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...Nicanor Parra expresaba en su Defensa de Violeta Parra. Se dice de ella que escribió su primera canción a los nueve años y no se detendría en tal oficio hasta 1967, año en el cual se suicidó, dándose un balazo en la sien.

VIOLETA PARRA
Por Karina Falcón


Niña de mano
    
    todos los oficios
Todos los arreboles del crepúsculo
Viola funebris

parra-violeta-raros-y-curio.jpg...Nicanor Parra expresaba en su Defensa de Violeta Parra. Se dice de ella que escribió su primera canción a los nueve años y no se detendría en tal oficio hasta 1967, año en el cual se suicidó, dándose un balazo en la sien.

Peregrina y triste, piadosa, jardinera, fugaz, terrestre, sola, dolorosa o santa; de muchas maneras se le ha llamado a Violeta debido a la naturaleza múltiple y fértil que habitaba en su figura. Sus décimas, su música y toda su creación, no sólo en las letras sino también en la pintura o en el arte de hilvanar tapices, son el rasgo de un rostro cultural: Chile de tierras fértiles, pero también de injusticias, de Ibáñez del Campo, de González Videla, del vino triste –de acuerdo a Neruda-, y de la unión de lo tradicional con la vanguardia.

Violeta Parra es, de alguna manera, una ruptura en la memoria cultural de Latinoamérica. Digo ruptura, porque a partir de su imagen se escinde y se disloca la afinidad de lo viejo con lo nuevo, se desarticula toda una estampa cultural donde a partir de ella como individuo germinan otras tantas imágenes. Se adquiere la imagen de una identidad, también múltiple y abundante.

Es Violeta el wilke  donde coinciden el itinerario del pueblo y el canto; es ella la cantora americana  de todo lo chileno, chilenísimo y popular, en palabras de Pablo de Rokha.








 


 
Décimas


Su nombre era como el oro

Y cuando estaba chanta´o
ni el diablo tomar lo hacía.
Felices y en armonía
pasaba con sus coltraos,
hast’ ayuda al plancha’o
de las costuras más finas.
Entonces matan gallinas
con pebre bien picantito,
pero esto llama traguito,
de nuevo la tomatina.

Pero no había en la blonda
comarca de los sureños
viviente más placentero
en leguas a la redonda.
Yo le miraba sus hondas
pupilas de noche oscura,
cuando su voz con ternura
me llama su palomilla,
y agrega, esta lechuguilla
es toda mis desventura.

Su nombre era como el oro
y al pronunciarlo crujía.
Digan Francisco Isaías
las bocas todas en coro,
de apelativo sonoro.
Mi taita mucho lo estima
y a su nobleza se arrima
por su sabrosa vertiente,
qu’es vino y es aguardiente
qu’es música y alegría.
Flaco, elegante y moreno,
de ojos risueños y grandes,
de trato fino y galante,
de sonreír lisonjero.
Su frente, un ancho sendero
de pensamientos fecundos,
de razonar furibundo
pa’ defender su confín.
Gracioso como Chaplín
vuelve las horas segundos.


Trabaja en el batallón
de militares andinos,
más en la escuela de niños
donde va su hijo mayor.
Pero una tarde llegó
con un andar fatigoso,
con el hablar tan penoso,
que mi mamá ha comprendido
que algo del cielo ha caído
terrible y muy misterioso.



 
Por ese tiempo el destino
se descargó sobre Chile;
cayeron miles y miles
por causa de un hombre indino.
Explica el zorro ladino
que busca la economía;
y siembra la cesantía,
según él lo considera,
manchando nuestra bandera
con sangre y alevosía.

Fue tanta la dictadura
que practicó este malvado,
que sufr’el profesorado
la más feroz quebradura.
Hay multa por la basura,
multa si salen de noche,
multa por calma o por boche;
cambió de nombre a los pacos;
prenden a gordos y a flacos,
así no vayan en coche.

Tiritan en los hogares,
no duermen los habitantes,
en velas y delirantes
por si entran esos guardianes.
Ya van sumando millares
de justos y pecadores;
repletas son las prisiones,
se viv’ en un sobresalto;
y el presidente tan alto
detrás de las municiones.

Los niños ya no son niños,
son pájaros espantados,
le temen a los soldados
como a las bestias en piño.
Este recuerdo me ciño
al centro del corazón,
concédame la ocasión
para decir crudamente,
que Ibáñez, el presidente,
era tan cruel como el león.

El que su puesto regía,
mañana ya no lo tiene,
el paco no se detiene
y andan matando a porfía.
Se sed le exige sangría,
persigue al que le da ganas,
el vendedor de avellanas
s’integra a la oposición,
por eso es que a Anabalón,
lo matan una mañana.





 
Por ese tiempo se enferma
Polito, hermano menor.
Aunque le traen doctor
la pulmonía no merma,
las cataplasmas d’esperma
le llueven al angelito,
que cada vez más flaquito
se va para el otro mundo;
¡qué pálido y moribundo!
No hay caso para el Polito.

Cuidándolo noche y día,
se le da agüita del cielo.
Los pasos van por el suelo
sin golpes ni gritería;
Polito entró en agonía;
no puede su desventura
vivirla sin amargura.
Mi mamá se desespera,
y a Dios le dice leseras
la pobre, con su locura.

Yo miro sin comprender
la magnitud del problema;
procuro entrar en su pena
para poderla entender.
La veo al amanecer
tal cual como se acostara:
con lágrimas en la cara
y su angelito en los brazos.
El niño está en su regazo
con su mirada tan rara.

Cuando ella eleva los gritos,
comprendo que el niño ha muerto.
Parece que está durmiendo
no más aquel palomito.
Tomarlo yo solicito,
pero ella no lo consiente,
maldice al Omnipotente
por dertinarl’ este mal,
y maldice al otro animal
de oficio de presidente.

Tres días se veló al niño,
porque mi mamá lo quiso.
Si el juez no le dio permiso,
lo consintió su cariño.
Con “alba” color armiño
lo llevan al cementerio.
No tan ausente el criterio
me anuncia muy pequeñita,
qu’en libertad mi mamita,
vive en un cruel cautiverio.



 
 
La jardinera

Para olvidarme de ti
voy a cultivar la tierra;
en ella espero encontrar
remedio para mi pena.
Aquí plantaré el rosal
de las espinas más gruesas;
tendré lista la corona
para cuando en mí te mueras.
Para mi tristeza, violeta azul;
clavelina roja, pa' mi pasión;
y para saber si me corresponde,
deshojo un blanco manzanillón;
si me quiere mucho, poquito o nada,
tranquilo queda mi corazón.
Creciendo irán poco a poco
los alegres pensamientos;
cuando ya estén florecidos,
irá lejos tu recuerdo.
De la flor de la amapola
seré su mejor amiga;
la pondré bajo la almohada
para dormirme tranquila.
Cogollo de toronjil
cuando me aumenten las penas;
las flores de mi jardín
han de ser mis enfermeras.
Y si acaso yo me ausento
antes que tú te arrepientas,
heredarás estas flores:
ven a curarte con ellas.



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