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{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/lo-cotidiano.mp3{/mmp3ex}Lo cotidiano Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día; este cabello triste que se cae cuando te estás peinando ante el espejo. Esos túneles largos que se atraviesan con jadeo y asfixia; las paredes sin ojos, el hueco que resuena de alguna voz oculta y sin sentido. Para el amor no hay tregua, amor. La noche no se vuelve, de pronto, respirable. Y cuando un astro rompe sus cadenas y lo ves zigzaguear, loco, y perderse, no por ello la ley suelta sus garfios. El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla el sabor de las lágrimas. Y en el abrazo ciñes el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte. {mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/amanecer.mp3{/mmp3ex}Amanecer ¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared? ¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye? ¿Se echa uno a correr, como el que tiene las ropas incendiadas, para alcanzar el fin? ¿Cuál es el rito de esta ceremonia? ¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana? ¿Quién aparta el espejo sin empañar? Porque a esta hora ya no hay madre y deudos. Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz. Todos son una faz atenta, incrédula de hombre de la otra orilla. Porque lo que sucede no es verdad. {mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/jornada-de-la-soltera.mp3{/mmp3ex}Jornada de la soltera Da vergüenza estar sola. El día entero arde un rubor terrible en su mejilla (pero la otra mejilla está eclipsada.) La soltera se afana en quehacer de ceniza, en labores sin mérito y sin fruto; y a la hora en que los deudos se congregan alrededor del fuego, del relato, se escucha el alarido de una mujer que grita en un páramo inmenso en el que cada peña, cada tronco carcomido de incendios, cada rama retorcida, es un juez o es un testigo sin misericordia. De noche la soltera se tiende sobre el lecho de agonía. Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas y el vacío se puebla de diálogos y hombres inventados. Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda. Y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas, y no puede morir en su cuerpo remoto, inexplorado, planeta que el astrónomo calcula, que existe aunque no ha visto. Asomada a un cristal opaco la soltera —astro extinguido— pinta con un lápiz en sus labios la sangre que no tiene. Y sonríe ante un amanecer sin nadie. {mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/valium-10.mp3{/mmp3ex}Válium 10 A veces (y no trates de restarle importancia diciendo que no ocurra con frecuencia) se te quiebra la vara con que mides, se te extravía la brújula y ya no entiendes nada. El día se convierte en una sucesión de hechos incoherentes, de funciones que vas desempeñando por inercia y por hábito. Y lo vives. Y dictas el oficio a quien corresponde. Y das la clase lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente. Y en la noche redactas el texto que la imprenta devorará mañana. Y vigilas (oh sólo por encima) la marcha de la casa, la perfecta coordinación de múltiples programas —porque el hijo mayor ya viste de etiqueta para ir de chambelán a un baile de quince años y el menor quiere ser futbolista y el de en medio tiene un póster del Che junto a su tocadiscos. Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas, junto a la cocinera, sobre el costo de la vida y el ars magna combinatoria del que surge el posible y cotidiano. Y aún tienes voluntad para desmaquillarte y ponerte la crema nutritiva y aun leer algunas líneas antes de consumir la lámpara. Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño, echas de menos lo que se ha perdido: el diamante de más precio, la carta de marear, el libro con cien preguntas básicas (y sus correspondientes respuestas) para un diálogo elemental siquiera con la Esfinge. Y tienes la penosa sensación de que en el crucigrama se deslizó una errata que lo hace irresoluble. Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes dormir si no destapas el frasco de pastillas y si no te tragas una en la que se condensa, químicamente pura, la ordenación del mundo. {mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/comentario-al-escultor.mp3{/mmp3ex}Comentario al escultor El que se lamentaba de hacer su propia estatua con arcilla que pruebe las materias que nosotros usamos. Nosotros, es decir, los marginales: memoria, ensueños, humo, sueño, esperanza. Nada. |