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Alfonso Orejel Soria
Hacía frío
Mamá ayer nos encontramos en la vieja casa. Sentías frío y te acogí en mis brazos. Dialogamos con lágrimas. Bebí tu café y atisbé mi infancia en el fondo de la taza. Una tímida luz derramó tu sonrisa al despedirme. Prometí volver, era mejor mi silencio: no te quise decir que estabas muerta.
Cuando murió mi hermana Lucina el orgullo me anudó la garganta, andaba lurio por la casa mostrando los escondites a mis primos que venían desde Guadalajara al velorio a sumar su llanto al nuestro. Para hacerme respetar les conté historias de ánimas que vagaban por la casa y de un aljibe secreto donde flotaba el cadáver de un fantasma. Y contábamos chistes en voz baja sofocando con las manos las ruidosas carcajadas. Vestimos un luto incómodo que nos hacía ver guapos. Jugamos a las vencidas, escupimos desde la azotea, les enseñé un murciélago seco y presumimos los cinco muertos frescos que tenía la familia mientras el pecho se nos hinchaba de vanidad. Ellos nos hablaron de su ciudad, de su circo de tres pistas, de un zoológico inmenso poblado de fieras de a de veras de pizzerías en esquinas y de películas que se estrenarían aquí dentro de un año. Yo, para que dejaran de reír los llevaba hasta el ataúd donde yacía mi hermana. Allí el orgullo era sólo nuestro pues mi familia ponía el muerto. De pronto, al asomarme a la caja me di cuenta que Lucina estaba inerte, que la luz no habitaría jamás sus ojos negros, que esa sonrisa disecada era la última, que mi madre se hundiría cada vez más en una orfandad abrumadora. El escalofrío lamió mi espalda. Quise alejarme de mis primos, que se esfumaran al instante. Detrás de una puerta sentí descender una lágrima hasta desvanecerse. Morir cada dos años se hizo en casa una costumbre. Juanito había muerto de cáncer, Mi abuela Gueya, de tristeza, y ahora Lucina, que era hermosa y buena como la luz que nos palpa la cara. ¿Quién seguía en esta lista dictada por el azar o dios? Corrí en busca de mis primos que iban a jugar a las escondidas con Nacho y Mino, mis hermanos. Me apresuré a refugiarme en el lugar más remoto
para esconderme
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