del poema, como potencial co-creador del destino. No se evoca —ni disloca— una presencia, no desde la lucidez o la inocencia. Yendo tiende una distancia respecto a lo que acontece. El motivo principal del libro, pareciera, consistiría en preguntar qué se puede hacer desde el poema ante esa denuncia que hace Giorgio Agamben al inicio de su Homo Sacer, cuando plantea que los individuos de las sociedades actuales han sido desplazados de la vida —participación— política, (bios, en la antigua denominación griega), hacia la vida desnuda (zoo), en la cual solo importa la supervivencia y los gestos más cercanos a ella. Y los destinos entonces se vuelven algo más nítidos, más nítidos sus planos y sus ondas concéntricas, como atestiguan los nombres de las tres secciones del libro: “Poemas para el número 2”, “Poemas para ciudadanos”, y “Poemas para leerse a las terneras”. Bien atrincherados en una primera persona, que tira sondas de interlocución en distintos niveles, los poemas parecieran buscar su correlato en el lector consciente, en el lector ardiente por modificar un lugar y una condición histórica: no se dirigen hacia aquellos que se arrogan el dominio material y simbólico; sí hacia aquellos que aspiran más a vivir que a meramente durar. La angustia por la realidad nacional se torna entonces al modo de llamado, ya sea al compañero o al amante, ya sea al nebuloso interlocutor al que podemos llamar “comunidad”, ya sea reflejado en la interioridad de quien convoca. Se configura así una moral poética que realza el sentido, el significado de la escritura y con ello un ánimo en canto que se proyecta no en el hoy tan desgarrado, sí en la esperanza posible: “ANTES DE QUE TERMINE ESTE MUNDO ESCRIBIREMOS OTRO”.

Esa fuerza de optimismo, de talante positivo, se afianza en la escritura de Calera-Grobet a través de una prosa enérgica que exhibe, que busca la astucia, el juego y la festividad del lenguaje por vía de la aliteración, la asonancia y la paronomasia; sobre todo, por medio de su oscilar entre diálogo-apelación y denuncia; los poemas de Yendo buscan huir de la hondura intimista para acechar una superficie amplia, donde pueda poner pie más de uno: “Mejor ir a la poesía conjugada como un abrigo porque quedamos que ella nos hace, ombligo, porque quedamos que ella es lo que es y nos hace: lo demás sólo parece ser: deshace nuestro nido.” Esa es la forma de su ir continuo. De acuerdo con las líneas anteriores, para quien esto escribe los picos más altos se encuentran donde el discurso parece colapsar en el vértigo del lenguaje, en el torbellino donde la rabia se desprende del sujeto y se hace rabia del otro clamado en el lenguaje —como en el poema “En un país lejano”, texto distinto al conjunto, escrito bajo el patrón de la anáfora y en mayúsculas: “EN UN PAÍS DONDE SE VIVE BAJO EL RATATEO DE LOS RIFLES/ SÓLO LAS OJERAS SON LIBRES […] EN UN PAÍS DONDE LAS CARICATURAS PROMUEVAN LEYES DE LA MATERIA/ SÓLO LAS AMBULANCIAS SON LIBRES/ 
EN UN PAÍS DONDE NO SE PROYECTE LUZ ALGUNA SOBRE LOS IRIS/ SÓLO LOS ÁCAROS SON LIBRES”, o bien, cuando recula a dimensiones más íntimas y accede a lo evocativo o al recuerdo: ahí donde el interlocutor se hace tangente:

“Yo sólo quiero decirte algo y eso que quiero decirte es pájaro. Pájaro cabeza roja y que te prendas de un bello cardenal, posado en una reja rota, en una casona de Nueva Orleans.”

*

En una época en la que priva la desconfianza sobre la escritura poética, sobre sus fines y alcances —como plantea certeramente el texto de Eugenio Tiselli “Sobre la poesía maquinal, o escrita por máquinas un manifiesto para la destrucción de los poetas”—, es notorio el lugar que afirma un gesto lírico como el de Yendo, que reactiva por un lado la dimensión de la denuncia, consolida un gesto de llamado político y espera del poema un efecto inmediato, un efecto que active la mediación entre individuos. En el amplio territorio de la poesía latinoamericana, de múltiples tensiones y posiciones ante la escritura poética, Yendo participa de esa posibilidad en donde lo político, como afirmado líneas arriba, se convierte en el poema en esperanza antes que en consecuencia formal. De esa manera hace visible el vínculo entre escritura y la realidad de la que toma parte la escritura: un vínculo de coordenadas especulativas, en las que lucidez y voluntad se trenzan y destrenzan, en una dialéctica que no termina por romperse y sí en cambio se enmaraña, sin abandonar todavía los ejes de la palabra. Ahí se juega, en mi opinión, la forma del poema, la forma y la efectividad en la que éste convoca. Yendo sugiere a este lector esa y otras cuestiones, no sin antes suscitar más de un resplandor, combustible y enérgico, en sus estancias verbales.
 

Leer poemas...