Rosario Castellanos 
 

 portada-rosario-castellanos.jpg"Quien, además de haber vencido la maternidad, triunfó también sobre la muerte confirma que el éxito no mitiga la desolación, y sabe que la creatividad incesante sólo sirve para aturdir. Porque la recurrente adversidad nunca fue óbice para que fluyera el caudal literario en Rosario Castellanos; mayor aflicción, mejor porducción, parece implicar su inextinguigle élan vital".

Raúl Ortiz y Ortiz

 

portada-rosario-castellanos.jpgLeer y escuchar 


   El despojo

Apelación al solitario
    Lo cotidiano
    Amanecer
   Jornada de la soltera
 Válium 10
Comentario al escultor

 

 

 


 


{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/el-despojo.mp3{/mmp3ex}El despojo

Me arrebataron la razón del mundo
y me dijeron: gasta tus años componiendo
este rompecabezas sin sentido.

No hay más. Un acto es una estatua rota.
Una palabra es sólo
la imagen deformada en un espejo.

¿Qué vas a amar? ¿Un cuerpo que se pudre
—ese pantano lento ñeque te ahogas—
o un alma que no existe?

¿Qué puedes esperar? El tiempo es lo continuo
y si dices “mañana” mientes, pues dices “hoy”.

Ni siquiera se muere. Algo muy leve cambia
y sigues, dura, en piedra; creciendo en vegetal
y otra vez despertando en lo que eras.

Otra vez. Otra vez.

Me dijeron: no busques. Nada se te ha perdido.

Y los vi desde lejos,
ocultar lo que roban y reír.



{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/apelacion-al-solitario.mp3{/mmp3ex}Apelación al solitario

Es necesario, a veces, encontrar compañía.

Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.

¿Cómo podrías estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?



{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/lo-cotidiano.mp3{/mmp3ex}Lo cotidiano

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche
no se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.

Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.





{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/amanecer.mp3{/mmp3ex}Amanecer

¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve
la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye?
¿Se echa uno a correr, como el que tiene
las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?

¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?

Porque a esta hora ya no hay madre y deudos.

Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz.

Todos son una faz atenta, incrédula
de hombre de la otra orilla.

Porque lo que sucede no es verdad.





{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/jornada-de-la-soltera.mp3{/mmp3ex}Jornada de la soltera

Da vergüenza estar sola. El día entero
arde un rubor terrible en su mejilla
(pero la otra mejilla está eclipsada.)

La soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto;
y a la hora en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida, es un juez
o es un testigo sin misericordia.

De noche la soltera
se tiende sobre el lecho de agonía.
Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas
y el vacío se puebla
de diálogos y hombres inventados.

Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda.

Y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas,
y no puede morir
en su cuerpo remoto, inexplorado,
planeta que el astrónomo calcula,
que existe aunque no ha visto.

Asomada a un cristal opaco la soltera
—astro extinguido— pinta con un lápiz
en sus labios la sangre que no tiene.

Y sonríe ante un amanecer sin nadie.





{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/valium-10.mp3{/mmp3ex}Válium 10

A veces (y no trates
de restarle importancia
diciendo que no ocurra con frecuencia)
se te quiebra la vara con que mides,
se te extravía la brújula
y ya no entiendes nada.

El día se convierte en una sucesión
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito.

Y lo vives. Y dictas el oficio
a quien corresponde. Y das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente.
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh sólo por encima)
la marcha de la casa, la perfecta
coordinación de múltiples programas
—porque el hijo mayor ya viste de etiqueta
para ir de chambelán a un baile de quince años
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio
tiene un póster del Che junto a su tocadiscos.

Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas,
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria
del que surge el posible y cotidiano.
Y aún tienes voluntad para desmaquillarte
y ponerte la crema nutritiva y aun leer
algunas líneas antes de consumir la lámpara.

Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño,
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio, la carta
de marear, el libro
con cien preguntas básicas (y sus correspondientes
respuestas) para un diálogo
elemental siquiera con la Esfinge.

Y tienes la penosa sensación
de que en el crucigrama se deslizó una errata
que lo hace irresoluble.

Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes
dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no te tragas una
en la que se condensa,
químicamente pura, la ordenación del mundo.





{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/comentario-al-escultor.mp3{/mmp3ex}Comentario al escultor

El que se lamentaba
de hacer su propia estatua con arcilla
que pruebe las materias que nosotros usamos.
Nosotros, es decir, los marginales:
memoria, ensueños, humo, sueño, esperanza. Nada.