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No. 93 / Octubre 2016


Elena Jordana: Escribir lo no mandado



Por Yolanda Segura




Elena Jordana nació en Argentina en 1934, vivió de 1972 a 1994 en México y fue la primera mujer en ganar el Premio Aguascalientes en 1978. Ese reconocimiento no vino solo, en 1982 obtuvo el hoy desaparecido Premio Nacional de Teatro Ramón López Velarde con una obra de la que no he podido encontrar más que el título: Mujer al sol. Desde entonces, apenas se publicó una antología de poemas suyos en 1986, coedición ISSSTE-Cultura y Editores Mexicanos Unidos. Antes de eso, sólo los Poemas no mandados que ganaron el premio y un par de libros más en El Mendrugo. Después, en 2008, Umbrales, ya en Argentina y cerca de la fecha de su muerte.

El Mendrugo es uno de los antecedentes del boom de las cartoneras latinoamericanas en los dosmiles. Cuenta Jordana que se le ocurrió la idea mientras vivía en Nueva York y no tenía ningún recurso para hacer libros: copias unidas con tapas de cartón, eso fue la editorial. Y en ella salieron autores como Sábato, Paz, Parra y Kozer (el primer libro suyo se publicó en la editorial de Jordana), por mencionar los más sonados. 

Elena Jordana no se lee ni se antologa. Sus poemas son prácticamente inconseguibles y quien se acuerda de ella lo hace vagamente. Casi no hay crítica sobre su trabajo. Su invisibilización muy probablemente responda a condiciones sociales más que poéticas. No se trata, por supuesto, de realizar “un rescate” ni una defensa a ultranza: lo que digo es que Jordana podría insertarse en un espectro amplio de poetas que hoy son parte de la tradición: contemporánea de Pizarnik, Gelman, Thénon, Becerra, cercana en voz a Sabines y Castellanos (el “Desnudo neoyorkino”, por ejemplo, en su sinceridad e ironía recuerda mucho al “Autorretrato” en Poesía no eres tú)… Su Diré lo mío es una afirmación, no una negación: un posicionamiento en el mundo del que formó parte activamente, aunque a la distancia eso se recuerde poco. No es desde la disidencia sino desde la presencia: Elena Jordana está, con sus actos fallidos y con su conciencia de clase y con la claridad mental de quien ama y sabe cómo lo hace y cómo es amada. Aunque, al final, eso termina convirtiéndose en un deslizamiento del discurso hegemónico: se hace a la orillita y desde su orillita enuncia fuerte y claro; “la palabra también es mía”, reclama. 

Hay en su trabajo una estética de la imperfección: “Como desnudarse por primera vez ante alguien, deseo y miedo a un tiempo: ¿y si ese alguien se ríe? Un día me di cuenta que ni mi cuerpo ni mis poemas pretenden ser perfectos.” Jordana se mueve en la fisura y la falla, en la carta (el poema) que no llega a su destinatario. Se cuenta la historia inventada o imaginada de alguien a quien querría dirigirse pero no lo hace: lo que se lee es ese intento de aproximación a otros sujetos, sujetos border que recuerdan, por ejemplo, a los de Efraín Huerta y sus retratos de la muchacha ebria y otros personajes urbanos.

Intenciones que no aciertan movimiento y se quedan en palabra, la voz lírica contempla a una mujer en una banca de Reforma y quisiera acercarse y preguntarle pero no lo hace; luego repite insistentemente el no-acto: “pero créeme/ a la tarde siguiente corrí a buscarte/ en la banca de siempre./ Durante una semana, cada tarde volví…/ Donde quiera que estés, perdóname”. 

La redención mediante lo imperfecto, mediante lo que no se alcanza: caminatas que no van a un sitio, personas que no llegan, cartas y versos que no se envían, cosas que no se dicen: hay cierta culpa que se intenta resolver mediante la enunciación y la evidencia: “la furia por cosas que callo/para no entrar en problemas de censura.” O “Si me atreviera/ te mandaría este poema”, le escribe a Zitarrosa y enseguida hace el retrato de un “hombrecito pequeño, sí/ pero no enano como él cree”: en sus libros conviven perseguidos con personas pequeñas perseguidas por ellas mismas. 

Es el extravío de “la capaz de atravesar sola kilómetros y kilómetros de selva/ silbando segura/ como si apenas fuera yo mi propia sombra/ y no tuviera más que seguir un camino/ en vez de trazarlo”. La que se muestra sólida en la duda, la que transforma y “se niega al primer mordisco de la manzana/ en busca del perdón eterno por pecados no cometidos”: no compra imaginarios ajenos, no los valida: es la extraña (extranjera) que se sorprende y, no exenta de humor, reviste de contemplación exacta, como quien acelera y frena para ver adecuadamente el paisaje de las avenidas. Jordana rechaza las formas hechas y los estereotipos: sus donjuanes (que completan una serie completa de poemas) son frágiles, sensibles, también casi inexistentes: don juanes, sin embargo, no ridiculizados.

En “10 de mayo” pasa lo mismo con las madres: ese lugar común del festejo se traslada a la denuncia de la comercialización (es el supermercado el beneficiario del apapacho colectivo): “símbolos de amor eterno condensados en una jarra de plástico imitando el tallado de un cristal”. El trabajo doméstico, reconocido con objetos de muy poca valía, son los que sin embargo enriquecen a los dueños de la Comercial Mexicana. 

Es constante encontrar en el trabajo de Jordana asideros materiales —y muchas veces ridículos— para las emociones: publicidad y trabajo construyen una continuidad entre íntimo y colectivo de ida y vuelta:


¿Y después?

Después
aterrizar 
bajarse de un poema
para mirar las cuentas del mercado
mecanografiar cartas
contestar eficazmente “sí, señor” de nueve a cinco


Aunque ese poema del que se aterriza también, después, baja a la experiencia cotidiana. Con temas que no se considerarían poéticos se conforma el ritmo de Jordana, contra “Esos minúsculos superhombres o supermujeres que le dicen al poeta principiante:/ —antes de usar la palabra desesperado/mire en el diccionario”: ella es dueña de esas palabras que no se le dibujan en la cara, ajena al discurso de las trascendencias, no hace una regularidad, los de Jordana no son poemas parejos, uniformes, pero se encuentran en el reverso de la sonrisa ya hecha, en las dimensiones de felicidad hechas apenas del desplazamiento mínimo, de la holgura mínima.



10 de mayo


Y en este día glorioso, oh madre
está dicho que recibirás de tus hijos
los símbolos de amor eterno condensados en 
una jarra de plástico imitando el tallado del cristal
un perfume
cien veces menos cálido que el olor a chile y cebolla para tus guisos
—pero firmado por Coty—
unos guantes demasiado suaves para tus manos
acostumbradas a la sosa y las escobas
un pañuelo de gasa que sólo te atreverás a usar ruborizada
durante los primeros cinco minutos de la fiesta en tu nombre
un ramo de gladiolos que equivale al salario de dos días de tu esposo
un póster, un papel ilustración, a cinco colores, 
que dice “te quiero”.

Y sin embargo, en este día, oh madre, 
los ojos de tus hijos brillarán de un modo especial
mientras te entregan, temblorosos y expectantes,
sus regalitos envueltos en papel glasé y adornados
con grandes moños de colores brillantes.

Y esa misma noche, madre, mientras tú abrazas  y besas a tus hijos
conmovida por la tierna inutilidad de
la jarrita de plástico, los guantes, el pañuelo de gasa, los gladiolos
los dueños de la Comercial Mexicana se frotan las manos
e invitan a una copa de champaña
al contador
al gerente y al supervisor
por el éxito de ventas de cosas que
la verdad
creíamos que nadie sería capaz de comprar. 


                                                                     De Poemas no mandados



Tango


Soy esa borrachera que necesitás a mitad de año
cuando el aguinaldo
las vacaciones 
el ascenso
aún están lejos
soy la nota disonante
que te ayuda a sobrellevar esa armonía monótona
que decís que es tu vida
soy ese minuto de locura
que te permite aguantar el resto de la hora
el elogio dicho con firmeza tal que descarta tu duda}
la urna en que depositás tus lastimeros “vos no sabés”
tus pequeñas frustraciones cotidianas
tus:
el café está frío
quién me abrió esta carta
otra vez la cuenta del gas

soy la que despierta los rincones más inéditos de tu piel
la que te hace decir: 
con vos me siento otra vezun colegial

soy
en otras palabras}
esa mujer que te llevás a uno hotel
en una noche de borrachera
y a quien te olvidás de preguntar su nombre
o si podrás volver a verla algún día.


                                                                      De Poemas no mandados



Desnudo neoyorkino


Tengo miedo
a que la canilla gotee y me despierte antes de hora
a que en el lavadero no limpien bien mi rpa
a llegar al trabajo con demora
a que la gente piensa que mi falda es demasiado larga o demasiado corta
a que mis compañeras noten mi uña rota
a comer más caloróas de las que mi sistema absorba
a no comunicarme con la compitadpra
a que mis amigos sospechen que no he leído los libros de moda
a que la psicoanalista no apruebe que yo practique yoga
a olvidarme de poner sal en la sopa
a comer sola
a que el televisor se descomponga
a que las píldoras para el insomnio no me hagan efecto ahora
a que mi vecina (que es loca)
insista e repetir la absurda historia
de que una noche y salí al balcón ebria y sin ropa
agitando un diario que decía MUJER ASESINADA
y gritando:
yo vi cómo la amenazaban
la vi forcejear desesperada
y vi que miraba mi coche esperanzada
y sentí un miedo tal
que aceleré la marcha
(…me podrían acusar de encubridora)


                                                                       De SOS aquí New York



XXIII


Al inventor de “La fórmula de la felicidad”
Ahora creo que todo va a cambiar.
Hace una semana compré un libro vital:
Cómo conquistar amigos y disfrutar de la vida.
Cada mañana leo un capítulo:
Ayer me tocó repetirme, ante cada contratiempo,
soy feliz, soy feliz, soy feliz
hoy me yoca abrirme vitalmente a todas las
oportunidades o sea: decir a todo que sí
mañana me tocará pensar un poco en los demás:
tratar de adivinar qué quieren, para
complacerlos de inmediato.
Yo creo que en una semana todo va a ser
perfecto…
salvo que aún no he decidido si seguir leyendo
o de una vez abrir la llave del gas.


                                                                      De Poemas no mandados