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ordalias-portada.jpg Las ordalías del verbo Miguel Ángel Ruiz Magdónel, Ediciones Monte Carmelo-
Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, Villahermosa, 
2007
 

Por Jeremías Marquines
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Eliot dice: la poesía empieza con un salvaje tocando el tambor en una selva, y retiene siempre ese elemento esencial de la percusión y el ritmo; hiperbólicamente, podríamos decir que el poeta es más viejo que el resto de los humanos, por eso, Las ordalías del verbo, del poeta tabasqueño Miguel Ángel Ruiz Magdónel empiezan por donde todo poeta debe: los odres del tiempo y la cadencia mítica.

 

Contrario al cliché instituido por una crítica sosa que tiende a ensalzar las construcciones breves de una poesía teatralizada que brilla sin problema, en el éxtasis de las cosas vacías, Ruiz Magdónel opta por una compleja construcción de viñetas narrativas y le apuesta a la problematización del tema. Sus exploraciones se remontan más allá de la fragmentación entre tiempo mortal, tiempo histórico, tiempo cósmico, para evocar con el mito, un gran tiempo que envuelve toda realidad.

Debemos pues, dice el poeta, “empezar por el silencio que alberga el corazón de los hombres. Empezar por la tierra ausente. Empezar por la clara geografía del fuego. Empezar por la poesía”. Miguel Ángel sabe que el modo en que la poesía se escribe no es, necesariamente, un indicio de su valor. “Un verso sólo no es poesía, a menos que se trate de un poema en un verso”, sentenció Eliot, y esto lo tiene presente el tabasqueño, pues asume el poema con la conciencia de que todo texto literario es una refiguración o referencia cruzada entre historia personal y ficción. El tiempo de la poesía (tiempo insinuado) procede de este cruce en el ámbito de obrar y padecer.

 

Las ordalías del verbo es un libro de poesía, no de poemas. Sabiendo que el versículo sólo debe ser usado para el tratamiento de grandes construcciones, de grandes temas, nunca para verborreas absurdas, Ruiz Magdónel nos presenta un conjuro de presencias inquietantes que rememoran y evocan con autenticidad vibrante y actualizada, su pasado, vivo y a la vez, definitivamente muerto.

 

Destaca en este libro el bien ejecutado trabajo de refiguración del tiempo; las variaciones imaginativas sobre el mismo tema; la reinscripción del tiempo vivido sobre el tiempo histórico, hecho que nos traslada de facto al tiempo ontológico que es el sustrato donde se originan los poemas de Miguel Ángel Ruiz.

 

La forma en que el tiempo es tratado por el poeta en las Las ordalías del verbo, las relaciones entre las construcciones de la historia y su correlato, a saber: un pasado del tiempo abolido y preservado en sus huellas, desembocan en representaciones o lugartenencias que problematizan el propio concepto de realidad aplicado al pasado, aquí un ejemplo:

Fue el tiempo del diluvio/ cuando hasta los finqueros olvidaron/ las reyertas de la tierra/ Las mujeres la vieron venir/ Caminó sobre las aguas con pies alados/ y su cabellera hercúlea de animal vencido/ Se paró en el frontispicio del templo/ y entre boñiga y destrozos flotantes/ declaró ese día como el día de la Salvación.

 

Queda claro que en los versos anteriores mito y rito son recíprocos, pues el tiempo mítico se revela gracias a la mediación del rito. Paul Ricoeur señala que si fuera preciso oponer mito y rito, se podría decir que el mito dilata el tiempo ordinario (así como el espacio), mientras que el rito acerca el tiempo mítico a la esfera profana de la vida y de la acción, éste es el principio guía de los poemas de Las ordalías del verbo y que se revela con mayor claridad en los siguientes versos:

 

Yo Nefertiti/ la prosélita/ la soberana incólume de fábulas/ la infundadora de augurios/ la evangelista/ la plañidera descortés que abandona el dosel y los balcones/ la que reencuentra diademas y alegrías pretéritas/ la de los sentidos de arena y dátiles. Yo Nefertiti/ la beata de todos los tiempos/ el áspid pagado de sí mismo/ la serena piel revestida por el desapego insospechado.

 

La búsqueda de Ruiz Magdónel, pienso, es la de remontarse más allá de la fragmentación entre tiempo mortal, tiempo histórico y tiempo cósmico, para evocar con el mito un gran tiempo que envuelve toda realidad. Tiene efectos que expresan su función positiva de revelación y de transformación de la vida y las costumbres, cito un ejemplo:

 

Un atajo de piedra lleva en la finca al centro del mundo/ al árbol de corazón azul/ al manantial de las aguas de oro/ al paraíso de las mujeres dormidas/ al sitio de los sueños que no existen/ (Allí presentí a Nefertiti y sus demonios/ vislumbré la ciudad y sus delirios/ sospeché la diápora/ predestiné mi muerte)

 

En Las ordalías del verbo, el tiempo mítico, lejos de hundir el pensamiento en las brumas en las que todos los gatos son pardos, escande de manera única y global, el tiempo, ordenando, en relación recíproca, los ciclos de diferente duración, los grandes ciclos celestes, las recurrencias biológicas y los ritmos de la vida social como lo demuestran las siguientes imágenes:

En los límites de la finca se crea el mundo –dijo Eustaquio./ Los perros alados mueren con sus delirios de pájaros/ Los montes acumulan medidas de verdad y de mentira/ los huesos de los finqueros liberan su tirria ahogante/ El polvo alimenta la tristeza de los caballos extraviados/ Pero lo más importante –no lo olviden– los seres atroces devoran niños y los convierten en caimanes.

 

Miguel Ángel Ruiz Magdónel ha escrito un extraordinario libro de poemas. Nada menos se podía esperar de un poeta sobre el que pesa una gran tradición. Los poetas de Tabasco tienen en José Gorostiza y José Carlos Becerra a maestros mágicos en el uso del versículo, la imagen y el mito. A diferencia de otras regiones del país, la poética de dicho estado se distingue claramente porque, en sus más destacados representantes, le apuesta a la perdurabilidad de la experiencia estética vía las estructuras acumulativas y la narración por viñetas, además del notable afecto que sienten sus autores por la refiguración del mito, entendido como mundo y como existencia: poesía que pende entre dos eternidades.

 

Las ordalías del verbo es un libro para disfrutarlo plenamente, para hablar con el silencio de los arenales que nos atormentan cada noche desde el principio de los tiempos; para vagar entre parábolas inmarcesibles y jaculatorias encanecidas de sal eterna.

Por último, sería un descuido ingrato no referirme al excelente trabajo de diagramación de Margarita Pizarro, así como el cuidado y la  impresión de Ediciones Monte Carmelo, editorial independiente que dirige el también poeta Francisco Magaña.





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