Edgardo Dobry
(Rosario, Argentina, 1962; vive en Barcelona)
Traductor amoroso
Se sienta a traducir unos períodos.
Pongamos que hubieran sido escritos en inglés
o en italiano por un señor que no conoce
ni quisiera conocer. Algunas correspondencias
las deduce o las inventa. Con el peculio
de tales transacciones va a comparar manzanas
y en el camino entre su casa y la verdulería
piensa en la boca de su amada
–ella está muy lejos y es casi tan fuerte
como una abstracción– que se compone de átomos
ausentes de las tablas porque
no tienen antecedentes ni tendrán más descendencia.
Sin pensarlo piensa en esa boca pero no es
del todo una idea, es como una traducción
de algo que se fue y se recupera apenas, del átomo
no periódico que irradia invisible
y rotundo en la combustión de la manzana
que por un trastrueco incomprensible no
tiene lugar entre las muelas ni en la panza
sino en la hornalla del pecho y un poco
más tarde y más temprano en el nervio del aliento.
Fire Day
Por la ruta que va de Rabós a Garriguella
una tarde en agosto salió Juana a caminar;
se paró a descansar a la sombra de un pino
–las agujas le pellizcaban los muslos contra el suelo–
y un turista francés bajó del auto,
se acercó, le preguntó cuánto cobraba.
Fue el agosto aquel del gran incendio forestal,
Juana azuzaba a los bomberos para que
corrieran más, pusieran más empeño, y al final
tuvimos que escapar a Francia por Port Bou
y volver a entrar por La Jonquera
(íbamos en un Twingo prestado que tosía).
Cuando por fin volvimos a Rabós el bosque todavía
estaba ardiendo, había una especie de belleza
en el serrucho de llamas rebanando el cielo gris.
Juana sin embargo estaba desolada pero la gente
del pueblo alzaba el hombro: "Peor fue el del 86”.
Por qué será que esta tarde me acuerdo de esas cosas
si hay tantas otras que olvidé ya para siempre
quemadas en lentos días sin ceniza.
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