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Agend'Ars
Keijiro Suga
Cuadrivio Ediciones, México, 2015
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No. 90 / Junio 2016


 


XXVI

Sería bueno llamar poesía
al instante en que la imaginación traspasa su “mundo” imaginado
—propuso una islandesa con quien estudié.
Acaso el salto aflora en dos tipos de incitación:
Uno, cuando del exterior
llega una representación nueva de la realidad (lenguaje + imagen).
Otro, cuando en mi interior
se descubre una combinación nunca antes percibida.
Lo interesante en cada caso
es que la misma imaginación casi no tenga fuerza.
Creo que la imaginación no es activa o positiva
sino siempre postura pasiva.
No podemos crear poesía
sólo descubrirla.
El poema se descubre a sí mismo, no hay más.
La imaginación que subyace se separa de sí misma y trasciende.

 

XVIII

De este desierto hermoso, que no me aparten.
De este bosque disperso de cactos lozanos.
Aquí, todo cuarzo brilla espontáneo.
Aquí, la luna en cualquier fase arrebata el sueño.
La noche es siempre azul y luminosa como a las tres de la tarde.
Los animales pequeños se refugian en el camuflaje.
Cada ave de rapiña sube por la corriente ascendente.
Y pronto llegará la estación del Monzón,
por una vez al año, la tormenta recia.
El agua lamerá suave la arena con su lengua minúscula
y dentro del agua, en la punta de la corriente, la arena girará.
Entonces, Julia, dejémonos caer.
Por un instante mojemos nuestros cuerpos en el fluir incipiente del lodo.
Tú y yo, de la mano, tumbémonos boca abajo.
Nuestras camisas se pegan en la piel.
Nuestros cabellos negros se pegan en la frente y en la nuca, como una herida.

 

I

Que exista algo inenarrable
Fue la mayor lección de las palabras.
Se anhela completar la vida con lo ocurrido en la lejanía
pero no se altera ni la distancia ni el desconocimiento.
Existe aquello que las palabras no deben decir en palabras,
ese fue su juramento más humilde.
Una gota de lluvia no puede retar al sol
un grano de arena no puede vencer al viento.
Las palabras, como gota de lluvia o grano de arena,
aceptan evaporarse y volar sin control.
Acaso habrá insectos que apaguen su sed con esa gota de lluvia
y se aferren al minúsculo grano de arena.
Somos insectos, tan pequeños.
Todos insectos, tan efímeros.
Vivimos apresados en un pequeño cuerpo y con límite sensorial,
sin narrar el mundo, tan sólo receptores de su luz y de su lluvia