No. 86 / Febrero 2016 |
Quizás sea ésta la intención del autor en Extinción de los atardeceres, donde se lee en “Para no perder la fe en la poesía”: “que la poesía siga / se abra paso como esa maleza que se abre camino entre las piedras apretadas / que se abra como un sol constante que vence un día nublado […] Y que ilumine al menos las horas pequeñas de este día, / la desesperanza de que la poesía importe / de que esta palabra que antes era aire, aparezca. Que así sea.” A lo largo de cuatro secciones, el poeta realiza un recorrido por las imágenes del cotidiano, en una búsqueda, una espera: “Escribir es como pasar cien veces por la misma calle transitada pero de pronto a la undécima vez descubres un local que no habías visto nunca y que aparece como por arte de magia, como si hubiera estado oculto por una bruma maligna. […]Escribir es esperar a que ciertas cosas que estaban ocultas se revelen.2” Esta espera pasa necesariamente por el ejercicio de la memoria en la obra de Camps, nos dice Ricardo Muñoz Munguía al respecto: No sólo la letra acompañan este ejemplar, Extinción de los atardeceres cuenta con una última sección en donde el autor integra una serie de imágenes, cada una con un verso por pie de foto. Sin embargo, el eje rector es el lenguaje. Al respecto, comenta Blas García que “la poesía es el hilo conductor del viajero, o más bien, el que viaja es el hilo conductor de la poesía.”4: El autor se apoya en la poesía para conformar una agenda, un diario […]: las chicas bellas de California, el Río Mississippi, el desierto, Marte y su sonda, la playa, Nyssa Oregon y sus calles sin gente, Nueva York y su octubre, San Francisco desde la azotea, el laberinto del Minotauro. |
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