Defensa de la poesía

Pedro Serrano

miro-bailarina.jpgEl crítico de arte Peter Schjeldahl señalaba hace poco que la obra de Joan Miró es descrita casi de manera inevitable como poética, y que tal descripción es síntoma no sólo de su éxito sino también de sus limitaciones, en el sentido de que es una obra que inevitablemente “gusta”, y que Miró, a pesar de todos los esfuerzos que pueda hacer para desagradar, invariablemente termina por agradar. ¿Qué entendemos entonces, para bien y para mal, cuando describimos algo como poético? Schjeldahl pone de ejemplo la pequeñísima pieza de Miró llamada “Retrato de una bailarina” de 1928, compuesta por un corcho, el alfiler de un sombrero y una pluma, y la considera posiblemente el objeto más hermoso que ha visto en su vida. Y efectivamente, el pequeño pegoste de Miró es una delicada preciosidad, casi inmaterial como una bailarina, y todo el mundo estaría de acuerdo en calificar su capacidad evocativa como poética...


Defensa de la poesía

Pedro Serrano

miro-bailarina.jpgEl crítico de arte Peter Schjeldahl señalaba hace poco que la obra de Joan Miró es descrita casi de manera inevitable como poética, y que tal descripción es síntoma no sólo de su éxito sino también de sus limitaciones, en el sentido de que es una obra que inevitablemente “gusta”, y que Miró, a pesar de todos los esfuerzos que pueda hacer para desagradar, inevitable e invariablemente termina por agradar. ¿Qué entendemos entonces, para bien y para mal, cuando describimos algo como poético? Schjeldahl pone de ejemplo la pequeñísima pieza de Miró llamada “Retrato de una bailarina” de 1928, compuesta por un corcho, el alfiler de un sombrero y una pluma, y la considera posiblemente el objeto más hermoso que ha visto en su vida. Y efectivamente, el pequeño pegoste de Miró es una delicada preciosidad, casi inmaterial como una bailarina, y todo el mundo estaría de acuerdo en calificar su capacidad evocativa como poética. El problema es que los bailarines son individuos de carne y hueso, pero la efectiva inmaterialidad que alcanzan en la construcción de muchas coreografías implica la cancelación de parte de su realidad, o de su potencialidad como bailarines. Digo esto porque la pieza de Miró está referida a este aspecto de la danza. Sus tres elementos componen una figuración muy poderosa, precisamente por lo que dejan fuera, por lo que apenas tocan, por lo que son de aliento, y en ese sentido, su manera de actuar es muy parecida a la manera en que funciona, en poesía, un haikú. Schjeldahl señala también que al utilizar el calificativo “poético” con respecto a un objeto visual, expresamos una señal de virtud, y se pregunta qué pasaría si describiéramos un poema como pictórico o cinético. La mención al haikú obvia mucho de lo que se podría argumentar, ya que una característica fundamental de esta forma poética es su extrema visibilidad, y junto con ello o gracias a ello su capacidad de síntesis y ahorro. Como si la virtud del arte de Miró y el arte del haiku fuera su capacidad para economizar muchas cosas, y para en esa acción potenciar otras, y como si a ese malabarismo fuera a lo que llamáramos poético. Es cierto que la fuerza poética deriva de una sustracción (otros lo llamarían robo, y a veces plagio), pero se puede aplicar a muchísimas otras cosas que a una elaborada contención, como pasa, y muy bien, en Miró y en un haikú. Sin embargo, desde la perspectiva que Schjeldahl resalta, lo poético tiene más bien que ver con lo sutil, con lo prístino, con lo delicadamente sublime, pero nunca con lo inocuo, y mucho menos con lo grotesco o violento. No obstante, todos sabemos que los poemas pueden ser grotescos y violentos, así que algo en esta ecuación está fallando; habrá que regresar corriente arriba para entender qué nos saltamos en esa identificación de lo poético y por qué resulta empobrecedora. El poeta Pere Gimferrer escribió hace tiempo un largo ensayo dedicado a Miró en el que destaca el elemento sexual de su obra. Cuando lo leí me quedó la sensación de que Gimferrer estaba defendiendo algo que o bien era indefendible o bien era obvio, como el uso de la rima en un poema rimado, o de las preposiciones en una descripción. No entendía bien a qué venía tanto énfasis en lo que efectivamente estaba ahí, y que era gracioso buscarlo en los cuadros de Miró, pero que no afectaba en lo más mínimo ni la lectura de su obra ni tampoco su disfrute. Si acaso, valía la pena notarlo para subrayar el elemento travieso que por supuesto existe en la obra de Miró, y que quizás esté relacionado con la puerilidad, en ambos sentidos del término. En su ensayo, Schejeldahl señala que aunque la obra de Miró abunda en falos y vulvas, nunca tienen éstos el menor asomo de sensualidad, en el sentido, por ejemplo, de la lubricidad que podemos reconocer en los cuerpos de Lucien Freud, o de otra manera en los de Picasso. No por nada el director Albert Boadella representa a Miró en una obra de teatro en el papel de una niña pequeña, con un enorme paletón rojo. Esta limitación de la obra de Miró, que para nada va en contra de su calidad, sirve para entender en dónde lo poético se separa de ella, y la deja atrás, para poder hablar de cosas que Miró inevitablemente no alcanza. Hay que recuperar desde otra perspectiva el concepto de lo poético, para que deje de identificarse con lo pueril, aunque esto último sea y siga siendo maravilloso.


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