No. 90 / Junio 2016


Dos novelitas pervertidas y una adversa lectura:
Santa
y Los de abajo frente a La suave Patria


Salpicaderas 3
Pedro Serrano


José María Espinasa es alguien con quien he coincidido en muchas de las mojoneras que marcan mi vida. No hemos estado siempre en las mismas trincheras, ni nuestros intereses coinciden punto por punto, pero son muchas las postas en las que coincidimos. Y las diferencias también ayudan. Nos tocó formarnos con algo que venía acumulándose desde varios años antes, pero que sintetizaré en el breve esplendor de la revista Plural, que duró de 1971 a 1976. Del asesinato de estudiantes el primer año de gobierno de Luis Echeverría al golpe al periódico
Excélsior. De nuestros 14 a nuestros 19 años. Habernos formado ahí nos ha permitido tener una particular visión de las cosas, que se extiende hasta ahora, y que yo veo en este libro. Lo que sigue es el primero de una serie de acompañamientos a su Historia mínima de la literatura mexicana, publicado recientemente por el Colegio de México. No pretendo hacer una crítica del libro, sino extender y resaltar algunos de los puntos que él toca y que a mí me importan.

 


El peso no tanto de una tradición conservadora y pacata (que sin duda existe pero que no es ni toda la tradición ni toda la realidad), sino de una serie de convenciones asumidas sin rechistar, que coincidieron y siguen coincidiendo con los intereses de una clase enquistada desde hace más de un siglo, ha hecho de la literatura mexicana, o mejor, de la historia de la literatura mexicana, un mausoleo. Esta historia necesita reescribirse para que se pueda ver su trazo largo, su traza real. La principal virtud de la Historia mínima de la literatura mexicana del siglo XX, de José María Espinasa, publicado por el Colegio de México, es la de algunas joyas que ha sabido detectar, y que pueden servir para marcar un nuevo y más válido territorio. Por ahora, más que extenderme en su recorrido, me centraré en dos puntos del primer capítulo, uno en el que José María se explaya y otro por el que pasa rápida pero acertadamente. 

Este primer capítulo hace la crónica de una serie de usurpaciones, y ubica en una punta a Federico Gamboa y en la otra a López Velarde. Ambos han sido leídos por la crítica y por la historia malintencionadamente, y a ambos es por eso indispensable reubicar. En Santa, dice Espinasa como quien no quiere la cosa,

salpicaderas-3“El texto resulta más interesante como fenómeno que como obra literaria”. Cualquiera que haya visto una telenovela mexicana se dará cuenta de que el patrón argumental de casi todas ellas está basado en esa falsificación de novela. La realidad no es como la pintan las telenovelas mexicanas, pero las telenovelas sí retratan el sistema de valores de una clase, una política, una cultura y una academia que dado que se perpetúan han logrado desvirtuar y usurpar las acciones reales y vivas del pueblo mexicano (así, en general): “Santa fue también una condensación de un futuro, cosa que ocurre con pocas novelas, pues consiguió un futuro narrativo en otro lenguaje: el fílmico”. Yo precisaría diciendo que más que el fílmico es el telenovelesco, y que sigue, como usurpación discursiva, vigente. Esta usurpación queda mucho más al descubierto al apuntar su lente, así sea de paso, a Los de abajo de Mariano Azuela, la novela de la Revolución Mexicana por antonomasia. Al enfocarla, podemos preguntarnos: ¿Es de verdad Los de abajo la novela que mejor retrata la Revolución? ¿Es la mejor novela sobre la Revolución? No, por supuesto, ninguna de las dos cosas. Hace bien José María en pasar, casi sin mencionarlo, por este escritor que debería ya estar en un muy merecido segundo plano:“ciertas novelas de la época, muy celebradas, muestran ya un desgaste y hasta sus defectos y costuras, como (precisamente) Los de abajo”. Podría haberse explayado más.

Pero basta con eso: al ponerlas juntas, no le queda al lector la menor duda de que Mariano Azuela no es un novelista moderno sino una extensión del autor de Santa. Junto a eso, dice Espinasa del poema de López Velarde,“Para evitar el aspecto corrosivo de La suave Patria, el imaginario del estado, contra el cual va dirigida esa condición ácida, la transforma en un monumento patriótico falseando su sentido profundo.” Es decir, frente a lo superficial, estático, sexista y clasista de Santa y de Los de abajo, frente a su carácter absolutamente premoderno, frente a su impune mediocridad, López Velarde no es un provinciano sino aquél con quien de verdad se inicia en la poesía mexicana la modernidad. Es decir, en los tres casos, todo lo contrario a lo que nos han enseñado. El primer capítulo de este libro muestra y demuestra la relación perversa entre valoración y construcción del canon de la historia literaria mexicana y las instancias hegemónicas de un poder político entregado a su propia preservación y ensalzamiento. 

Como Santa en el siglo XX, como las telenovelas mexicanas, Los de abajo es una novela que apuntala una muy particular construcción de valores y una mañosa manera de elaborar la idea de México: la perversa visión autoinmune de una construcción que se sostiene desde hace casi cien años en tales representaciones: las telenovelas que resurreccionan una y otra vez a Santa, el melcochoso engolosinamiento que cubre hasta neutralizarla a la ironía de López Velarde y el sobajamiento de los verdaderos valores que la Revolución Mexicana ayudó a emerger, que no está en Los de abajo sino en otras novelas, y que siguen vigentes. Porque la realidad de México no es la que de ahí se deriva, la realidad de México no es la que ahí se retrata y la realidad de México no es la que allí se actualiza. Como señala Espinasa, “Una radiografía del lector a lo largo estos cien años sería muy curiosa”. Dejaría ver un conglomerado aquiescente compuesto por todos aquellos que tuvieron o tenían o tienen que ver con una particular manera de entenderse en el enjuague cultural de este país: lectores, académicos, críticos, constructores de libros de texto, historiadores de la literatura mexicana, etc., etc. 

En Santa, y en esto tiene razón Espinasa, se detecta el síntoma de la modernidad en el enfoque que hace de la mujer, pero se detecta porque es exactamente lo contrario de lo que ya entonces, antes incluso de la Revolución, se empezaba a apuntar en México y en el mundo con respecto a la mujer. Si la comparamos con una novela que sí que fue prohibida, y que sí que es moderna,vamos a ver la diferencia, lo diametralmente opuesto de las visiones. En El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence, el personaje verdaderamente moderno es Lady Chatterley, mientras que tanto el marido como el amante son representaciones, el primero de lo obsolescente y el segundo de lo primitivo. Para quien quiera abundar en esto último le recomiendo la lectura del ensayo “Lady Chatterley’s Sneakers” (Los tenis de Lady Chatterley) de David Trotter, publicado por la London Review of Books el 30 de agosto de 2012.

Santa”, por el contrario, está desde el nombre en contradicción con la vida real, en primer lugar con la de las muchachas humildes como coles o como lechugas, que brotan en los poemas de López Velarde y de T. S. Eliot. Santa es la afirmación de los valores premodernos ante la amenaza real de la modernidad, en este caso de la presencia de la mujer en la vida pública. En ese sentido Espinasa tiene razón en proyectar la sombra de Santa en Los de abajo. El impulso de escritura de esta última viene de las mismas pulsiones decimonónicas, o victorianas, o porfiristas, que produjeron Santa. Es decir, la novela de Azuela no surge de la Revolución Mexicana sino como reacción. Lo que defiende viene de antes, de una clase social que, una vez terminada la revolución, le impuso su hegemonía,  su visión y sus valores. El juicio implícito en esa novela, su potestad ante el agravio colectivo que halló flujo en la Revolución, impuso finalmente la indignidad de los propios valores de Azuela a la dignidad de todos aquellos que tomaron la decisión de incorporarse, no a la “bola”, sino a la reivindicación que la Revolución representó en ese momento para ellos.

Coincido con la apreciación que hace Espinasa de Santa como una malísima novela, no envejecida sino nacida ya mediocre. Su significación, y la de su secuela revolucionaria en Los de abajo, está en la historia de usurpación que significa el siglo XX mexicano, y que precisamente halla en esas novelas su énfasis y su legitimación. Quizás empezar a desmontar su valor, al abandonar la suplantación, sirva para iniciar el camino a una recuperación de lo real.