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Karen Villeda
(Tlaxcala, Tlax., 1985)

N.

Para Natalia

 

¿Cómo reproducir la voz de las sirenas? ¿Cómo perpetuar su canto después de que los corazones de los marineros se han arrugado? Las ensoñaciones salinas siempre parten los labios: La saliva no es necesaria para los que hemos derramado el alma gratuitamente en las fuentes de las plazas públicas. Nadie sabe si merecemos el canto de las sirenas. El amor que te tuve empuñó mi torso contra todas las piedras.

No fui un héroe digno de mitologías.

Resuenan tus oraciones en las orillas, no hay piedad para la derrota.

La arena se anuda entre los dedos de los pies y mortifica las distancias: Hacia allá está el color de los peces. Se va navegando y la tarde cae gris. Hacia allá hay contornos, aquí se destruyen El sombreado no se invierte. El sol se opone en las rocas de fondo. La luminiscencia no traerá la claridad tan ansiada a tu boca enajenada, el señuelo aún está por confirmarse. Habita las aguas oscuras y desvanece las siluetas de lo que te contaron de niña. Desvanece el idilio de la sirena y los marineros. Desvanece la silueta de los pechos erguidos, las aletas contrariadas y el eco. El eco para capturar fósiles sembrados de espinas y veneno.

Empuñé mi torso contra todas las piedras. Lo empuñé sin saber cómo manejar los filos, su metodología escueta: Hazlo sangrar hasta que cante. Hazlo sangrar hasta que cante. Y los huesos descansan sin paz. Y los huesos titilan. Y los huesos bailan sobre tu tumba. Y los huesos te dan la vuelta.

La visión y las estelas de humo hacen buena pareja.

 

A.

 

― Residir en la saliva, en el renombramiento.

O encontrar la manera de nombrar las cosas sin necesidad de decir “Estas cosas”. Sino escribir “voluta de humo”, “cuerpo impasible”, “residencia de saliva”. Encontrar una palabra que desplome la ausencia. Encontrar una mueca de fastidio que te transforme en un antifaz sin mirada. Encontrar un disparate entre tus labios que pulverice este desaliento que nos redime. Encontrar cómo reconocernos en lo no dicho. 
(Hay que hurgar descorazonadamente las entrañas, desamarrar el intestino y colgarnos en el dominio de glóbulos y tuétano).
 
Encontrar la banca vacía en el parque, demoler la estatua del héroe que trasfigura a la gente. Encontrar el aguafuerte para desmigajar tu mirada hasta que,   sin que nadie lo espere,  reaparezcas en el canto de una oropéndola hecha cenizas.
Encontrar la pisada que agoniza al caer las hojas del albaricoquero.
Encontrar la catástrofe en las fosas nasales, la herida de agua durante el cortinaje del turbión.
(El lenguaje ecuménico del trueno).  

Encontrar cómo vivir al ritmo de un tronar de dedos,
cómo ser un eco sin resonancia en medio de este ruido.
(El primer recuerdo es el ruido, no hay opciones delante de un espejo: El pasado es pasado, nunca la hendidura entre tus senos).
Encontrar lo rumboso en una representación: Reunir el valor para encajar la mandíbula en tu hombro, para someterse al fondo y a la forma y, tal vez, sólo despojarte de supuestos, el cadáver y la palabra…
(Ya no hables a manos llenas. Hablemos hasta descarnarnos la boca).
Eso es el silencio, hojalata y tejados.
(He lloriqueado hasta el basta en la tragedia de lo que significa ser una ventana: perder puertas, trinquetes, abertura).
Eso es el silencio, halagar a las palabras con la punta de la lengua.
Esto es que aquí no hay nadie y me dicen que tu cuerpo se ha blanqueado en pupila ajena.

 

P.

Y yo te salvaría de la locura, con torpeza y sin malas intenciones, es cierto, pero yo te salvaría de la locura de este mundo que se restituye con ese lunar en tu cuello que se ha de imaginar las comisuras de cierta boca tibia que tiene una lengua tan terca, “no importa”, de seguro, dices, por lo mientras, tú te haces la desentendida y observas tanta ciudad: la toma de agua se prepara para apagar un incendio, el claxonazo desesperado que se confunde con las noticias sin importancia que gritan los voceros entre los automóviles, un cigarrillo sin filtro que encuentra un secuaz para la humareda antes de entrar a la estación del metro, una caja de cartón remplaza un par de maletas y tú te preguntas cómo puede caber un corazón en un área tan reducida de papel duro.

Y si cabe, lo sabes, cabe ese corazón en una caja de cartón, así que das las gracias porque tienes al tuyo (¿entero o a medias?) en el pecho cuando, día a día, miles de corazones son tirados al bote de la basura y esa, precisamente esa es la locura de este mundo, lleno de puños cerrados sin destino, de mentiras blancas que hacen cenizas, de matanzas por palillos de dientes, de bocas con discursos baratos y dentaduras postizas, de golpes incesantes contra las paredes de cemento, de chapa de oro y de banderas de sangre…

Y ese lunar que casi eres tú no devuelve el sosiego a mi mirada, hace que las palabras se sopesen en mi lengua, no sé qué decir y, entonces, memorizo el silencio, lo memorizo y tú hablas de todo lo que odias de ti y yo, yo solamente escucho como se dice el viento a sí mismo entre las hojas otoñales. Pienso que necesitas un pájaro para anidarlo entre tus manos (solamente así sabrías que me conmuevo con tu posibilidad de ser alas, que el afecto se me atora en la garganta, que recuerdo nombres y lugares que no te reconocen: y, ¿si ese lunar fuera un testimonio de nostalgia?).

 

 


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