...................................................................
El sueño
del alquimista

José Manuel Recillas
El Dragón Rojo,
México, 2015.

Por Manuel Andrade
.....................................................................

No. 91 / Julio - Agosto 2016


El sueño del alquimista

En el de la memoria jardín de la penumbra
reposa nemoroso el fuego ciego que arde,
la misma luz y agua que son del sol resguardo
y murmurante soto de un otra mansedumbre.

El río serpentea y en él se ahoga el hombre,
el transparente azogue espérale a la izquierda;
el tiempo fluye inmenso y en el jardín se pierde
-en la siniestra escala lenta sube su sombra.

La eterna sierpe de agua baña siempre lo enorme
y en el envés del día aquellas que te encarnan
en silencio te llaman nombrándote lo eterno.

El agua que te espera no es fin sino comienzo
-“soy tú y tú eres yo” y Aker es tu balanza-
y al fondo de ti mismo sonríe oculto un Hermes.




Última rosa

No la flecha y su muda trayectoria en la luz,
su enigmática trayectoria vencida por el tiempo,
la albura de su cuerpo en esta sola cruz
ni el elevado fuego su idioma de silencios
lo que habla en esta zarza plena toda de luz
como palabra inmóvil que busca hallar su templo.
Acaso todo sombra sea de otro milagro,
infinita escritura de un viaje postergado.

Sabemos que los mismos no somos del principio;
no han sido en balde tantos viajes, tantas ofensas,
tantas guerras en nombre de un alto designio;
sabemos que en la Rosa una ignota bandera
de vocablos divinos ha sellado su destino
a la sed de las noches y a la sal de esta tierra.
Sólo un compás de espera es esta travesía,
celaje en que se hunde postrer luz vespertina.

No las águilas sed son de revelación,
suyas no son los nombres, los ecos de esta tierra,
mas sí el nocturno oleaje del último fulgor
donde hace tiempo yace la vanidad postrera
de esta palabra incierta, inerme bajo el sol:
efímera grafía de un signo ya en la arena.
No el errático fuego, pues, de esta ciega llama
sino la voluntad que habita en la balanza

lo que otorgue sentido a este dolor tan puro
que aquí ha crecido con el llanto y con el sueño,
pues al callar la Rosa su triple sol desnudo,
su cuerpo sumergido, su estirpe de milenios,
no quedará palabra en pie que funde al mundo
ni habrá mujer desnuda que nombre este silencio.
Sólo esa Rosa quieta con su palabra amarga,
brillando en el mutismo de esta última mañana.




La cera de Ulises

Hay viajes y destinos, cumplidos bajo el yugo
de un resplandor afuera, que se hunden en el día
y ocultan a la rosa,
al arcano prodigio de su tácito aroma.

No busques sino en ti lo que otros creen perdido
-una tiniebla doble para esas manos simples
ocultas en el polvo
de falsos resplandores y teologías de oro-

pues sólo en la herejía se oculta la ortodoxia
-como en el agua el fuego que a lo divino nutre-,
la dulce llama umbría
que encenizada alumbra al sueño y su afonía.

El mundo se divide en ecos sin sentido
ocultos en el fuego que pierde sin remedio
aquello que se nombra
si en otros permanece la noche sin memoria.

Los coros de la piedra guijarros sólo son
en medio del rumor y el delirio del mar,
perfecta melodía
que goza y se solaza en su propia agonía.

No busques en el mundo lo oculto bajo un nombre,
la sal de tu destino es obra en la tiniebla,
aguarda a tu paloma
en medio de desastre que al mundo ya corona.

Dejad que el oro muera, que el canto en canto quede,
afuera nada importa si no ha nacido antes
en medio de esa nada
que es íntimo derrumbe hacia tu propia flama.

Que no simiente quede ya de esta travesía.
Sólo silencio sea lo que antes fue sonido
y el resplandor perezca
justo al ojo llegar que calmo lo sujeta.

No busques más las horas, la luz de lo perdido,
pues sólo el agua es fuego si antes fue vigilia;
afuera quede el mundo
vestido de sí mismo, perdido en su tumulto.



Leer reseña...