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No. 100 / Junio 2017


Rocío Cerón


Inmateriales

I.

Precipitarse en precisión.

En el orificio el encuadre del poema.

Latitud de aliento/imagen entre los 32 dientes de la boca.

Manglares bajo (esquiva) mirada de un hombre.

Un secreto. Un mensaje. Una palabra. Furia. En el parque público, el hombre del tatuaje musita una tormenta a las abejas.

Cuerpos y fieras. En la exactitud del obturador la ciudad es polvo, amantes perdidos.

Algas; lugares sagrados para el jugador anónimo. Toda mar lleva en sí el rastro de la presa.

Los objetos, material que se desvanece entre las manos.

Precipitarse en la sonrisa, ante la cámara. Compartir el miedo como moneda de cambio. Los rastros de esa cara son la noche.

Redención del vaho entre la duda. Las gotas desmenuzan la anticipación precoz de las manchas. Tinta o flujo de significados. Arde, todo arde.

Percepción en diferido. Observación de calles registradas. Terrenos vagos. Tres mil quinientas coordenadas de Paonoptes para llegar a ti.


II.

Un objeto, sólo cuatro, son más que esto porque son.

Iluminación reticular.

La compañía de la luz siempre es oscura.

Tacto, brilla ante el miedo el tacto.

Ligereza de manos sobre superficie lisa.

Ha pasado el agua.

Enmudece al flote de los muertos.

Río que lame heridas. Agua acantilado.

El instante y lo meteorológico, el cayado mueve la ventisca oracular.

Pendiente atravesada por una mirada.

La compañía de esa luz: no más que láminas de asbesto sobre letras.

Vapor entre los cuerpos.

Brillan y anuncian en la TV: “La vida, una canción que se deshila”.

Cuatro piedras son sólo un objeto, un arma, un acantilado, una sospecha.

Mira cada contorno de ellas.

Éste.


III.

Cruza sobre los cables una ardilla. Lentitud del esbozo.

Apenas garra, levedad de quien surca una tonada. Niebla.

Sobre el peso, la duda, la caída a tierra, las secuencias del número y la posibilidad del mantra capitulando sobre su recesión y copla mutilada, su doblez en viento, en revire; sonoridad que explota entre las hojas del olivo.

Entre los dientes cada palabra es precipicio a dorsal, a tajada de alvéolos donde se quiere aclarar la voz de nacimiento, la recibida en el oído.

La ardilla, en su parduzca forma, balancea la vida.

Su cola, principio de equilibrio; las manos de mi padre -pulso- el principio de un lenguaje.